22/06/2022

Midsommar. Herman & Flora

Reto: Por San Juan los días empiezan a acorTar
de Libros.com

   

Las vacaciones de Herman tocaban a su fin, pero me invitó a ir con él a Suecia. Lo nuestro había sido amor a primera vista, así que decidí ir con él a pasar el Midsommar, para regresar a España el primero de julio. 

Niñas y mujeres llevábamos coronas de flores, que simbolizan la suerte. Allí mismo me enseñaron a hacerla. Herman me dijo que debía guardar la corona seca hasta Navidad, y entonces, ponerla en el cuarto de baño para retener la energía.

Estocolmo era fiesta y color, sin tanto calor como en España, el tiempo era magnífico. El majstång, —palo decorado con hojas y flores— estaba ya colocado en el centro.

Herman y yo preferimos estar un poco apartados para mirar como las familias bailaban alrededor de él. Los niños lo pasaban en grande cantando Små grodorna "Las pequeñas ranas", Tre små gummor "Tres ancianitas" y Vi är musikanter "Somos músicos"... Súbitamente, Herman me cogió de la mano y me llevó a un lugar lleno de flores. Me dijo que cogiese siete flores distintas, que él haría lo mismo. Cuando ya las teníamos, me contó la historia sin dejar de mirarme a los ojos. Sus siempre azules y preciosos ojos. 

Debíamos poner las siete flores bajo la almohada esa noche, y si soñábamos con alguien, esa persona sería con quien nos íbamos a casar en el futuro. 

Nunca nos dijimos con quién habíamos soñado porque entonces, no se obraría la magia. Volví a España y durante dos años, viéndonos cuando nuestras agendas lo permitían y hablando todos los días por teléfono, hoy estamos aquí. Muy pocos invitados, los más allegados, están compartiendo este momento con nosotros. Nuestra boda. Tal y como la queríamos. Sencilla, bonita y pequeña, en una playa de Mallorca y en la Noche de San Juan.

18/06/2022

På semester. De vacaciones

Reto: Lecturas veraniegas
de Libros.com


(I)

—Hej! Kommer du från Sverige också?

—¿Qué? What? Sorry? 

—¿Tú no sueca? Sorry. Mi llamar Herman.

—Ja, ja, ja. Está bien. Lo tengo asumido, tengo pinta de guiri. Yo me llamo Flora.

—¿Guiri? Mi, espaniol poquito.

—No pasa nada, podemos hablar en inglés. We can speak in english.

Y así es como empezamos a hablar aquel sueco rubio, alto, guapo y yo. Él no pretendía ligar, o eso es lo que me dijo. Creyó que era sueca, porque yo desayunaba en la barra de la cafetería del hotel donde nos hospedábamos. El noventa por ciento de los huéspedes eran nórdicos. Y bueno, pues creyendo que era una compatriota suya, se acercó a mí para preguntarme si sabía a qué hora se podía acceder a la piscina.

El caso es que, era la primera vez que hablaba con alguien que viniera más arriba de Inglaterra, y pese a tener problemas en clase con los listenings, a él le entendía todo lo que me decía.

Mientras hablábamos, no podía dejar de mirar sus ojos azules, serenos como un cielo despejado, hipnóticos en plan: No puedo dejar de mirarlos.

Yo, que necesitaba de aquellas vacaciones más que nunca, después del exigente año que había tenido. Debiendo pensar en si dar por finalizada la saga de libros entre Eleonora y Arthur durante la Primera Guerra Mundial, o bien, empezar a dar forma a una nueva historia de amor, con todo lo que ello conlleva. Nuevos personajes, nueva época, nuevas tramas, etcétera.

Yo, que tenía el corazón a medio curar. Decidiendo que poner tierra de por medio tras bloquear a mi ex, era lo mejor que podía hacer. No podía creer que aquel guapo vikingo estuviera hablando conmigo. De facciones hermosas y voz envolvente, nos vimos cada uno de los veinte días de las vacaciones.


(II)

Diez de la mañana, temperatura  perfecta, sol suave, pero no puedes fiarte. Siempre puedes quemarte cuando menos te lo esperas.

Dejo el libro de Jorge Bucay en la toalla y rebusco en mi bolsa. Doy con un tubo de crema solar que me dio mi amiga Melani. Curioso nombre para una forofa del bronceado. Ella es de esas personas que están morenas desde marzo hasta octubre sin esforzarse. 

Empiezo a embadurnarme brazos, piernas y abdomen. Herman me ayuda con la espalda. Enseguida estoy rebozada en crema gracias a sus grandes manos. 

Dice que va a ir al chiringuito a por cerveza, y me pregunta si quiero algo. Le digo que un té frío al limón. Nos damos un pico y me guiña un ojo cómicamente. Le veo marchar. ¡Pero qué guapo es! Aún no me lo puedo creer. 

A los diez minutos unos niños me dan un balonazo. Yo les grito, pero hacen como que no me escuchan. Al venir a por el balón, pisan la toalla y casi me pisan a mí. Vuelvo a increparles, pero parece que además de no escucharme, no me ven. 

Diviso a sus padres un poco más allá, y viendo que los niños no paran de jugar sin ningún miramiento, decido decirles algo. 

Me pongo delante de ellos e intento hacerles saber amablemente que, por favor, vigilen a sus hijos, que hay sitio para todos... Ni caso. Parece que tampoco me ven ni me oyen. Grito, salto. Nada. 

Herman llega con las bebidas llamándome. Está delante, a un palmo. Tampoco me ve.

Nerviosa y sofocada, me doy una ducha frotándome todo el cuerpo. 

Al dirigirme a la toalla, Herman me pregunta extrañado dónde estaba. Miro sus manos, las palmas están invisibles... ¿Será cosa de la crema? Debo preguntar a Melani de donde la sacó.


(III)

Tras el incidente de la crema solar, todo transcurrió con normalidad aparentemente. Hablé con Melani sobre lo sucedido, y la realidad fue que me dio un golpe de calor. Volví a ponérmela, y nada raro pasó. La gente me seguía viendo.

Herman me dejó un libro de idiomas Svenska-Spanska, Español-Sueco. No era una novela, pero era muy entretenido y con unas divertidas ilustraciones. Era la hora de la siesta y empecé a notar que el sopor se apoderaba de mí...

—Jag heter Johanna. Och du? 

—¿Qué? ¿Y tú quién eres? 

—JAG HETER JOHANNA. OCH DU? 

—Esto... Jag heter Flora. Creo. Pero no me grites, por favor. 

—Var är Herman? Han är min. 

—¿Puedes hablar en español? Yo no sé tanto sueco. No te entiendo. 

—VAR ÄR HERMAN? VAR ÄR HERMAN???

Yo estaba atrapada en el libro de idiomas con aquella chiflada en una conversación de besugos terrorífica. Me gritaba y se iba poniendo cada vez más roja de ira. Hasta me agarró por los hombros y empezó a zarandearme. Un débil grito escapó de mi garganta. Al abrir los ojos, el preocupado rostro de Herman me estaba mirando.

—¿Qué pasa, my sweet señorita? ¿Un mal sueño? 

—Una pesadilla con una chica llamada Johanna... Por lo que fuese, yo no le gustaba, y decía algo sobre ti. ¡Parecía tan real! 

Herman, traspuesto, sacó una fotografía de su cartera y me la enseñó. En ella, se veía a un Herman una década más joven junto a una chica sonriendo a cámara.

—¿Es esta Johanna? 

—Sí ¡No me digas que me has ocultado que tienes novia! 

—No. Lo era hasta que murió hace dos años en un accidente de moto. 

—Vaya... Así que es eso. Hacía tanto que no me pasaba... Sí, tengo ese don o desgracia. En ocasiones veo muertos.

14/06/2022

La pequeña escapada de Popi

Reto: Y colorin, colorado...
de Libros.com


Popi vio que la puerta no estaba cerrada porque Leire no la había encajado bien. Metió el pico por el hueco, luego la cabeza, y después el cuerpo y dio un saltito a la mesa del balcón. El cielo despejado y luminoso estaba provocando a sus instintos, y echó a volar. Llegó hasta el otro lado de la calle. No podía resistirse al trozo de pan que se acababa de caer del bocadillo de un niño. ¡Qué rico! Estaba untado con tomate y aceite. De repente tuvo que alzar el vuelo de nuevo, pero esta vez con su pequeño corazón latiendo muy fuerte. Un gato de sucio pelaje salió de un solar abandonado, quería que el pequeño Popi fuese su almuerzo.

Aquella fiera había logrado rozarle, y aunque no le hirió, le dejó tocado. El pajarillo verde había caído en el reguero de agua sucia que alguien había tirado en la acera trás fregar el portal de un edificio. 

Un niño y su padre vieron al pobre pájaro que estaba acechando aquel gato de un solo ojo. 

—¡Papá! Mira que pájaro verde más bonito ¿nos lo quedamos?

El padre azuzó al gato para que se fuera y cogió a Popi del suelo. El animalillo empezó a piar nervioso y el hombre aflojó sus manos. Entonces Popi se sacudió el agua de su verde plumaje y voló asustado de vuelta al balcón que tanto conocía. Se metió en su jaula y empezó a piar como loco. 

—Popi... ¿Qué pasa? ¿No tienes comida? 

La chica salió a la terraza a medio arreglar antes de salir a trabajar, y vio al loro con las plumas ahuecadas y comiendo como si no hubiera un mañana. La puerta de la jaula estaba abierta. No entendía nada.  Leire nunca supo de la pequeña escapada de Popi.

10/06/2022

En blanco y negro

Reto: Y colorin, colorado...
de Libros.com


—¡Lola! ¡Lola! ¡Me estoy quedando ciego! 

—¿Pero qué dices hombre? Por qué ibas a quédate cie... ¡Uy! Vaya pinta más mala tienes. Te veo mustio, como gris. 

—A eso me refiero Lola. Esta vez es verdad. Lo veo todo en blanco y negro. 

—¡Ay Alberto! Ahora que lo dices, yo también lo veo todo sin color. ¿Me habrás pegado tu hipocondría? 

—Mira Lola, te quiero mucho, pero por ahí no paso. Ya tengo bastante con lo mío como para que ahora sea yo el culpable de todo. 

—Que sí Alberto, era tan solo una broma. ¿Quién es el más guapo de este mundo hasta en un escala de grises? ¿Dime quién? 

—¿Me has pellizcado el culo, Lola? 


VOZ:

—Atención. Se ruega a los señores Alberto Gómez Sánchez y Dolores Roca Ruiz, que se abstengan de ciertos comportamientos o nos veremos obligados a pasar la tijera de la censura. Esta debe ser una película para toda la familia. Así que sigan ustedes en sus puestos, que la matiné debe continuar. 


—¿Qué ha sido eso Alberto? Ahora sí que ya no me río. 

—¿Pero qué película ni películo? 

—¿Y esas risas? ¡Madre mía! ¿Y si estamos muertos como en la película de la Kidman? 

—¿Los muertos lo ven todo en blanco y negro, Lola? 

—No lo sé cariño, estoy a punto de ponerme a llorar. 


VOZ:

—Señora Dolores, aquí no se llora, como ya dije esta es una película familiar para entretener, no un drama. 


—Pero dónde estamos hijo de pu...

—Alberto, mira. Nuestra casa está casí igual pero este calendario marca junio de 1955, en plena dictadura española. Somos protagonistas de una película de la época, y por eso todo se ve en blanco y negro... 


ALARMA DEL DESPERTADOR


—¡Lola! ¡Lola! Menuda pesadilla he tenido... 

—¡Alberto! ¡Alberto! ¡Me estoy quedando ciega! 

05/06/2022

Bere Nice

CONCURSO DE RELATOS 32ªEd. CUENTOS MACABROS de Edgar Allan PoeBlog: El Tintero de Oro


Mi nombre es Bere Nice y desde bien pequeña, siempre supe que quería ser modelo. Así que nacida en Pasadena, nada más cumplir los dieciséis, empecé a presentarme a todos los castings que podía en Los Ángeles.

Yo caminaba con garbo por el Paseo de la Fama, consciente de las cabezas que se giraban a mi paso. Aunque suene mal que yo lo diga, desde mi metro ochenta, mis curvas perfectas, los bucles de mi pelo dorado por la cintura y la piel ligeramente bronceada, yo les miraba con mis ojos verdes de gata.

Llamé al telefonillo, no podía negar que estaba algo nerviosa por encontrarme con el gran fotógrafo Samuel Legend. La puerta se abrió al instante sin que contestara nadie. Subí a la primera planta y me quedé parada en la puerta entreabierta. Él estaba en plena acción, ráfagas de fotografías enmarcaban a una chica, casi niña, posando tímidamente. Una mujer, indudablemente la madre, estaba situada en una esquina sin perder detalle. Cerré la puerta sin hacer ruido y me coloqué al lado de la señora, saludando en voz baja. Ella me miró de arriba abajo sintiendo un pequeña punzada de celos, al reconocer que su pequeña, nunca poseería una belleza como la mía. Me devolvió el saludo por cortesía, pero yo sabía que en su interior deseaba que todo me fuese mal a partir de ese día.

En quince minutos había terminado la sesión de Layla, que así se llamaba la chica, con Legend. La muchacha tendría su book de manos de un profesional como él gracias a la recomendación de unos amigos de sus padres. Y sí, efectivamente la señora era la madre de la chiquilla, a la cual hacía ponerse colorada cual tomate, cada vez que hablaba con el fotógrafo para resaltar todas las cualidades, reales o no, de su hija.

Cuando por fin Legend y yo nos quedamos a solas, su sonrisa me encandiló. Sus dientes perfectos eran como perlas de nácar. Ni su metro noventa y dos, sus ojos azul cielo caribeño, o sus rebeldes mechones negros escapándose de su coleta baja, me hacían dejar de mirar esos dientes que iluminaban el loft más que cualquier flash.
La sesión empezó y yo saqué todo mi arsenal de poses y posturas aprendidas. Empecé por ir a lo seguro, después a todo lo demás que me había dado tanta popularidad y fama. Las niñas hacían bailes en Tik Tok tratando de imitarme, era toda una celebrity, y jamás había tenido ningún incidente hasta entonces.

Perfectamente peinada y maquillada, me movía segura de mí misma, con mi seña de identidad, una falsa sensación de seriedad. Mi fuerte eran mis ojos verdes, con un maquillaje brillante que recordaba al plumaje de un pavo real, y unos labios rojos que nunca se despegaban demasiado.

Después de unos diez minutos, Legend empezó a decir que probara a sonreír, que quería fotos mías en las que se me viera así, incluso riendo, pasándolo bien. Quería reflejar a una Bere irradiando felicidad.

Pedí que parásemos porque empecé a encontrarme mal, necesitaba beber agua. Tenía la garganta seca por la ansiedad que estaba creciendo en mi interior. Legend solícito, trajo una botella de agua Evian y dos vasos. Nos sentamos en el sofá blanco de polipiel y me cogió la mano preocupado. Yo sabía que sus intenciones eran buenas, pero empezó a decirme que no tenía nada de qué preocuparme, que él sabía de mi trayectoria profesional en los últimos cuatro años. Que a mis veinte años era una de las modelos más valoradas y, que todos los grandes eventos se me rifaban, que eclipsaba a cualquiera en los photocalls. Él no hacía nada más que alabarme, y cuanto más lo hacía, más brillaban sus dientes. Toda la estancia era la luz de su dentadura, yo ya no le escuchaba, nada más que miraba su boca abrirse y cerrarse y su lengua entre sus dientes porque le costaba levemente pronunciar las eses. Yo quería tener unos dientes como aquellos, y no tener que llevar la ortodoncia por mi bruxismo. Por eso no sonreía, y menos aún, reía. En el último momento, Legend se puso realmente pesado, llegando a ser molesto, intentando que yo riera para su cámara, que con mi belleza, en lugar de ser un diez, sería directamente un veinte, que no dejara escapar la oportunidad que ambos teníamos por delante. Los dos mejores trabajando juntos. Él ya cogía mis dos manos. Estaban sudando las suyas, las mías, o las de los dos. Yo ya no sabía nada. El calor estaba nublando mi mente y solo veía sus dientes.

Lo siguiente que recuerdo fue a la policía tirar la puerta abajo y encontrarse con la supermodelo Bere Nice llena de sangre al lado del fotógrafo de las estrellas, Samuel Legend, muerto.

Por las evidencias y pistas que se encontraron, así como por el diagnóstico del forense, le golpeé en la cabeza con un martillo que había en un rincón del loft, que aún estaba en reformas. Luego, con unos alicates, le saqué cada uno de sus dientes perlados. Era increíble, no tenía ni una sola caries. 

Yo estoy tranquila, aunque triste porque no han dejado que me quede con los dientes de Legend.

  • Relato: Berenice
  • Objeto: Dientes
  • Curiosidades: Separé el nombre de Berenice, en nombre y apellido: Bere Nice, para hacer así el juego de palabras en inglés: «Very nice».

02/06/2022

El último dónut

 
Relato presentado  a Tripavacía
(Literentropia)


La camioneta recorría la polvorienta carretera desde hacía horas. No habían visto a nadie con vida durante la última semana y hacía tanto calor que ni las chicharras cantaban. Guada y Lupe necesitaban encontrar pronto algún lugar en el que poder abastecerse de agua y sobre todo comida. Aún les quedaba algo qué beber, pero llevaban sin comer dos días ya, y la sensación de hambre era insoportable. No quedaban apenas casas que no hubiesen sido saqueadas por otros supervivientes, y lo mismo ocurría con los comercios. 

Habían aprendido por las malas a no confiar de primeras en la gente. Solo se tenían la una a la otra. Al fin y al cabo eran primas. Sus padres eran hermanos, los cuales habían decidido poner el nombre de la madre de ambos a la primera de sus hijas, por lo que las dos se llamaban como su abuela Guadalupe.

Guada García, tenía veinticinco años y era la mayor. La única hija de Paco García y Puri Fernández. Con veintitrés, Lupe García, era la hija mayor de Pepe García y Paqui Rodríguez, y tenía un hermano, Borja, diez años más joven.

Cuando todo empezó, las dos se encontraban trabajando e. Guada como dependienta en una tienda de lujo en pleno corazón de la ciudad, y Lupe como becaria en una editorial dedicada a la novela rosa. Se podría decir que ninguna era el estereotipo de heroína aguerrida de la historia, y sin embargo, ahí estaban, con la ropa y el pelo pegados por el sudor y añorando el tiempo en el que se dieron una ducha por última vez, seis meses después de que todo empezase a irse al garete.

No sabían nada de sus familias, aunque probablemente estuviesen muertos, o eso, al menos, eran lo que querían creer, ya que para ellas, sería muy duro saber que podrían ser uno de aquellos no muertos que vagaban por un desolado mundo. Aunque también cabía la posibilidad de que estuviesen vivos, pero cuando hablaban sobre ello, acababan aceptando que lo mejor era ser realistas, y que el porcentaje de vivos era irrisorio, y que ellas eras unas ¿afortunadas? por seguir aún con vida y tenerse como apoyo.

Habían ido turnándose para conducir, su idea era la de encontrar a su familia en Madrigal de la Vera, donde todos se encontraban en el momento del comienzo de la pandemia. Pero antes que nada, necesitaban encontrar comida con urgencia. Vieron a lo lejos el edificio rojo de un supermercado, irían a ver si aún podían encontrar algo que llevarse a la boca. Cuando se acercaron con el vehículo lo más que pudieron a la puerta del comercio, se dieron cuenta de que un grupo de diez zombis se encontraban merodeando cerca la entrada.

—Lupe, tenemos que atacar rápido, están bastante separados los unos de los otros. Así que vamos a ver si podemos cargarnos a cinco cada una. No nos esperan, aunque ya sabes que en cuanto sepan que estamos aquí se nos tirarán encima como perros rabiosos.

—Sí Guada, llevo los dos machetes, y menos mal que la adrenalina por saber que algo de comida puede esperarnos allá dentro, hace que mi cuerpo no sienta el cansancio en estos momentos.

—A mí me pasa lo mismo, pero no nos vengamos arriba, ¿vale prima? Siempre cautelosas.

Y con un golpe de cabeza a modo de afirmación por parte de Lupe, las dos se separaron y fueron a por los zombis que estaban más alejados de la entrada. Con golpes certeros, Guada se cargó a los cinco que le tocaban, clavándoles los puñales asegurando de alcanzarles el cerebro. Lo más fácil era a través de una de sus cuencas oculares sin vida. Le dio un vuelco al corazón cuando reconoció a los vecinos de sus padres, la señora Petra y a su marido Aquilino. Aquel día más que nunca, sintió que acababa con unos zombis por piedad. No entendía el por qué de tanta inquina y rabia en algunas películas del género hacia los no muertos, cuando ellos eran las verdaderas víctimas. Cuando cualquiera de ellos podría ser otro de aquellos seres. Pensándolo friamente, ningún podrido tiene nada personal en contra de nadie para atacarle, matarle o para que se convierta en la misma cosa que son ellos si logra zafarse, y busca refugio cuando ya es demasiado tarde porque lleva el virus zombi corriendo irremediablemente por el torrente sanguíneo.

—¡Guada! ¡Guada! ¡Te necesito!

Los gritos de Lupe la sacaron de su ensimismamiento. Lupe se había cargado a tres de los cinco que le tocaban, pero los dos últimos la tenían agarrada, cada uno por un brazo, y tiraban fuertemente de ella. Al acercarse, Guada se dio cuenta de quiénes eran: su tía Paqui y su primo Borja. La chica, rápida y ágil como una culebra, terminó con ellos. Ahora el lugar parecía estar vacío de no muertos.

—Lo siento prima. Me quedé bloqueada… 

—No pasa nada peque. ¿Te han mordido? —preguntó Guada preocupada.

—No, por suerte. No quiero dejarte sola —contestó Lupe con una sonrisa triste— Perdóname. No sé qué me pasó, me quedé parada, no supe reaccionar a tiempo.

—Lo que pasa es que eres humana y tienes sentimientos. A mí me hubiese pasado lo mismo, no te atormentes.

—¡Pero no has dudado ni un segundo en deshacerte de ellos!

—Incorrecto. No he dudado ni un segundo en salvarle la vida a mi prima. Y ahora, vamos a ver qué encontramos ahí dentro.

Las dos mujeres se adentraron en la penumbra del supermercado con una linterna cada una. Donde alguna vez estuvieron las frutas y las verduras, solo quedaba algún resto podrido. Las estanterías estaban prácticamente vacías, pero pudieron coger un par de latas de atún y una de sardinas, además de un paquete de galletas María. Y de pronto, el haz de luz de Lupe le mostró el paquete de un dónut solitario, uno de los normales, de los de toda la vida. Redondo, dorado, brillante, con su azúcar... increíblemente intacto. La chica lo cogió con cuidado.

—¡Mira, Guada! ¡Un dónut! ¡Un dónut!

—¿Solo hay uno?

—Sí... pero voy a compartirlo contigo. ¿O acaso lo dudabas?

Guada y Lupe se sentaron en el suelo, apoyando sus espaldas contra el estante de la zona de panadería. Abrieron el paquete y partieron en dos aquel dónut. El sabor dulce del bollo enloqueció a sus papilas gustativas, el azúcar se fundía en sus bocas, dejándoles un regusto que las transportaba a su niñez. Aquel pedacito les supo a gloria y sus estómagos rugieron al ser reconfortados con algo de azúcar. Como ya estaba anocheciendo, decidieron que dormirían allí mismo. Ya tendrían tiempo al día siguiente de ir a ver el segundo supermercado, que estaba a pocos metros de allí. Y con el sabor del dónut en sus bocas, se quedaron dormidas.