Aunque lo he ido racionando todo estos tres meses, ya no me queda comida ni garrafas de agua. No pienso beber la del grifo, por ahí es como han metido este virus para exterminarnos.
Me asomo a la ventana y solo veo desolación. Mis vecinos están todos muertos aunque aún se muevan. A veces, llaman a mi puerta y vocean algo que yo no entiendo... Pero ya no hay otra, tengo que salir.
He metido unas mudas y un cuchillo de repuesto en mi bolso, y llevo otro en la mano. Hay que estar preparada para el ataque.
Abro la puerta y salgo a la calle que parece vacía, pero Paquita está en la esquina de su casa como de costumbre. Ni muerta deja su rincón favorito. Intento no hacer ruido, pero se gira y me ve. Una extraña mueca asoma en su cara y viene hacia mí estirando los brazos.
Sé qué hacen los zombis y antes de su ataque, le clavo el cuchillo en el ojo.
Voy hacia la única tienda del pueblo, veré qué queda. En la tienda están los de siempre, se me quedan mirando alelados y al final reaccionan. ¡Otra vez esas muecas! Otra vez quieren acercarse a mí, pero no tengo un cuchillo en la mano para nada, así que voy blandiéndolo a diestro y siniestro. Moriré luchando. Todo está negro...
—Buenos días, ¿es usted Marta Roure Martín, la sobrina de Aurora Martín Serrano?
—Sí. ¿Pero qué ha pasado?
—Verá, su tía ahora está muy sedada. Con este brote psicótico se ha llevado tres vidas por delante. Cree que sus vecinos son zombis que la quieren matar...
—¿Tía?
—Marta, no bebas agua del grifo.
—Aquí estás a salvo, dan botellas.
Marta se alejó llorando. Su única familia había perdido la cabeza por completo.