29/09/2022

El libro de Vosuel

Reto: Y el libro se hizo carne
de Libros.com


Arquinos y Arelia estaban muy orgullosos de su hijo Vosuel. Gracias a su esfuerzo y tesón recopilando todos los cuentos y leyendas de la comarca de Darasta, y de las otras comarcas del pequeño país de Bastús. 

No fue fácil. Durante muchos meses, Vosuel fue por las distintas ciudades y aldeas en busca de esas historias que hasta entonces, se iban transmitiendo entre generaciones por tradición oral. Las fue transcribiendo en sus libretas para poder crear el que sería el primer libro de su país, y de su mundo. 

El planeta Hibuxe era muy similar a la Tierra aunque allí el cielo era rosa, el agua verde y la tierra azul. Su tamaño, atmósfera y fuerza de gravedad hacían posible la vida de los humanos provenientes de su cada vez más devastado planeta. 

Uno de esos migrantes espaciales era Johan Gutenberg, descendiente directo del inventor de la imprenta, y de su hijo, quien inventó la tipografía. 

Vosuel y Johan se conocieron en un mercado de víveres, telas y artilugios varios, al punto de cumplirse un año de las andanzas de Vosuel en busca de historias. Johan no pudo resistirse a entablar conversación con aquella persona que buscaba escribir un libro. Se presentó, y tras tomar varios tragos en una cantina del pueblo, los dos hombres, contentos y achispados, estrecharon sus manos tras acordar que imprimirían el libro de Vosuel. Johan sabía cómo hacer una imprenta, y entonces «Leyendas, cuentos e historias de Bastús» vería la luz.

La noticia dio la vuelta al mundo. El primer libro de la historia del planeta Hibuxe estaba disponible y la gente se apuntaba a clases de alfabetización para poder leer el libro, pero también para escribir. 

Hasta entonces, solo la gente adinerada podía hacerlo, pero ahora la cultura estaría más cerca de todos. 

23/09/2022

Cristalitos en el suelo

Reto: Mientras escribo (versos)
de Libros.com


Cristalitos en el suelo 
De mi vaso de café
He empezado este día
Con mal paso y con mal pie. 

Cristalitos en el suelo, 
Cristalitos en el alma, 
Para mí ya no hay consuelo 
No queda pa' mí más calma. 

Cristalitos en el suelo
De mi vaso de café
Suelo negro, hoja en blanco
Y de escribir ya me olvidé.

Cristalitos en el suelo
Cristalitos en la herida, 
Yo me estiro de los pelos
Con manos atadas por invisible brida
Un bloqueo que me impide escribir
Qué puedo hacer con mi vida
Todo es un sinvivir. 

Cristalitos en el suelo
De mi vaso de café
Recojo, limpio y friego
Este desastre de mi traspié. 
¿Y si a la cama me vuelvo 
para despertarme después?

Cristalitos en el suelo
De mi vaso de café
Voy a escribir sobre ello
Y del bloqueo me desharé. 

Cristalitos en el suelo
De mi vaso de café.

16/09/2022

El cuaderno nuevo

Reto: Problemas creativos
de Libros.com


Al entrar en aquella tiendecita abarrotada de toda clase de enseres, tenía en mente comprar unas cosas para escribir mis relatos. Soy alguien a quien le gusta el gesto de coger el bolígrafo y escribir, hacer fluir la tinta, formar letras, sílabas, frases, historias... De pronto lo vi, un cuaderno de páginas completamente blancas, sin rayas ni cuadrículas, de tapas también blancas, en donde una frase en azul decía lo siguiente: Escribe tus sueños. También compré un par de pegamentos en barra, gomas de borrar y una regla. Todo lo metió la amable tendera en una preciosa bolsa rosa con letras negras donde ponía el nombre de la tienda, Papelería Corazón.

Al llegar a casa, dejé las cosas encima de mi escritorio, me duché, cené y vi un poco la televisión hasta que me caía de sueño en el sofá, así que me fui a la cama. Había sido un largo y agotador día.

Durante la noche, soñé con una isla, gente y zombis. Todo comenzaba cuando un hombre era picado por una extraña medusa, haciendo que el caos se apoderase en poco tiempo de la playa, extendiéndose al resto de la isla. No sé por qué, lo más llamativo del sueño fue ver muchos pareos salir volando con el viento porque sus dueños los perdían en los ataques. 

Por la mañana, me desperté como nueva y fui a coger el cuaderno blanco para meterlo en mi bolso, por si se me ocurría algo que escribir, poder hacerlo en él. 

Me quedé pasmada. La libreta estaba abierta por la primera página y había algo escrito... 

«Era un caluroso día de playa, tranquilo hasta que un hombre fue atacado por una extraña medusa...».

No entendía nada. Yo no había escrito aquello, ni tan siquiera era mi letra. Y vivo sola.

10/09/2022

Con G de Anónimo

Microrreto: ¡Cita a la vista!

   
Francia, 1416.
Su nombre era Griselda, pero eso apenas importaba. 
Nadie en el batallón se dirigía a ella por ese nombre. Ni siquiera sabían que fuese «ella» en lugar de «él». Sabía como hacer para que no se enterasen. Delgada y sin grandes atributos, Griselda se cortó un día su larga melena castaña, se agencíó unas prendas de su hermano el mayor y dejó su casa y su familia un día, antes de despuntar el alba.
Ella quería ser libre, luchar por la libertad de su país, y en casa, eso era una quimera imposible. Siendo la segunda de siete hermanos, la primera chica, su vida ya estaba decidida por sus padres y la sociedad. Cuidaría de los pequeños y ayudaría con las tareas. Cocinaría, mantendría la lumbre, se encargaría de las gallinas, zurciría y remendaría las ropas de todos, y si se terciaba, haría trabajos para otros para traer a casa algo de jornal, hasta que un día algún hombre se fijase ella, a poder ser bien posicionado, ya que era una joven muy bella, la desposara y formase su propia familia. 
Pero Griselda no quería esa vida para ella. Con dieciséis años quería ser libre. Quería estar mano a mano con los hombres, no supeditada a ellos. Ese era su gran secreto, tenía que mantener lo más alejado posible su lado femenino, aunque se le fuesen los ojos detrás de algún compañero de batalla.
Para ellos, era Gris. Para muchos, solo G. Para la historia, un anónimo más.

Basado en la siguiente cita de Virginia Woolf:
«Durante la mayor parte de la historia,
Anónimo era una mujer»


01/09/2022

Primer día de escuela

Reto: La revuelta al cole
de Libros.com

Me llamo Magdalena, y tenía siete años cuando eché una última mirada a mi nueva madre. Había tenido mucha suerte de haber sido adoptada por la familia Echevarría-López.

Sor Matilde y yo, íbamos por los pasillos del enorme edificio donde nuestros pasos resonaban. Estaba muy nerviosa porque era la primera vez que iba a la escuela y porque estrenaba tantas cosas bonitas: uniforme, cartera, cuadernillos... Con mis calcetines blancos calados y mis lustrosas merceditas azul marino, mi lazo del pelo, del mismo color, que olía a colonia de lavanda. Lo estaba viviendo todo como un sueño.

La hermana golpeó rápidamente tres veces una puerta con los nudillos y una voz dio su permiso para entrar. Sor Blanca sería quien me enseñaría el abecedario, a hacer cuentas, a coser y a cantar en el coro.

Cómo me hubiese gustado que mis padres estuviesen allí para verme. Aunque yo creía fervientemente que me veían desde el cielo. Es lo que me habían contado, que estaban allí arriba desde que su carro se salió de la carretera cuando el burro que tiraba de él, dio un mal paso, se partió una pata y murieron todos en la cuneta. Hasta muchos años más tarde, cuando ya peinaba canas, nadie se atrevió a contarme la realidad sobre sus muertes. Que padre, madre y Perico, el burro, tenían disparos de bala en la cabeza. Les habían ejecutado y enterrado en alguna fosa común en donde lo muertos de la guerra esperan a ser encontrados por su gente.

Nací en la década de los treinta del siglo XX y corría el año 1940 cuando comencé a estudiar. Ahora soy la anciana de una gran familia con hijos, nietos y bisnietos que, tuvo la suerte de estudiar en aquellos tiempos, cuando no todo el mundo podía permitírselo.