H O Y E S V E I N t i t R E s d E A B R I L
Con Zeta de Zombi y Otros Desvaríos
23/04/2024
Hoy es 23 de abril
H O Y E S V E I N t i t R E s d E A B R I L
14/04/2024
En la curva
Quemando carretera, de copiloto un cuarto de botella,
me paro en el arcén y disparo a las estrellas.
Hijos de la ruina, quemando carretera,
de copiloto un cuarto de botella…
Natos, Waor y Recycled J cantaban desde el viejo radiocasete del coche mientras yo me acomodaba en el asiento de atrás, concretamente, en el punto exacto desde el cual, el conductor pudiera verme por el espejo retrovisor sin problema ninguno.
—¡Menudo susto nos has dado, chica! ¿Es que no sabes lo peligroso que es pararse en medio de la carretera de noche? ¿Y además con este tiempo de perros? ¿Hacia dónde te diriges a estas horas y con la que está cayendo? —me dijo Hugo, el acompañante.
—No vivo muy lejos de aquí. Apenas un par de kilómetros. Cuando estemos cerca, yo ya os aviso. Tranquilos.
—A nosotros no nos supone ningún quebradero de cabeza. Vamos a reunirnos con el resto de la peña para celebrar el cumpleaños de un amigo. Vamos con tiempo de sobra pero, es mejor que no te aficiones a parar y subirte en coches de desconocidos. La vida está muy mal, y sobre todo, para las chicas tan jóvenes como tú. ¿Qué edad tienes? ¿Diecisiete? —dijo esta vez Jon, el conductor.
—No, no. Sólo tengo catorce.
Jon y Hugo, que no tenían más de diecinueve años, se alarmaron un poco. Si pasaba algo y les pillaban con alguien tan joven, se les podía caer el pelo. Eran buenos chavales pero les gustaba demasiado la marihuana. Todo fachada. Echar unas caladas y beber unas cervezas distendidamente con sus amigos. Me empezaron a contar sus vidas. Siempre ejerzo ese extraño influjo cuanto más callada estoy yo. El caso es que ambos tenían hermanas pequeñas y las querían mucho. La música, los tragos, los porros, los tatuajes y los pelos de colores, eran más ruido que otra cosa. Era la primera vez que acompañaba a unos chicos como aquellos. La mayoría de las veces, quienes paraban eran hombres solos que iban para casa, o alguna pareja joven.
La lluvia, que comenzó a caer en el preciso momento en el que me monté en el coche, ahora descargaba con tanta fuerza, que hacía que el sonido de las gotas golpeando el techo del auto, se mezclara con la música que seguía sonando. El vaho de los cristales aumentaba, la carretera se volvía cada vez más desafiante y el asfalto más peligroso. Yo tenía mucho frío y el espejo retrovisor me devolvió una imagen de mí misma, pálida y ojerosa. Mis labios eran una fina línea morada y mis grandes ojos negros destacaban en mi cara.
Mientras continuábamos avanzando por la estrecha carretera y yo cada vez me sentía más nerviosa, los chicos seguían contándome sus historias. Parecían dispuestos a abrirse conmigo, a pesar de habernos conocido unos minutos antes. Hablaban de sus sueños y aspiraciones, de cómo la vida a veces, pareciera que les empujará a desviarse del camino correcto. Pero querían tener una buena vida y no acabar como muchos otros de su mismo barrio. Mendigando en la calle por unos puñados de euros para droga. Y allí estaba yo, sintiéndome entre dos mundos. Por un lado, el de aquellos chicos que, a pesar de su apariencia rebelde, tenían un lado tierno y protector, y el mío, un mundo donde las decisiones que tomaba no siempre eran las más sensatas. Pero gracias a los errores, estaba aprendiendo rápidamente a pesar de mi juventud.
Ya estábamos muy cerca y, yo me revolví en el asiento. Me puse muy nerviosa, como cada vez que pasaba por aquella situación. Cuando iba a pasar por aquel punto exacto de la carretera. El coche se estaba acercando a aquella curva tan peligrosa. Un punto negro en la que no eran infrecuentes los accidentes, algunos con fatal desenlace. Tantas desgracias habían pasado que, era conocida como "la curva de la muerte". Justo en aquel instante, un escalofrío recorrió toda mi espalda como un latigazo. Los dos amigos charlaban sin darse cuenta de nada, así que tuve que interrumpirles.
—¡Cuidado! —grité—. Conduce más despacio, por favor. Ahora vamos a pasar por la curva maldita. La curva en la que yo misma perdí la vida.
Los chicos se miraron sorprendidos y confundidos, y el coche se caló. Se giraron para mirar hacia el asiento trasero y no vieron a aquella chica que estaban llevando a casa. Se había evaporado como un fantasma y no sabían qué pensar. En aquel preciso momento, la lluvia paró en seco como si de magia se tratara. Jon arrancó el coche y continuó su marcha, de nuevo con sólo dos ocupantes. Pasaron con mucho cuidado por la curva de la muerte y llegaron al restaurante sanos y salvos pero con las piernas temblando y, sus amigos no les creyeron al contarles lo sucedido. Algo de lo que les harían mofa de vez en cuando en los años venideros, cada vez que saliera el tema.
Yo solía ser como aquellos chicos, viviendo a veces al límite, pero un día, un terrible accidente cambió mi vida para siempre. Morí y desde entonces, estoy destinada a advertir a otros sobre los peligros de esta carretera.
Esta vez, aunque aquellos chicos tenían el corazón a mil revoluciones por la extraña experiencia vivida. Tuvieron un buen destino y aprendieron una valiosa lección aquella noche. A veces, alguien inesperado puede aparecer en tu vida para advertirte de peligros ocultos. Irán contando por ahí la historia de la chica de la curva, convirtiéndose en una leyenda cada vez más grande, contándole a sus amigos y a todo el que esté dispuesto a escuchar, recordando la misteriosa noche en la que una desconocida les salvó de un destino incierto.
Quienes no me hacen caso, suelen acabar muertos como yo. Sólo una chica no murió, aunque lleva dos años en coma en el hospital de la capital.
A mí podéis encontrarme en las noches con mal tiempo, cuanto más llueva, granice o la niebla sea más espesa, más probabilidades de que me veas parada en medio de la carretera tendrás. Y por favor, si me llevas en tu coche, haz caso a mis palabras.
Tiño de color lo que un día fue beige.
Cuatro años después, reciclo mi fe.
01/04/2024
El limonero
Lo recordaré siempre. Veintidós años después de cerrarse la casa a cal y canto, se abrió de nuevo aquel soleado jueves.
Una chica de pelo negro y recogido en una trenza, entró la primera. Con ojos curiosos echó una mirada a la casa y al jardín, si bien, algo decepcionada por el estado del lugar, le llamó la atención el limonero.
—¡Vaya, Pepe! Parece que has tenido unos okupas que se han encargado de hacer limonada— dijo ella riendo.
—La verdad es que es extraño que este árbol se mantenga en pie, pero no creo que nadie se haya encargado de él porque, ya de paso, podría haber arreglado la casa —contestó Pepe mientras dejaba sobre el suelo su pesada mochila.
Pepe… ¡Qué cambiado estaba! Ya no era el chico de antes. Aunque seguía siendo muy guapo, sus canas salpicaban su pelo y se le marcaban las líneas de la frente. Yo le conocía demasiado, y pese a querer aparentar que todo iba bien, Pepe tendía a fruncir el ceño. Por lo demás, parecía en forma y, aunque nunca fui buena en matemáticas, tendría ya la friolera edad de cuarenta y dos… La última vez que le miré a los ojos, él tenía veinte años y yo diecinueve.
Los padres de Lucía entraron los últimos. Rosa y Mauricio. Habían sido amigos míos.
—¡Esta casa necesita muchos arreglos! —exclamó Rosa a Lucía. —¿Seguro que podrás ayudar a Pepe con las obras?
—No te preocupes, mamá. Papá y tú arreglad lo de Madrid, mientras que yo me quedo aquí en Mallorca pasando las vacaciones.
—Bueno, bueno, que sólo va a ser una semana.
—¡Osti! ¡Que no les he dicho nada a mis amigas!
Lucía sacó su móvil y se hizo una foto al lado del limonero tras colocar su trenza sobre su hombro, ladear la cabeza mientras sonreía y sacaba la lengua haciendo el signo de la victoria.
—Ya decía yo que era extraño que no estuviera con el teléfono —exclamó su padre.
Después de dejar las maletas de Pepe y Lucía, de descansar y refrescarse un poco, los padres de ella salieron hacia el aeropuerto para no perder el vuelo a Madrid.
Por fin podemos estar juntos…, dijo Pepe acercándose a Lucía y rodeándola con sus brazos mientras la besaba por el cuello.
Aquello también me lo hacía a mí. Recordé sus besos y sus grandes manos abrazándome. También recordé cuando empezó a no valorar cualquier cosa que yo hiciera o anhelara hacer. Y a mi etérea mente volvió el recuerdo de mi último día con vida, cuando aquellas manos apretaron mi cuello hasta dejarme sin aliento.
Yo estaba allí, junto al limonero que tanto cuidé desde que me mudé junto a Pepe. Fallecí un año después, pero me aseguré de que el limonero jamás muriera o dejara de dar limones.
—Llamaré a mi madre antes de cenar para ver si ya han llegado.
—¿Para qué? Son adultos que pueden cuidarse solitos. Y eso tienes que hacer tú. Ser una adulta y dejar el móvil de una puta vez.
—Pero, ¿de qué vas, tío?
Pepe la miró con furia y, antes de que la discusión fuera demasiado lejos, hice que la ventana del comedor se abriera de golpe y pronuncié el nombre de ella.
Lucía salió al jardín y se sentó junto al limonero. Un pequeño torbellino empezó a levantarse gracias a mí, dejando al descubierto fotos y papeles atados con una cinta. Le susurré que lo cogiera y se lo guardara. Su cara reflejaba estupor mezclado con algo de miedo pero, hizo caso a mis palabras y volvió a la casa.
—¿Ya se te ha pasado el cabreo, chiquitina? —preguntó Pepe como si no pasara nada.
—Sí. Estoy muy cansada. Voy a darme un baño y a dormir. Mañana será otro día.
—Vale. Yo me quedaré viendo la tele.
Lucía subió las escaleras de dos en dos, entró en el baño, echó el pestillo y dejó que la bañera se llenara mientras examinaba los papeles. Miró la foto en la que yo sonreía feliz a la cámara. Una joven alemana enamorada de su novio español. Al darle la vuelta vio la dedicatoria:
«Für Pepe von Astrid.
❤️
Para Pepe de Astrid.»
Lucía pasó media hora leyendo los papeles, hojas sueltas que eran lo más parecido a un diario personal de mis últimos días de vida. Escritos en mi desastroso español.
El vaho del baño facilitó el poder aparecerme frente a la chica. Le señalé el espejo:
«Cuidado. Yo. Astrid. Muerta. Árbol. Pepe. Asesino.»
Me sorprendió lo inteligente que fue Lucía y lo bien que actuó durante aquella semana. Le hacía creer a Pepe que él llevaba la batuta en la relación. Él era el hombre y el más mayor, el que sabía de la vida y lo que sería lo mejor para ella. Él había previsto que ella se mudara pronto con él ya que, siempre según él, sabría cómo convencer a los padres de ella… Pero Pepe no contaba con que al matarme, yo no pudiera descansar en paz.
Durante veintidós años, mi espíritu ha estado en esta casa, siempre cerca de mi corrompido cuerpo bajo el árbol donde está enterrado. Todos creyeron que yo había abandonado a Pepe y vuelto a Alemania. Pero gracias a Lucía y a mi espera sobrenatural, se destapó finalmente al monstruo que siempre fue Pepe.
893 palabras
16/03/2024
Mensaje en una botella: A bordo de la nave Europa Clipper
Mi nombre irá a bordo de la Europa Clipper |
08/03/2024
En mi propia habitación
Virginia Woolf (1882 - 1941) |
de Libros.com
Hoy es una mañana cualquiera de 1930.
No soy tonta, pienso mientras termino mi desayuno.
Soy mujer, y eso no debería hacerme de menos ante un hombre.
Pienso. Siempre pienso. A veces lo hago hasta agotarme de tanto pensar. De preocuparme por todo.
No todas las veces encuentro cómo poder plasmar mis pensamientos en papel pero mi amiga Virginia, me animó a tener mi habitación propia, como de la que habla en su último libro, para poder hacerlo. Pero aún así, procuro encontrar mis momentos de escape delante de este escritorio. Sobre todo por la mañana temprano o a la relajante hora de la siesta.
Me gusta el olor del cuaderno y de la tinta. Me relaja el sonido que la pluma hace al deslizarse formando las palabras y las frases de mis escritos.
Mi marido prefiere pescar en el río. Mi hija es feliz con sus pinturas al carboncillo y mi hijo, que aún es demasiado pequeño, se entretiene con su caballito de madera. La verdad es que ellos, aunque me den trabajo en casa, me lo ponen bastante fácil.
Soy consciente de ser una mujer privilegiada. Desde niña nunca me fue denegado el acceso a la biblioteca de mi familia, pudiendo leer obras que a otras les fueron prohibidas. Nacer en una familia desahogada económicamente y mantener ese estatus al formar la mía propia, es una suerte que la mayoría no tienen.
Mi marido jamás me ha cortado las alas. Él quiere estar con una mujer feliz e inteligente. Amar a una compañera de vida que tenga sus propias creencias y que no se dedique a ser un mueble más de la casa.
Sé que el mundo está cambiando y que muchos más cambios están por venir aunque todavía no se vean, y así educaré a mis hijos, a respetar a las personas, sean hombres o mujeres. A mí hija le enseñaré a no minusvalorarse por el hecho de ser mujer que, en muchos casos, tendrá que verse en un mundo de hombres. A mí hijo, a respetar a las mujeres, pues viene de ellas. Yo, su madre, pero también de sus abuelas y de todas las que nos precedieron.
¿Y tú? ¿Has encontrado una habitación propia? ¿Has encontrado tu lugar en el mundo?