30/05/2025

Club 48

 
Relato presentado a la
V edición de Relato 48

El lobo se fijó en mí. No un lobo de cuatro patas y de los que aúllan a la luna. De esos ya no quedan. Me refiero a un lobo con piel de cordero. Y no le culpo, la verdad. Si yo me viera desde fuera, también me habría equivocado al prejuzgarme.

El caso es, que yo iba al salir de trabajar, en esta nueva normalidad, con mi coleta rubia y mi mochila roja, de esas baratas que aún venden en una famosa cadena de tiendas enfocadas al deporte y al tiempo libre. Mujer, mediana edad, baja estatura y cara de no haber roto nunca un plato. Esa soy yo. Pero ya os digo, por si no había quedado claro, que las apariencias engañan.

Yo seguía trabajando de lo mío en este nuestro tiempo de post apocalipsis, es decir, limpiando oficinas. Diez años después de que todo colapsara, parecía que las cosas iban tomando su buen rumbo. Yo ganaba un sueldo muy bueno, mucho más bueno que antes de la mortífera pandemia. Trabajaba directamente para el gobierno y no debía preocuparme por mi alquiler o por el alto coste de mis medicamentos. Gracias a algo que no sé lo que es, la verdad, mi vida ahora era mejor de lo que jamás había sido. 

Ya casi había anochecido cuando salí del edificio para dirigirme a casa. No estaba lejos, en el mismo pueblo, a unos quince minutos caminando. Estaba refrescando y agradecí haberme llevado una chaqueta que me coloqué nada más pisar la calle. Saqué mi móvil de la mochila antes de ponerme en marcha y marqué el número de mi hermana.

—¡Ya tardabas, hija!
—Con un “¿qué tal, Estrella?”, creo que estaría mejor como apertura a mi llamada. ¿No crees, Patricia?
—Bueno, bueno. No te pongas así, hermanita. Es que normalmente me llamas antes. ¿Vas a venir mañana a la finca?
—No sé… estoy muy cansada. Esta semana se me ha acumulado el trabajo.
—Te digo, Estrella, que deberías venir y así papá también te ve mientras comemos todos unas costillas de cordero. Que ya sabes que salen bien ricas en la parrilla del patio. ¿Qué dices, Paco?
—¿Eh? ¿Qué?
—No, nada… Paco. Que me dice que te vengas, que va a hacer su espectacular “all i oli” para chuparte los dedos.
—Ay, Patricia. Iré gracias a tu marido. No puedo resistirme a la salsa que hace mi cuñado favorito.
—El único que tienes.
—Ñi, ñi, ñi, el único que tienes. Tú sí que necesitas relajarte.

Fue en aquel momento cuando noté un olor muy conocido. E del de alguien que ya está podrido por dentro. Al dejar de hablar pude escuchar sus pasos, lentos y arrastrados.

—Patricia… ¿Puedes esperar un momento pero siguiendo al teléfono?
—¿Qué pasa? Me estoy poniendo nerviosa.
—Te necesito tranquila, ¿vale? Pero creo que alguien me está siguiendo.
—¿Detrás de ti? ¿Ves quién es? Si a estas horas no suele haber casi nadie por esas calles.

Entonces, apreté el paso. Mi hermana estaba conteniendo la respiración al otro lado de la línea. El sonido del caminar resonaba con más claridad, y aquel olor que conocía demasiado bien, inundaba mis fosas nasales. Me giré sin ningún pudor para poder ver quién me seguía pero, no pude distinguir su cara oculta entre las sombras. Pero lo cierto era que una figura tambaleante venía a mi dirección.

—Estrella, dime qué está pasando.
—Confirmado. Alguien me sigue. Alguien tambaleante que podría ser un…
—¿Estás segura? ¿No podría ser alguien que ha bebido de más y está borracho?
—No lo creo. El olor… Es ese olor… Creo que es uno de ellos.
—¿Pero qué dices? ¿No es algo imposible? Hace años que no…
—Si eso yo lo sé. Se supone que todo esto está controlado. Pero tengo que ponerme a salvo, y para eso, tengo que colgar. Se está acercando y si estoy pendiente del móvil, no tendré el control total para lo que pueda pasar.

Por mi mente cruzaban un montón de pensamientos atropellados. Recordar el hedor que desprendían los primeros infectados, antes de que se implementaran los controles y la medicación para los portadores como yo. Colgué la llamada después de decirle a Patricia que la quería mucho. Y a papá. Y a Paco.

Me paré en una esquina para hacer ver que buscaba algo en el bolsillo de mi mochila, y cerciorarme de si aquel individuo, aquel lobo que se fijó en la mujer de la mochila roja, venía de verdad a por mí o seguía su camino. Quizás, a pesar de todo, era un pobre diablo que iba a casa a dormir la mona… Pero eso no ocurrió.

Con su aliento casi en mi nuca, aquel olor dulzón y pútrido me revolvió el estómago. Con todo mi cuerpo en tensión, me giré con brusquedad hacia mi perseguidor. Frente a frente, aquel hombre con enormes ojeras negras bajo sus ojos. Aún no era un zombi aunque no le quedaba mucho para la transformación.

—¿Se puede saber qué quieres de mí? —Dije con más miedo que convicción.

Aquella era la primera vez que estaba delante de alguien así completamente a solas. Éramos solo él y yo en una pequeña calle vacía y de noche. Él se quedó mirándome fijamente durante unos largos segundos. Sus ojos oscuros tenían una expresión desesperada, mezclada con una especie de anhelo retorcido. Fue entonces cuando habló y al fin supe qué quería.

—Siempre quise entrar en el exclusivo club 48.
—¿Y qué tengo yo que ver?

Aquellas palabras parecían no tener sentido hasta que por fin entendí a qué se refería y qué pintaba yo en todo aquello.

—¡Oh, no! ¿O sí? ¿Estás queriendo decir, lo que creo que estás queriendo decir?
—Quiero ser uno de los cuarenta y ocho. Solo eso. Lo merezco. ¿Acaso no puedo?
—¿De dónde eres? ¿Y por qué has venido precisamente a por mí? No te había visto nunca por este barrio. Además… ¿Qué sabes de los 48?
—¿Qué más da eso ahora? —dijo visiblemente alterado—. Sé de la existencia de ese club y de su número reducido, que solamente pueden componerlo cuarenta y ocho agraciados que no se corromperán, ni se convertirán en los asquerosos zombis a los que todo el mundo odia.

Cogí aire y retrocedí instintivamente dos pasos para alejarme un poco más de él. Tenía el cuerpo listo para las dos opciones en estos casos: huída o lucha. El hombre continuó hablando.

—Te vi salir del edificio. De hecho, llevo un par de semanas siguiendo tus movimientos y rutinas. —Carraspeó, y parecía que la garganta le dolía. Tosió espasmódicamente llevándose una mano a su boca y un esputo de sangre oscura le resbaló entre los dedos.
—Mírate. Estás muy enfermo. En las últimas, diría yo.
—Y por eso estoy aquí. Porque quiero salvarme y quiero tu puesto en ese club. Sé que eres una de ellos. De los bendecidos.
—Estás loco, ¿sabes? Loco y enfermo. Necesitas ayuda para acabar con tu agonía.
—Lo huelo aunque intentes ocultarlo. Ese sutil olor. No la hediondez de los que ya caímos, pero tenéis el rastro de lo que nosotros perdimos.

Entonces él empezó a acercarse de forma amenazante. Todo el tiempo sus ojos estaban fijos en los míos. Yo reculé como si estuviéramos en medio de un tétrico baile. Me aferré a mi mochila y busqué en ella las llaves de casa mientras él continuaba con su charla.

—Y además… los rumores cada vez son más fuertes. Se habla de vosotros y vuestro club. De cómo os mantenéis intactos… Que la clave está en vuestra sangre. De algo que podría detener la progresión hasta la despersonalización zombi.

No tuve dudas cuando aquel infectado abrió la boca. El lobo estaba dispuesto a abalanzarse sobre su presa. Yo intentaba mantener la calma y cogí con fuerza las llaves. Apreté el botón del llavero, aparentemente una suerte de mando de garaje. No hubo ni ruidos ni luces. Pero la alarma silenciosa que el gobierno nos da a cada uno de los miembros del club, hizo su trabajo. Nunca había tenido que usarla hasta aquel momento y un sudor frío me heló las sienes.

En menos de dos minutos, llegaron cuatro agentes especiales en dos coches negros blindados y con cristales tintados. Dos minutos que se me habían hecho eternos, intentando mantenerme alejada de aquel hombre que poco a poco, se iba precipitando hacia el final de su vida como persona no muerta. Yo daba gracias infinitamente porque aquel pobre diablo era débil y lento…

Una hora después, tras cerciorarse los agentes de que yo no había sufrido ningún daño, me llevaron a casa. Les di un par de bolsas de la nevera con mi sangre para que extrajeran de ahí el antisuero. Quizás aún no fuera tan tarde para aquel lobo. Quizás, al fin y al cabo, solo fuera un cordero con mala suerte. El caso es que los cuarenta y ocho continuamos siendo los mismos, y que yo no perdí mi puesto en el selecto club español. Sé que en otros cuarenta y siete países cuentan con su propio club y, curiosamente solo hay cuarenta y ocho personas inmunes y que pueden curar en cada uno de ellos. En total somos 2.304 en el mundo con esta condición.

****

Al mediodía siguiente el olor de las costillas de cordero y los pimientos escalibados inundaban el patio. Paco llevaba ya unos cuantos lamparones en su delantal al dar la vuelta a la carne que chisporroteaba. Mi hermana y yo estábamos sentadas bajo la sombra del todo azul y bebiendo té helado. Papá, siempre fiel a sus costumbres, hojeaba el Marca.

—Qué bien que hayas podido venir después de lo de anoche —dijo mi hermana.
—¡Uf! Tiemblo al recordarlo. Aún no me creo lo rápido que pasó todo. Solo necesitaron una pistola táser… Creo que me haré con una, por si acaso me pasa esto otra vez.
—Para eso pagamos los impuestos religiosamente, ¿no? —gritó Paco para que le oyéramos.
—Solo faltaba que no valiese el aparatito ese de las llaves. Si no funcionara, yo si que les iba a dar una descarga y no digo dónde.
—¡Papá! No seas cenizo. Estrella está bien. Y al hombre al menos, han podido contenerle.
—Lo que me escama es que quisiera mi puesto. Aún no sé cómo sabía nada de eso, y cuánto se ha corrido la voz.
—Misterios de la vida, cuñada ——dijo Paco sirviendo los chuletones—. O de la no-vida, según se mire. Lo importante es que la cosa no fue a más. Así que… ¡a zampar! Que este manjar no se come solo.

Paco colocó la fuente en el centro de la mesa. Teníamos escalibada y patata asada como guarnición, además de su famosa salsa “all i oli”. Los cuatro empezamos a comer y hacemos que la tensión de la noche anterior parezca lejana pero, entre trago y trago a mi té helado, sigo viendo los dos ojos negros como pozos de aquel hombre, sin dejar de pensar cuántos más querrán mi plaza y venirme con el sambenito de es que… Siempre quise entrar en el exclusivo club 48.

11/05/2025

Mi vida perruna


Micro Mayo: Vida de perros
de catanddogtank.com




Yo no sé a quién se le ocurrió, nótese la ironía, la frase “vida de perros” para referirse a una llena de calamidades… Yo vivo en una casa con agua y comida infinitas, un patio enorme, largos paseos, recogen mis cacas y me dan amor. Estoy encantada con mi vida de perruna.

01/05/2025

Quien espera, desespera

Microrreto: La espera

La vida no es más que una concatenación de cosas que pasan, o no, mientras esperamos. Esto es irrefutable.

Y aquí me encuentro, esperando a no sé el qué, con mi espalda apoyada en una vieja puerta de hierro mientras mi cordura intenta escaparse elucubrando sobre esperar. Y es que suele decirse que quien espera, desespera.

Todos hemos esperado una llamada, los resultados de una analítica, a ser despachados o atendidos en la cola de cualquier banco, supermercado, en correos, en la parada de bus o en cualquier andén. Esperamos tanto de pie como dentro de algún vehículo, ya sea esperando a que el semáforo cambie al verde o al ámbar parpadeante. Peor aún es esperar en mitad de un atasco sin saber qué hay más adelante, y sin saber si continuar o dar media vuelta si es posible.

Quienes tengan hijos habrán padecido lo que llaman “la dulce espera”. Y ya luego, esperar sus primeros pasos, sus primeras palabras, su primer día de escuela o su mayoría de edad. Esperar a que digan que ya han llegado o que ya están de camino a casa. Nada en el mundo desespera más que el saber de tu retoño.

En definitiva, vivir es hacer cosas mientras la muerte con su guadaña, nos espera en algún lado. Ella espera y nunca se cansa. No tiene prisa.

Como dije antes, estoy esperando, quizás a ser rescatada antes de que un puñado de zombis tire la puerta abajo.

244 palabras

08/04/2025

Ara Malikian. Intruso

 
ARA MALIKIAN. INTRUSO


"En el Líbano no me consideraban suficiente “Libanés” porque era de origen Armenio; los Armenios no me consideraban suficiente “Armenio” porque había nacido en Líbano; cuando me establecí en Europa no me consideraban “Europeo” porque no había nacido en Europa. Me costó años estar en paz conmigo por lo que soy y aceptar ser el eterno “Intruso” y abrazar la riqueza de mi identidad multicultural.


*Unos videos que grabó mi hija durante el concierto.

Lo único que sabía de él, era porque le había visto un par de veces que fue invitado a un concurso de televisión que antes estaba en una cadena, y ahora, creo que continúa en pantalla en otra y con otro presentador.

Con sus locos rizos, su sosegada voz y la electrizante energía tocando su violín, supe que era un ser humano especial.

El abuelo de Ara Malikian sobrevivió al genocidio armenio al hacerse pasar por violinista, cruzando la frontera en busca de un futuro. Su padre intentó ganarse la vida con el violín, pero no tuvo tanta suerte, aunque vio aptitudes en su hijo y fue riguroso con él para que aprendiera a tocarlo.

La familia de Ara procedía de Armenia, nació en Líbano en 1968, y a mediados de los setenta, época de guerra civil, ser músico podía ser una forma para salvarse. Así que con su talento, consiguió una beca de perfeccionamiento en Alemania, con apenas 15 años- Empezando en la música clásica, con concursos, conciertos como solista o en orquesta, que tiempo después tomó otros derroteros y otras músicas.

Es una persona que puede tocar en Nueva York, París o Londres, como luego en Burriana, Palencia o en mi ciudad, Lérida.

Su mujer, Nata Moreno, es actriz, directora, productora, dramaturga y la artífice del documental sobre la vida de Ara, que ganó el Premio Goya 2020 a la mejor película documental.

Lo que yo vi este pasado domingo, fue a un hombre tranquilo al hablar y tremendamente enérgico y pasional en cuanto su arco roza las cuerdas de su violín. Quedé fascinada. Tampoco me olvido de los cuatro músicos que le acompañan. Simplemente excepcionales los cinco sobre el escenario, los instrumentos, la música, el humo y el juego de luces.

06/04/2025

Las crónicas de Nati: Lentejas en un apocalipsis zombi

VadeReto Abril 2025
El Libro

Madre mía… salvo que no soy policía, no tengo un compañero buenorro y, gracias a la vida, mi ex marido no es mi superior, me siento tan identificada con el personaje de Laura Lebrel...

Yo soy Nati, o Natividad cuando me pongo seria. Ama de casa de toda la vida, madre de dos trastos a los que quiero demasiado y fan acérrima del misterio y los zombis. Acabo de ver la serie por segunda vez para refrescarme la memoria, ahora que está en Netflix, porque siempre me ha gustado su manera en la que resuelve los misterios, con la cabeza en las nubes y los pies en la tierra. Así me gusta verme a mí también.
La cosa es que jamás pensé que acabaría usando los consejos de Max Brooks y su “ZOMBI: GUÍA DE SUPERVIVENCIA”. Un libro que da las indicaciones para una protección completa contra los muertos vivientes, ese libro que tengo casi subrayado entero desde que lo compré en 2008.

Todo empezó el jueves pasado por la mañana. El cerezo del patio comunitario había florecido ya, y los gorriones andaban revolucionados como cada primavera. Yo estaba regando las macetas del balcón cuando vi al vecino del 2ºB arrastrándose por la acera. No caminando lento. Arrastrándose. Con un brazo colgando y una expresión vacía como la de mi ex marido viendo el fútbol. Me llevé la regadera y el susto al pecho, y pensé: “Nati, tranquilízate. Esto tiene que tener una explicación lógica.” Y luego recordé en dónde Max Brooks habla sobre la DETECCIÓN, y así tomar precauciones hacia un posible brote zombi. No lo dudé. Cerré la puerta con llave y echando los dos cerrojos, bajé las persianas, y puse a cargar el walkie que compré por si acaso, como decía Laura: “Nunca subestimes una intuición”. Aunque lo que pasó después todavía me cuesta contarlo sin que se me erice el vello.

Primero, escuché golpes en la puerta de la vecina del bajo. Luego, un chillido de esos que te cortan el aliento. Bajé el volumen de la tele y me acerqué con sigilo. Los pasos, cada vez más arrastrados, pasaban por el rellano. Di gracias al cielo porque los gemelos no habían ido al colegio al estar en la cama con gastroenteritis. Una de las pocas veces que estaban sin armar jaleo. Entonces hice lo que haría Laura: coger apuntes. Cogí mi cuaderno de recetas y en la última página empecé a anotarlo todo. Hora. Sonidos. Dirección. Me sentía como ella, resolviendo el caso desde casa, entre la colada lista para tender y las lentejas a medio hacer.

Al mediodía, el vecindario estaba sumergido en un silencio absoluto. Ni un solo coche, ni niños en el parque. Saqué la guía zombi y repasé las instrucciones sobre hacer barricadas. Coloqué la cómoda contra la puerta, reforcé las ventanas con los estores de madera del salón y hasta escondí el jamón en la bañera, por si había que resistir unos días. Y en medio del caos, sonó el teléfono fijo, y eso sólo significaba una cosa. Mi madre, que vive en las afueras. “Nati, ¿tú también los has visto? Están por todos lados. Me recuerda a las películas esas horrorosas que te gustan a ti…”. Y así nos pasamos un cuarto de hora compartiendo teorías. Que si un virus raro, que si una nueva droga, que si un reality extremo de esos que hacen ahora. Pero yo lo sabía. Lo sabía desde que vi al vecino del 2ºB. Esto era de zombis. De los de verdad. Y si quería sobrevivir y salvar a mi familia, tenía que pensar como Laura y actuar como Brooks.

Por la tarde, después de tomarme un té, me armé con el recogedor pequeño que tengo para los rincones, la linterna del camping y una cacerola de hierro fundido. No tenía katana, pero la imaginación es el mejor arma de una ama de casa. Decidí bajar al trastero porque necesitaba provisiones, y allí guardaba mis conservas de tomate y melocotón. Al abrir la puerta del piso, el pasillo estaba vacío. Sólo el eco de pasos lejanos y un olor dulzón, como a flores marchitas.

—Primavera... —murmuré. Hasta el apocalipsis tiene su estación.

Llegué al ascensor, pero bajé por las escaleras, despacio, escuchando cada crujido. En el segundo rellano vi al portero. O lo que quedaba de él. Llevaba aún su gorra, pero sus ojos vacíos y un trozo de brazo colgando lo delataban. Me agaché detrás del carrito de la señora del 5º, que por suerte aún tenía dentro una revista vieja del corazón. Con eso le hice un señuelo que lancé por el pasillo, y mientras el pobre se arrastraba hacia Isabel Pantoja, yo bajé corriendo hasta el trastero. Y allí, entre latas y cajas, lloré. Dos lágrimas recorrieron mis mejillas. Sólo dos, y luego, me sequé con el trapo mientras me decía:

—Nati, tú no vas a ser la siguiente. Tienes lentejas, instinto y sabes usar la olla exprés como nadie.

Y entonces supe que debía organizar un refugio de barrio. Si Laura podía con tres crímenes mientras eliminaba los piojos de las cabezas de sus gemelos, yo podía con esto. Así que salí de allí con el cazo como escudo y la determinación en los ojos. Porque, mientras en el mundo todo se venía abajo, en primavera… las guerreras florecen.

Continuará...

03/04/2025

Conectados

 
CONCURSO DE RELATOS 46ª Ed.
Momo de Michael Ende
Blog: El Tintero de Oro


Nenúfar y Amapola eran dos hermanas gemelas que siempre iban juntas a todas partes. Vivían en el Bosque Verde, donde los árboles susurraban canciones antiguas y los ríos reflejaban la luna y las estrellas, ya que aquel era uno de los pocos lugares en donde aún se podía ver un cielo estrellado.
Desde bien pequeñas, las jóvenes habían soñado con visitar el mundo más allá de su bosque, un territorio extraño del que sólo conocían rumores y cuentos prohibidos, ya que los mayores de la aldea no querían escuchar nada sobre ello.

–Debemos encontrar la manera de cruzar –dijo Nenúfar con rotundidad.

La sabia Junco, la guardiana del bosque que estaba recolectando setas, las escuchó y sonrió a la vez que les lanzaba una propuesta, ya que creía que serían algo difícil para las chicas.

–Mirad, niñas. Si podéis resolver el acertijo que os voy a decir, os encontraréis con el secreto para atravesar la barrera. Así que escuchad atentamente:

“No tengo boca, pero hablo sin cesar.
No tengo oídos, pero siempre escucho. 
No tengo cuerpo, pero vivo y muero con el tiempo.
¿Qué soy?”

Las hermanas se miraron pensativas durante un buen rato hasta que al fin, se fueron a recorrer el bosque que tanto conocían, observando los hongos luminiscentes, las luciérnagas danzantes y las hojas que susurraban palabras en el viento.
Una suave brisa sopló alrededor de Nenúfar y Amapola, y sus melenas color caoba se movieron al son de un eco de palabras muy antiguas. Entonces, Amapola cerró los ojos y sonrió.

–La respuesta es el eco, Nenúfar. Ni más ni menos que el eco. –dijo con seguridad.
–¡Claro! –Exclamó Amapola. –Porque no tiene boca, pero “habla” repitiendo sonidos. No tiene oídos, pero “escucha” porque necesita un sonido original para repetirse…
–Y no te olvides de que no tiene cuerpo, pero “vive” mientras el sonido resuena y “muere” cuando se desvanece.

Entonces, la barrera del bosque se desvaneció, revelando un mundo desconocido lleno de luces y sombras. A su vez, la luz de la luna iluminó sus delicadas alas y las hermanas fueron conscientes de lo diferentes que se veían al resto de seres. Eran dos bellas y atrevidas hadas dispuestas a descubrir los secretos del mundo de los humanos. Aunque rápidamente, lo que encontraron las llenó de horror y desazón. La ciudad estaba sumida en un silencio antinatural, roto nada más que por el zumbido incesante de pantallas brillantes. Aquellas personas caminaban con pasos torpes, y sus rostros iluminados por la luz azulada de sus dispositivos poseían unos ojos vacíos, sin chispa, sin vida. Como unos zombis errantes.

–Esto no es lo que imaginábamos, hermana… –susurró Amapola, aferrando la mano de Nenúfar.

Las criaturas de las que se decía que eran humanas, se movían como espectros atrapados en un trance perpetuo. No hablaban ni reían. Simplemente deslizaban sus dedos sobre las pantallas táctiles, consumidos por las imágenes y palabras sin sentido. Unos pocos alzaban la vista por un instante, pero al encontrarse con las hadas, sus miradas eran frías y vacías antes de volver a posarse en sus móviles, tablets u ordenadores.

–Debemos irnos –instó Nenúfar con su corazón latiendo tan fuerte que pareciera que se le fuera a salir por la boca.

Pero antes de que pudieran volver atrás, una sombra se alzó detrás de ellas. Un ser más grande con cables serpenteando desde su cabeza y con una voz mecánica que susurraba:

“Conectados. Debéis estar todos conectados”.

Nenúfar y Amapola gritaron. Desplegaron sus alas para elevarse en el aire, y volar hacia la barrera del bosque comenzaba a cerrarse. Se apresuraron hacia la apertura con el eco de unas voces monótonas persiguiéndolas.
Justo cuando cruzaban el portal, escucharon un último susurro:

–Sólo es cuestión de tiempo… porque tarde o temprano, todos acaban conectados.
Cuando finalmente volvieron al bosque, supieron que nunca más abandonarían el Bosque Verde para volver a cruzar a aquel desgraciado mundo.


650 palabras

19/03/2025

La garganta de Alardos

VadeReto Marzo 2025
Información sobre la Garganta de Alardos AQUÍ


La mente de Débora viajó hasta sus ojos que se llenaron con un recuerdo de su niñez. Aquellos ojos que cuarenta años antes se habían metido en la bolsa con las cosas para el baño, encontrándose de lleno con el vivo color rojo de su bañador.

En su recuerdo, la mujer convertida en niña de nuevo, se vio embutida en aquel bañador y pisando con sus cangrejeras azules, las alfombrillas del Simca 1200 de su padre. También el coche era de color azul. Su padre al volante, su madre de copiloto y, sus dos hermanos y ella en el asiento de atrás, se pusieron en marcha bajando las cuestas de Madrigal de la Vera  para llegar hasta Cuatro Caminos, coger la carretera y en menos de diez minutos, adentrarse en los dominios de la Garganta de Alardos.

El cerebro de Débora iba dando botes al recordar los badenes de la pista hasta llegar a la zona de baño. Sus ojos se abrían viendo los coches de los veraneantes con matrículas de diferentes lugares del país, incluso algunos con las de otros países. CC de Cáceres, M de Madrid, AV de Ávila, TO de Toledo, eran las que más abundaban. Bastantes B de Barcelona, para lo lejos que estaban. Y su Simca, como un rebelde, el único L de Lérida. Pero ella se sentía en casa. Estaba en casa. Ella no era una simple turista porque la familia de su padre era de allí y todo el mundo le conocía. Todos les conocían. Sus abuelos vivían en el pueblo, y sus bisabuelos habían vivido también allí hasta no hacía mucho.

La familia de Débora bajó del coche. Caminaron entre las piedras de la garganta y colocaron las toallas a la orilla de un charco. Había que meterse con cuidado en las frías y cristalinas aguas, pues venían de la Sierra de Gredos, en donde aún en julio, podían quedar restos de invierno en forma de nieve. Agua limpia sin sal y sin cloro, en donde refrescarse del calor del verano. Jugar, chapotear, nadar, ver los pequeños pececillos que se acercan sin vergüenza y espantarlos para verlos salir nadando con rapidez.

Tras toda la tarde en la garganta y cenar en uno de los bares del sitio, los recuerdos de Débora le trajeron el cansancio por tanta diversión, la piel roja por el sol y el olor a After Sun para mitigarlo. La mente de Débora cambió el rojo de su bañador por el negro de la noche cuarenta años después, para sumirse en un reparador sueño, durmiéndose pensando si alguna vez iría a aquel lugar donde que no visitaba desde hacía más de treinta años.


01/03/2025

A, de, ene

Microrreto: Tintero derramado


Cuando nos enamoramos, la mayoría de las veces, no nos paramos a pensar en las consecuencias de ese amor, y mucho menos, en las consecuencias del desamor que quizás llegue también con el tiempo… Ese tiempo cíclico y caprichoso que gira como una rueda y hace volver modas pasadas, lo vintage, incluso repetirse tremebundos capítulos de la historia de la humanidad.
Pero cuando un amor se acaba, ¿qué nos queda? ¿Son todas las parejas pasadas iguales? Pues ya os digo yo que: rotundamente no. Todos nuestros ex han dejado una impronta en nosotros, ya sea buena, mala, regular o con matices. De todas aprendemos algo aunque al principio seamos incapaces de verlo. En la mayoría de las veces no quedamos con su recuerdo en nuestra memoria. Hay quienes lo guardan todo, incluso las fotos. Personalmente, a mi no me gusta guardarlas, ya que en mi recuerdo quedan sus caras.
A veces te gustaría no tener ni que acordarte de ese ex que te dejó en la estacada cuando más lo necesitabas. Querrías olvidarte de su cara, pero no puedes, ya que no solamente compartes aún una hipoteca a treinta años. Le ves aunque no esté. Le ves apareciendo en la cara de tu hija que ya es una mujer. Sale a relucir en alguna mueca, su cara es una mezcla de ti y de él, y entonces te acuerdas de que un día os quisisteis y tuvisteis un deseado bebé. Dieciocho años de genética compartida y pensamiento propio te miran con sus ojos, esos que sí son heredados de ti, y aunque su padre a veces pueda llegar a desesperarte, no le odias. Querrías odiarlo, pero no lo haces porque hace mucho tiempo que pasaste todas las etapas de aquel duelo que parecían la muerte misma… y porque te ha dado lo más preciado que tienes en esta vida, tu hija.


211 palabras

14/02/2025

Sanguijuelas

Relato presentado a
San Valentín de Terror 5


El pequeño pero profundo lago estaba junto a la cabaña heredada por los padres de Nereida, en un bosque escondido. A simple vista, parecía un paraíso que rara vez era visitado. Los rumores contaban de sombras bajo el agua y de voces ahogadas, pero aquella chica rebelde y obstinada, no creía en supersticiones.
Tumbada en su habitación, la adolescente abrió su WhatsApp para hablar con Hugo, su eterno enamorado.

Nereida: Holis!!!  Ya estoy en el lago. Es como un cuento 😍
Hugo: Vaya, ¿y no me invitas? Suena genial… pero cuidado con los caimanes.
Nereida: No seas lelo. Sólo hay ranas y bichos raros.
Hugo: Bichos raros… igual hay un monstruo en el lago que te secuestra. Muajaja 🤡
Nereida: Sí, una babosa hambrienta de chicas guapas como yo 😜
Hugo: Al menos, sé dónde buscarte si desapareces. Aunque no prometo ser tu héroe salvador.
Nereida: ¿No saltarías por mí? Qué pena.
Hugo: Ok. Si desapareces, haré un TikTok épico buscándote. “Chico arriesga su vida por su crush en el bosque”. ¿Qué tal?
Nereida: Gracioso es, pero te dejo porque he de deshacer la maleta 🤗
Hugo: Hasta luego 😘

Esa tarde, cansada de sudar, Nereida decidió refrescarse en el lago. Se desnudó y se sumergió en el agua. Soltó un pequeño grito porque el agua helada contrastaba con el calor del ambiente. En el agua se olvidó del mundo y flotó en silencio. Pero al poco rato, unas negras sanguijuelas se pegaron a su piel. Nereida intentó quitárselas, pero pegadas en su carne, se hundían cada vez más. Lo extraño era que no sentía dolor, sino un calor recorriendo todo su cuerpo, como si las criaturas inocularan algún tipo de anestesia.
Tambaleándose, salió del agua al borde del vómito, con la piel llena de marcas rojas. Al llegar a casa, se sentía distinta. Sus sentidos se habían agudizado. Podía oír los insectos bajo la tierra y ver con claridad en la oscuridad. Nunca había experimentado algo así, pero no dijo nada e intentó ocultar lo ocurrido a sus padres, y aunque la notaron rara, lo achacaron a la edad del pavo.
Después de la cena, sin que Nereida hubiera comido nada, dijo que se iba a dormir. Dos minutos después, su madre aparecía preocupada.
—Cariño, ¿va a bajarte la regla?
—No creo…. aún no me toca.
—Quizás hayas sufrido un golpe de calor. Descansa y cualquier cosa, nos llamas a papá o a mí. ¿Vale, cariño?
—Sí, mamá.

La casa dormía, aunque el sueño de Nereida comenzó a agitarse. Su piel era ahora de color ceniza y sus ojos, antes verdes, eran completamente negros. Sus dedos se alargaron, con uñas que parecían garras, y de su espalda emergieron unas protuberancias viscosas. Su lengua había crecido más de lo normal, volviéndose rasposa como la de las sanguijuelas. Contrariada, saltó de la cama sintiendo una insaciable necesidad de agua. No era sed; era algo más profundo, una llamada ineludible. Su cuerpo y su mente estaban cambiando. Los recuerdos de quién era comenzaron a borrarse, siendo reemplazados por un hambre que no era normal.
Nereida salió de la cabaña y se paró frente al lago. Las aguas negras se agitaron y de ellas emergieron unas figuras deformes como ella, con piel viscosa y largas extremidades. Eran las hijas del lago que habían caído en la misma trampa que ella, siendo ahora depredadoras que atrapaban a cualquiera que se acercara. Aquel era un lugar maldito donde sus aguas ocultaban horrores.
Al día siguiente, los padres de Nereida se preocuparon cuando vieron que su hija había desaparecido. Su madre recorrió el sendero hacia el lago llamándola a gritos, mientras su padre encendía un fuego en el patio, confiado en que la luz guiaría a su hija de vuelta. Pero cayó la noche y Nereida no aparecía. Entonces, alertaron al pueblo y organizaron una batida en la que vecinos y forasteros revisaron el bosque a fondo. Sólo hallaron un trozo de tela de su camisón flotando en el lago. Su madre vio en ello la confirmación de algo terrible, pero su padre, negándose a perder la esperanza, no aceptaría lo peor. Tres días después de la desaparición, Hugo y sus padres fueron a apoyar a los padres de Nereida. Todos se conocían desde que los chicos iban a preescolar.

Una tarde, recién entrada la noche, Hugo estaba junto al lago, cuando creyó escuchar un murmullo. La voz era baja y distorsionada, pero supo que era Nereida. Él se metió en el agua, ignorando el frío que helaba sus huesos. Aquella voz le llamaba con dulzura, pero cuando llegó al centro del lago, la superficie se rompió y emergió Nereida, aunque ya no parecía ella. Su piel era gris y sus ojos, dos pozos oscuros. Una boca inmensa con dientes afilados, sonreía con una expresión antinatural. Su cuerpo, cubierto de lodo, se movía de forma malsana bajo el agua.
“Hugo…” dijo Nereida con una voz gutural, estirando los brazos hacia él.
El chico retrocedió aterrado, pero una fuerza invisible le acercaba a ella. Quería huir pero no podía. Cuando estuvo al alcance de sus garras, Nereida lo hundió en el agua con una fuerza sobrehumana. No era odio ni rencor, sólo la necesidad de su nueva existencia. El hambre.
Al día siguiente, el cuerpo sin cabeza de Hugo apareció en la orilla. El pecho estaba perforado por decenas de marcas de dientes. El pueblo se llenó de miedo, y la madre de Nereida, al borde de la locura, comenzó a advertir a todos sobre el lago. Dijo que sus sueños le dijeron que su hija seguía allí, pero que se había convertido en un monstruo.
Poco después, sólo la madre de Nereida quedó en el lago, sentada en el porche, esperando a su hija. No le importó que su marido se rindiera y volviera a la ciudad. Y una noche, cuando la niebla flotaba en el lago, le parecía ver una figura a lo lejos. Una figura grotesca, que de alguna manera, seguía siendo Nereida.

04/02/2025

La reina del mar

 
CONCURSO DE RELATOS 45ª Ed.
La isla del tesoro de R. L. Stevenson
Blog: El Tintero de Oro


Un sol rojo caía como fuego sobre el horizonte. En la proa del Reina Indomable, la bucanera Mel Morgan se mantenía erguida mientras el viento enredaba sus salvajes rizos cobrizos. Sus ojos, oscuros como el café más amargo, oteaban el mar con la ferocidad de quien había sobrevivido a demasiadas tormentas. Su corsé de cuero marrón, adornado con hebillas de bronce, sus botas hasta la rodilla y su porte, le daban el aspecto de una capitana que exigía respeto. Llevaba buscando desde siempre lo que su padre no pudo encontrar: el Trono de las Mareas. Se juró encontrarlo con ayuda de su singular tripulación: 
Lucho Mano Rápida, esgrimista y duelista mortal. Criado en las costas de Cádiz, su simpatía y destreza eran ya una leyenda.
Quino el Silente, el cartógrafo siempre callado. Algunos decían que el diablo le había robado el habla. Nadie le había escuchado hablar, pero sus mapas eran los más precisos.
Tico, un loro que maldecía en siete idiomas. Se rumoreaba que había pertenecido a un arruinado y mujeriego noble francés.
Finn el Rojo, artillero del barco, de rubia barba trenzada y un parche que cambiaba de ojo según el día. Según él uno de sus ojos veía el futuro y el otro el pasado.
Akiko la Hafu, una curandera mitad japonesa, mitad española versada en todo tipo de venenos y pócimas. Su calma era tan afilada como el puñal que llevaba oculto en la manga.
Marco el Pálido, el timonel experto en leer las estrellas. Su albinismo le daba un aire sobrenatural, y sus ojos reflejaban la melancolía de quien había amado y perdido demasiado en la vida.
Las siete almas se habían embarcado para encontrar el Trono de las Mareas, un artefacto capaz de controlar los océanos. Según la leyenda, el Trono se encontraba en la Isla Negra, un lugar rodeado perpetuamente de niebla y bajo el manto de antiguas maldiciones.
Cuando llegaron, tras pasar mil aventuras y contratiempos, la isla les recibió llena de niebla y rocas negras como obsidiana. No les fue difícil encontrar el Trono,  pero tras ellos también había llegado el Capitán Dorian Crow, el traidor y antiguo mentor de Mel, deseoso por poseer el tesoro.
La caverna del Trono de las Mareas, era una catedral de piedra viva recubierta de musgo fosforescente donde las olas chocaban con ritmo irregular y agitado.
El Reina Indomable estaba anclado a lo lejos, apenas visible entre la niebla. La batalla empezó en la caverna con el choque de las espadas de Mel y Dorian, los gritos de la tripulación y una estruendosa tormenta en el exterior. Dorian, con su chaqueta deshilachada y el cabello negro pegado a la frente por el sudor, irradiaba una furia casi animal. Sus ojos grises y desesperados ardían con rabia. Mel tenía una herida en su mejilla que le ardía, pero no se inmutó, manteniendo su espada curva con la precisión de una maestra.
—¿Tanto quieres un trono que jamás podrás sostener? —espetó Dorian con su voz ronca y cansada, escupiendo sangre al suelo.
—No soy yo quien está arrodillado ante su propio fracaso, —respondió Mel con una voz tan cortante como el filo de su espada. Se lanzó hacia él con sus botas resonando en la piedra húmeda.
El choque de sus hojas fue un estallido metálico que reverberó por todo el lugar. Dorian contraatacó con una serie de rápidas estocadas con técnica impecable, pero Mel esquivaba con la gracia de una ola sobre la superficie del mar. Sus movimientos eran como un baile letal.
—Tú eras mi mejor aprendiz, —bramó Dorian mientras su espada rozaba y hería el hombro de Mel.
Ella retrocedió para limpiarse la sangre con el dorso de la mano.
—Y tú eras alguien a quien alguna vez respeté, —dijo, girando sobre sí misma y lanzando un tajo que Dorian apenas pudo bloquear—. Pero el respeto se pierde más rápido que la lealtad en el mar.
Dorian embistió cegado de ira y la derribó al suelo. Su espada descendió en un arco mortal, pero Mel rodó hacia un lado y la hoja chocó contra el suelo. Ella se incorporó de un salto con su respiración agitada y sus ojos oscuros brillaban con determinación. Con un grito desafiante, la pirata se abalanzó contra él. Sus espadas chocaron de nuevo en un crescendo implacable. Dorian flaqueaba y sus golpes eran cada vez más desesperados. Mel, en cambio, parecía más fuerte con cada paso hasta que, en un giro rápido, desvió la espada de Dorian y le clavó la suya justo debajo de las costillas, atravesando su corazón. El hombre soltó su arma y cayó de rodillas, boqueando como un pez varado en la orilla.
—No entendías que yo nunca quise ser como tú, —susurró Mel, inclinándose para sostener su mirada hasta el último aliento.
Al principio, Mel Morgan se quedó quieta con el eco de la lucha muriendo en la distancia. Se giró hacia el Trono de las Mareas, tallado en coral rojo y nácar, irradiando un poder crudo y antiguo. Caminó hacia él, haciendo resonar sus pasos. Se sentó despacio, y las aguas alrededor de la isla se arremolinaron. El mar la reconocía y aceptaba, pero ella no sonrió y se levantó. No se sentía cómoda.
Giró sobre sus talones y se marchó junto a su tripulación. Mel Morgan no necesitaba un trono para ser una reina. El mar ya era suyo.


897 palabras

10/01/2025

DoZe + uNa: Un mundo donde los muertos caminan

portada del eBook DoZe + uNa
una historia de Noelia de la Flor Ruiz

Anna se despierta feliz para ir a trabajar. Después de mucho esfuerzo, por fin podrá tomarse unos días de vacaciones junto a su pareja, pero antes, debe ultimar unos detalles de su proyecto en los laboratorios donde trabaja. Aunque no contaba con que su compañero, Julián, cayese enfermo, propagando un letal y desconocido virus.

Anna es la primera de las trece (doce más una) protagonistas que componen esta historia, que entre todas tejen la trama. Todas ella pertenecen al género femenino.
¿Quieres saber cómo se las vieron en medio de este terrible apocalipsis que empieza en el pueblo leridano de Alcarrás?

Anna, Teresa, Gisela, Camila, Luna, Victoria, Laura, Elvira, Sonia, Coco, Ama, Puy (las doce) y Zoe (la más una) son los hilos que entretejen esta historia a través del tiempo. Aquí no hay heroínas. Nada más que protagonistas reales, con sus aciertos y sus fallos.

Esto es lo que nos muestra DoZe + uNa: trece historias de encuentros y desencuentros en medio del caos. Mi primera historia larga y mi único libro como autora.
Está hecho con muchas ganas y mucha ilusión y he tardado unos dos años en decidirme a que saliera a la luz. Dadle cariño a esta obra de una novata autodidacta.

Podéis leer una muestra y obtenerlo en Amazon pinchando AQUÍ

Gracias a todos quienes al menos, os paséis por aquí

03/01/2025

Ley de vida


Microrreto: En torno a la vejez
Blog: El Tintero de Oro

Se deteriora el coche, la casa, o el lápiz con el que ya es imposible escribir de lo gastado que está.
Esto puede solucionarse arreglando, reformando, o adquiriendo otro nuevo como reemplazo. Pero todo tiene un límite, y llega un momento en el que algo no puede arreglarse, reformarse o reemplazarse.
Todo ser vivo envejece, incluidos nosotros los humanos. Hacerse mayor es ver tu cuerpo cambiar a más velocidad que tu propia mente. Tu cabeza se siente más joven que tus huesos que crujen y articulaciones agarrotadas. Te miras en el espejo y las líneas comienzan a acompañar tu cara, cada vez con más tendencia a la flacidez. Tus canas traviesas se lo dificultan cada vez más al tinte, y te replanteas si continuar con ello o dejarlas en libertad.
Tu hija se hace una mujer delante de ti, pero es algo imperceptible porque la ves cada día. Pero miras las fotos de cuando era pequeña y no te lo puedes creer.
Tu perro cada vez se cansa más y ya no corre tanto. Está más tranquilo, con más ganas de dormir. También en su cara aparecen pelos blancos. Ahora ladra menos, se excita menos. Quiere más tranquilidad.
Pero tus padres… ¡Ay tus padres, si los tienes! Te niegas a ver que ya están en la etapa final de sus vidas… La cosa es saber cuántos años estarán a tu lado y en qué circunstancias lo harán. Si tú, alrededor de los cincuenta, ya tienes achaques, imagínate ellos que pasan con creces la setentena.
No todo el mundo envejece de igual manera. Muchos ancianos tienen una mente prodigiosa pero, no nos engañemos. Hacerse mayor no es emocionante ni especial. Es simplemente haber llegado vivo a cierta edad.
Me he fijado que cuando envejecemos, tenemos una especie de regresión a la niñez, o pasotismo. De ahí que no sepamos muy bien cómo tratar a nuestros mayores.
Ves a tus padres hacerse mayores y te cabreas porque te asustas al ser consciente, por primera vez en tu vida, de que algún día te dejarán huérfana. Maldita ley de vida.

347 palabras

02/01/2025

Las 4 estaciones

Primavera

¿Y tú quién eres? te estarás preguntando. Yo soy la prima Vera. 
Fuera bromas, soy Primavera, la primera.
La que está entre el serio Invierno y el alocado Verano, sin contar al melancólico señor Otoño.
Soy la única fémina de las estaciones del año, tan bonita, tan inquieta, tan caprichosa.
Cuando yo estoy, empieza a subir la temperatura, aunque también pueden caer unos buenos chaparrones y aguaceros.
A veces aún hace frío. Invierno puede llegar a ser un incordio que se resiste a marchar y Verano ¿qué decir de Verano? Es un ansioso que cada vez quiere llegar antes, dejándome menos espacio. 
Algunos me tendréis marcada con una cruz porque traigo conmigo a vuestras alergias. Creedme, no es culpa mía.
Yo soy el despertar de la sangre, el desprenderse de algunas capas de ropa tras el letargo del frío. La que devuelve la luz a los días y aparta a la oscuridad. La que trae las ganas de salir fuera de casa, las de disfrutar de un sol que aún no quema. Del "sol bueno" como dicen  los que en verano se achicharran, y huyen raudos hacia los toldos. 
Cuando yo llego, ya no queda tanto para terminar el colegio. Lo más duro ya ha pasado. Venga, un último empujón y ya lo tenéis, que pronto llegará don Verano Sofocante y tendréis que tirar de aire acondicionado, cuando conmigo casi ni hace falta la calefacción.
Yo soy Primavera, la primera. La que siempre te espera, la risueña, la altanera.
—de la Flor, ¿dónde estás? —dijo el profesor a una joven Noelia.
Aquella niña de doce años no contestó, y sintió como la vergüenza encendía sus mejillas.
Y continuó el maestro:
—Como ya es primavera... ¿Eh, de la Flor? Sus compañeros rieron y ella no supo dónde meterse.
¡Ay, primavera!


Verano

¡Ya estoy aquí!
Soy el calor que te golpea sin permiso, el aliento que sofoca y seca tu garganta. Entro con fuerza, sin que me esperes del todo, barriendo los restos de mi querida Primavera. Mis días son largos, interminables, y mis noches, un remolino de estrellas, promesas y sudor.
Hago que vayas en busca de agua bien fría, refrescos, horchata, helado, hasta de cubitos de hielo, pero sé que en el fondo me quieres. Quizás te guste la playa, o a lo mejor la piscina. Eso sí, elige una buena crema para el sol abrasador. Soy la chispa que enciende tus sentidos, el roce del viento cálido sobre tu piel desnuda. No hay sombra que escape de mi presencia. Incluso cuando te resguardas, sigo ahí, colándome por las rendijas, recordándote que no es nada fácil escapar de mí.
Te traigo fruta madura que gotea entre tus dedos, siestas lentas bajo el canto incesante de las cigarras y cielos que arden en colores al atardecer. Soy la arena que se queda entre tus dedos y el salitre en tus labios tras un día en el mar. Soy vacaciones, guiris, chiringuitos y luz. Un poco golfo.
Sé que a veces me maldices, sobretodo cuando crees que todo parece arder. Pero soy así… Intensidad, exceso, la vida desbordándose en cada esquina. Porque soy un punto sin retorno, el clímax del año, el resplandor que anuncia que, después de mí, todo comienza a apagarse.
Mírame bien. Soy el sol alto en el horizonte, soy el tiempo que se dilata. Soy las risas en los parques, las hogueras en la arena y las tormentas eléctricas que refrescan lo que yo mismo calcino. Soy Verano, y aunque siempre vuelvo, jamás seré igual dos veces.
Ahora dime… ¿Qué harás conmigo antes de que me desvanezca hasta el año que viene?


Otoño

Permítanme que me presetne: soy Don Otoño, el caballero que entra después de los excesos de Verano y antes de las penurias de Invierno. No me verán llegar alborotando; prefiero el arte de lo sutil. Me deslizo con elegancia con mis colores colóres y con días algo más frescos que seguro agradecen después del ardor del sol.
Saludo con la primera hoja que cae al suelo, con ese viento que acaricia las ramas y obliga a los pájaros a prepararse para sus largos viajes. Soy un viejo amigo que viene a recordar que todo en la vida es cambio, pero que incluso la transición puede ser hermosa. Los árboles desnudan sus ramas en un gesto sabio de desapego, y los campos, agotados después de la cosecha, se preparan para un merecido descanso. ¿No lo sienten en el aire? Ese olor a tierra húmeda y madera quemada, ese crujir bajo tus pies, soy yo, dándoles la bienvenida a mi reinado.
Pero no piensen que sólo traigo nostalgia. También porto momentos de recogimiento y plenitud. Soy el custodio de las cosechas abundantes, de las cenas alrededor de mesas con frutos y moscate. Soy las tardes en las que el sol aún calienta, pero el viento ya susurra historias de lugares lejano.
Y cuando la lluvia comienza a caer con más frecuencia, no es para entristecer a nadie, sno para dar de beber a la tierra. Les invito a caminar conmigo entre los árboles dorados, a saborear la calidez de un café mientras escuchan cómo el viento canta en las ventanas.
Este soy yo, don Otoño, el poeta de las estaciones, el puente entre la vida exuberante y el sueño que se avecina. Quédense conmigo un rato más, y dejen que mi presencia les envuelva. Prometo no defraudarles.



Invierno

¡Hola! 
Creo que no sabes quién soy. 
¿Eres de los que me quieren? 
¿O eres de quienes me odian? 
Sé que cada vez, nuestra linda Primavera y el señor Otoño tienen menos protagonismo y que, la "lucha" está entre don Verano y yo.
Don Invierno, ese soy. 
La gente se empeña en que esto sea un Barça vs Madrid. ¿Y tú con quién vas? ¿Con invierno o con verano? Y digo yo... ¿para qué elegir? pues todos tenemos nuestras cosillas. 
El verano es más jolgorio y diversión a lo grande, con sus interminables días de sol, luz y calor. De mojitos y sangrías, de paella en el chiringuito, de montaña, de playa, de guiris. 
Yo soy más de casa, de recogimiento, de Navidad, de lotería, de magia, de juguetes y sueños. Reconozco que traigo esa sensación de melancolía por la gente que ya no está con nosotros sentada en la mesa. 
Conmigo acaba un año y comienza otro. hay nieve, o quizás no. Puede haber lluvia, niebla, hielo, escarcha... 
Sentarse frente a una chimenea o acurrucarse frente al televisor en una hogareña tarde de palomitas, película, sofá y manta. 
En verano, si no eres de los que soportas el calor, lo tienes crudo. O estás con el aire acondicionado todo el tiempo,o en remojo como las habichuelas. Y no es plan de ir desnudo, por no decir de lo pegajoso que es en los lugares con mucha humedad. 
Sin embargo, en invierno, puedes ponerte capas y capas de abrigo hasta que le encuentres el punto. Y admítelo, duermes mejor conmigo bajo ese mullidito edredón.
Tengo fama de serio, pero te digo que no lo soy. Intenta disfrutar me así como a las otras tres estaciones. La vida es muy corta, aprovéchala y que tengas un buen Yo. O sea, invierno.