20/02/2024

Sobreviviendo a First Dates


Relato narrado en el Podcast
San Valentín de Terror 4 (Volumen 2)

Estoy muy feliz por decir que el relato de hoy fue seleccionado por Lux Ferre Audio para su programa Martes de Terror. Es el segundo episodio del especial San Valentín de Terror 4, narrado por la voz de Elena Navarrete.
Programa completo AQUÍ. Minuto 02:45 si queréis ir directamente.
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Sobreviviendo a First Dates

No era la primera vez que veía First Dates en la televisión. Un programa que entretenía mis cenas desde el sofá. Pero llevaba una buena temporada a mis veintisiete años, soltera y muy aburrida, sufriendo una abstinencia no voluntaria de amor y pasión. Y me dije que por qué no me apuntaba para conocer a mi media naranja. Así que sin pensarlo mucho, me metí en la página del programa y rellené las diecisiete preguntas que me pedían para ayudarme a encontrar al chico ideal para mí.
Aquella noche me fui a dormir creyendo que no me llamarían por la cantidad de solicitudes que tendrían diariamente. Pero dos semanas después, recibo la llamada de un simpático redactor diciéndome que les había molado mucho mi perfil y que querían saber más de mí. Tenía que enviarles fotos, un vídeo presentándome y rellenar otro cuestionario larguísimo explayándome sobre lo que andaba buscando.
Tras completar y enviar el formulario repleto, el Equipo de Emparejamiento, que así se hace llamar, no tardó ni 48 horas en contactar conmigo nuevamente. Les había encantado mi desparpajo. Yo estaba alucinada. No entendía cómo el cutre vídeo en el balcón de casa había podido gustar tanto. El caso es que ya estaban en marcha para encontrar a mi príncipe azul y a los pocos días me afirmaron que efectivamente, habían encontrado al chico perfecto. No me lo podía creer.
La verdad por la que me había apuntado a todo esto era por la experiencia de verme en la tele y echarme unas risas con mi familia… Pero una parte de mí pensó en la posibilidad de encontrar el amor verdadero y quizá al futuro padre de mis hijos.
Cuando lo comenté en el trabajo, los adjetivos loca, chalada o zumbada, fueron los más escuchados. Aún así mis compañeras me apoyaron, y mi jefa me dio el día libre.
Ya no había vuelta atrás. Ya tenía los billetes de AVE y mi madre había propagado la noticia por todo el pueblo. De perdidos al río. 
Lunes. Cinco de la mañana. Los nervios hicieron que me levantara antes de sonar el despertador. Me preparé, llamé a un taxi. Y ahí estaba con mi maleta cargada de modelitos esperando que el tren Lleida-Madrid de las 6:25 arrancara. Al llegar a Atocha, un coche de producción me estaba esperando para llevarme a los estudios.
Pero más que estudios glamurosos, me encontré con una antigua fábrica de muebles situada en el quinto pino y que es a la vez la redacción y el plató. Porque no, First Dates no es un restaurante en Gran Vía.
Sobre las diez de la mañana llegué a los estudios donde me recibía mi redactor. Nada más entrar comenzaron las prisas para que el estilista aprobara mi ropa, firmara los papeles y me microfonaran. Una locura sin un segundo para hincarle el diente a la bandeja de croissants que había sobre una mesa. 
Porque, al igual que el restaurante no es un restaurante al uso, la grabación tampoco es lo que parece. La cena que se ve en televisión, es muy probable que esté ocurriendo a las once de la mañana o a las cinco de la tarde según el horario de cita que te toque.
El estilista había validado mi super look de blusa blanca y pantalón vaquero, y unos taconazos rojos. El micrófono estaba puesto y yo había firmado la cesión de mis derechos. Eran las once de la mañana y ya estaba maquillada, vestida, microfoneada y temblando como un flan cuando mi redactora me dio las últimas indicaciones antes de entrar al restaurante.
Tras una breve charla con el presentador, el guapo camarero me preguntó qué quería tomar. Y me pedí una cerveza para parecer una mujer decidida. O eso creía yo. Entonces mi cita apareció en escena. Un tipo que del montón que dependiendo de su desparpajo podría ser ascendido al montón de los empotrables o desterrado al huerto de los cardos.
Pasamos a la mesa y lo que más me llamó la atención fue el silencio sepulcral que había. Al mismo tiempo se grababan tres citas y el resto son figurantes. Gente que aunque en la tele parece que hablan, in situ no se oye una mosca.
Mientras mi cita y yo intentábamos encontrar un tema de conversación, empezamos a oír gritos y gemidos provenientes de fuera. Al asomarnos a la puerta, quedamos horrorizados al ver una multitud de personas avanzando hacia el estudio. Yo, friki donde las haya, sabía que eran zombis. El silencio del plató se convirtió en histeria y gritos. El presentador del programa nos instó a mantener la calma y permanecer en el restaurante mientras el equipo de producción intentaba encontrar una solución. Pero la situación se volvía cada vez más caótica y los zombis se iban congregando en la puerta, golpeándola insistentemente. Pronto me di cuenta junto a Imanol, mi cita, de que no podíamos esperar a que el equipo de producción nos rescatara. Buscamos objetos afilados y utensilios de cocina para defendernos, y finalmente, nos aventuramos afuera.
La calle estaba plagada de aquellos zombis, y con el corazón en la mano, Imanol y yo nos abrimos paso a través de los no muertos, usando nuestro ingenio para sobrevivir.
Al divisar una comisaría a escasos cien metros, nos vimos a salvo y empezamos a correr hacia allí. La puerta estaba cerrada pero un policía al vernos, abrió con llave. 
Cuando yo ya estaba entrando, cuatro zombis se abalanzaron sobre Imanol y empezaron a morderle con saña. Incluso vi cómo le arrancaban las entrañas mientras el policía tiraba de mí. 
Dos días después aún  estoy aquí, en comisaría junto a otras personas y sin saber nada de mi madre o de mis amigas. Los gritos de mi cita en First Dates me atormentaban cada vez que cierro los ojos. Es uno de los no muertos aporreando la comisaría y ya nunca podré saber si hubiera podido ser el padre de mis hijos. Soy moñas hasta en momentos así.

11/02/2024

La memoria que va y viene

Reto: Voces de Ramón J. Sender
de Libros.com



—¿Cómo estás esta mañana, Aquilino? Hoy hay tu comida favorita: sopa de estrellitas y tortilla de patatas —dijo Víctor, el sonriente enfermero. 

—¿Con cebolla? 

—Siempre con cebolla para ti. 

—¿Aún te acuerdas de cuando comíamos patatas pero no así, Rafael? Hasta las mondas nos parecían buenas cuando éramos unos zagales. 

—Aquilino, yo no... 

—Ya sé que no nos hemos visto en veinte años. ¡Estás hecho un buen mozo! ¿Te has casado? ¿Tienes críos? Pobrecita tu madre, que en gloria esté. Me lo dijo Antoñita el año pasado. 

—Aquilino... De verdad. Yo no... 

—Tranquilo. Coge esa silla y siéntate. Tengo un poco de neumonía y por eso estoy en este hospital. A ver si viene mi Candela y la conoces. 


Aquilino se había olvidado por completo de su realidad. La que le situaba en los años veinte del siglo XXI, a pocos días de soplar noventa y dos velas. Nacido en 1932, la Guerra Civil le pilló siendo un niño. 


—Amigo mío —siguió. Me apenó mucho el no haber sabido casi nada de tu vida durante estos años. Yo me casé con Candela, la hija del boticario. No tenemos familia y, me temo que no tendremos, pues no le aguantan los críos en el vientre. La pobre llora cuando cree que no la escucho, pero yo no sé qué decirla. No es culpa suya...

Nos hemos venido aquí a Madrid porque me salió un trabajo de chófer. Me saqué el carné haciendo el servicio militar. Me gusta tanto estar al volante que no me lo pensé. A ver si en dos días me dan el alta y vuelvo a las calles. ¿Y tú qué? —Suspiró Aquilino antes de continuar—. Me enteré por mis suegros que tu madre y tú os habíais marchado del pueblo por los rumores. Que en Barcelona tu madre servía en casa de unos señores ricos. Si bien es cierto que tú y otros zagales del pueblo no teníais padre porque vuestras madres quedaron embarazadas sin estar casadas, o tan siquiera ennoviadas. Entonces nos cambiaron de párroco. A don Agustín se lo llevaron y dicen que lo fusilaron. Y que tu madre y otras cinco mozas germinaron seis criaturas del padre pecador. Pero a mi eso no me importa, Rafael. Siempre fuimos amigos. Y aunque yo siempre tuve padre y madre, soy el séptimo hijo del cura. Mi madre conoció a mi padre estando embarazada de dos meses. Se lo contó al poco aun con miedo a que la dejase por ello. Pero él la quería tanto, que le juró que cuidaría de ella y de mí como si fuese de su propia sangre. De esto me enteré hace poco, cuando mi padre murió. Así que, Rafael, además de mi amigo, eres mi medio hermano.


Aquilino, después de soltar aquello en uno de sus recuerdos no borrados por el Alzheimer, cerró los ojos y exhaló el aire de sus pulmones. Perplejo por lo que le había contado, Víctor sólo pudo certificar la muerte del residente.

05/02/2024

Amar a oscuras

VadeReto de Febrero 2024
Blog: Acervo de Letras


¿Recuerdas el día en que nos conocimos, Milena? Yo estaba como un flan. 

Llevaba un mes yendo cada viernes a aquel club de jazz cuando, el maestro de ceremonias te presentó al público. Tú eras el nuevo fichaje tras la marcha de Anthony Fellows. Tu voz se pegó a mí como un chicle en el pelo, tanto que me fui a casa con ella en mis oídos hasta que por fin me dormí. 

Pasaron dos meses más y siempre arrastraba a mi amigo Gerald a que me acompañara al club. Fue precisamente él quien ideó todo para que tú y yo nos conociéramos. 


—Qué delicia de mujer. Parece imposible pero cada vez canta mejor —suspiré. 

—Bueno, amigo mío —contestó Gerald—. He estado hablando con ella y ha accedido a conocerte. 

—¿Cómo? ¿Estás loco? No pretendo incomodarla. Va a creer que soy uno más de tantos admiradores que tendrá —logré decir mientras sentía mi cara encenderse. 

—No hay problema. Ya le he explicado todo. 

—¿Qué tenías que explicarle?

—Nada. Termínate el whisky y agárrate a mi brazo. 


Gerald me llevó hasta tu camerino cuidándome en todo momento para que no tropezara con algo. Abriste la puerta y tu voz al hablarme hizo que me estremeciera. Me habías tendido la mano para saludarme pero al ver que yo no reaccionaba, me diste un reconfortante abrazo. Tu olor a agua de rosas me desconcertó, no parecía un aroma para alguien que canta jazz. Luego, cuando nos fuimos conociendo más, supe que ningún otro perfume casaría tan bien con tu personalidad como aquel. 

Accediste a quedar conmigo, un sencillo profesor que no podía verte. Un ciego al que todo el mundo decía lo guapa que eras y la suerte que yo tenía. No sé si es suerte el no poder ver tu cara y mirar tus ojos. Pero lo que sí es suerte, es poder amarte y ser correspondido. Este amor que para mí es a oscuras pero lleno de luz.