Felicidades a MI HIJA, ganadora con el relato «25 VIDAS» del «PREMI SANT JORDI 22»
modalidad de narrativa en castellano
4° de ESO
Requisito: El número 25 debe aparecer en la historia de una manera u otra
— Bueno chiquitina. ¿Dónde quieres que te lleve mamá a comer hoy?
— Quiero fideos.
— Pues entonces iremos al restaurante chino.
— ¿Y me comprarás un álbum de cromos?
— Vale.
Mónica terminó de peinar a su hija y se pusieron los abrigos. Después de comer irían a visitar a los abuelos para pasar la tarde del sábado. Andando al paso de la niña tardaron unos quince minutos en llegar, no vivían lejos del restaurante. Nada más abrir la puerta, Lixue las recibía con una sonrisa.
— Hola ¿la mesa de siempre?
—Sí, la de la esquina es la que nos gusta más.
Nerea y su madre se sentaron a la mesa. Pidieron rollitos, fideos, arroz y pollo con almendras, pero no les dió tiempo a pedir los flanes para el postre. De pronto la puerta del local se abrió con un gran estruendo, y tres hombres con pasamontañas y armados ordenaron cerrar todas las salidas. En aquel momento se quedaron encerrados aquellos tres tipos, los ocho trabajadores del restaurante y catorce clientes. En total, veinticinco personas.
Los secuestradores incautaron todos los teléfonos móviles de la gente e hicieron apartar las mesas y las sillas, después apartaron a los rehenes en dos grupos. A un lado las mujeres y los niños y al otro, los hombres.
Combo, Mambo y Bimbo eran los nombres de guerra que se habían puesto para no llamarse por su verdadero nombre. Mirando desde la entrada, los hombres se encontraban a mano derecha: el señor Ming, dueño del negocio y su hijo Zirui, Xiao el cocinero, Lao su pinche y Luís, el nuevo repartidor a domicilio que habían contratado. Después estaban Juan y Jaime, padre e hijo que habían ido a comer en familia, y Arturo, José, David y Ricardo, cuatro compañeros de trabajo. Once hombres. Y en el lado izquierdo estaban Lixue, la esposa del señor Ming, su hija Xui y su sobrina Yuan. Lorena, Marina y Paula, tres amigas de la universidad. Mercedes y Eva, madre y mujer de Jaime, su bebé de un año, Álex y para terminar, Nerea y Mónica. Once personas entre mujeres y niños en ese bando.
Combo, después que Mambo y Bimbo hicieron todo lo que estaba previsto, se acercó al señor Ming.
— ¿Dónde está la tortuga de Jade?
— Yo no sé de qué me habla, señor.
— No lo repetiré más, ¿dónde la tenéis?
— Yo no… El señor Ming no pudo contestar por segunda vez, Combo le dio con la culata de su arma en las costillas. Luego se dirigió al repartidor y le cogió desde atrás por el cuello apartándose del grupo.
—¿Y tú no sabes nada? — gritó Combo — No me aprietes tan fuerte, que eso no era parte del plan — susurró Luís.
— Ya veo — continuó Combo — aquí solo hay inútiles que no saben nada — y le empujó de nuevo hacia el grupo de los hombres.
Entonces se fijó en los dos niños que había y se acercó a la más mayor.
— ¿Con quién has venido guapa?
— Con mamá. ¿Eres malo?
— Eso depende de si me enfado. ¿Tú quieres que me enfade?
— No… — empezó a lloriquear la niña.
— La está asustando — intervino Mónica.
— Perdón señora, no era mi intención.
Combo le dio un beso en la mejilla a la mujer, y ella se limpió con la palma de la mano.
Él se acercó al oído y le dijo:
— Cualquier tontería mamá, y me cargo a tu renacuaja ¿entendido?
— Sí — contestó Mónica.
— ¡Bimbo! ¿Tienes ya los móviles de todo el mundo?
— Sí jefe.
— Mamá, tengo pis — dijo la niña.
— La niña tiene que ir al baño.
— Vale, pero sin tonterías. Mambo, vete con ellas — ordenó Combo.
Una vez solas dentro de los lavabos, Mónica sacó de la mochila que llevaba la niña, el móvil que utilizaba para hablar con su padre. Los secuestradores no miraron en ella porque creyeron que simplemente había juguetes en su interior. La mujer escribió un mensaje a su ex marido explicando la situación. Casualmente esa tarde estaba de servicio, y no se encontraba muy lejos de allí con el coche patrulla. En menos de diez minutos, varios coches de la policía rodeaban el restaurante. Combo no podía creer que alguien pudiera haberse puesto en contacto.
— Señora, déjeme ver la mochila de la niña — le dijo a Mónica.
Ella obedeció y se la dio, pero cuando el hombre la abrió solo encontró una muñeca y su unicornio. Mónica fue lo suficientemente lista como para dejar el teléfono en la papelera del baño, envuelto en papel higiénico y en silencio.
Combo se estaba poniendo nervioso y empezó a amenazar a todo el mundo. El ambiente se estaba poniendo muy tenso y el señor Ming decidió intervenir.
— No tengo ninguna tortuga de jade, pero tengo ranas, de jade también. Le prometo que tienen su valor. Sígame si quiere verlas.
Sin dejar de apuntarle con su arma, Combo siguió al señor Ming hasta un armario de madera de donde sacó una caja envuelta en una seda roja, diez pequeñas ranas de jade. Dentro de la caja también había un papel blanco con un sello de autenticidad.
Combo pensó que Luís se había equivocado cuando les habló de la tortuga de jade, y que a lo que de verdad se refería era a las ranas. Aceptó entonces liberar a todas las personas retenidas, menos a Luís, que sería su falso rehén para ayudarles a escapar. Pero cuando salieron del restaurante la policía se les echó encima y los detuvieron. Además, las ranas de jade que el señor Ming les había dado eran de resina, una muy buena falsificación.
Por suerte todo había salido bien y nadie resultó herido. Después de salir de allí, Mónica compró a su hija el álbum de cromos que le había prometido.