23/05/2023

Un hogar llamado mar

Reto: Historias de verano
de Libros.com


Seis meses...
Bueno, para ser exactos, hacía seis meses y trece días que había conocido a Nerea en el hospital, cuando la trajo la ambulancia por la rotura doble de tibia y peroné de sus dos piernas. Un coche la atropelló en mitad de la noche y se había dado a la fuga.
Yo había sido una de las personas con quien más tiempo había pasado, ayudándola en la rehabilitación. Era toda una valiente. Una chica callada y tenaz.
Ahora, yo conducía y ella tarareaba las canciones de la radio con los ojos entrecerrados. Conmigo era con quien más se había abierto pero aún así, costaba horrores sacarle los detalles de su vida. Siempre me decía que su familia no podía venir a verla al hospital porque no estaban en la península y, que no tenían teléfono. Que no les dijo a dónde iba, por lo que todo este tiempo lo habían pasado sin saber nada de ella.
Cuando la encontraron, no llevaba ropa encima, y mucho menos, documentación.
—¿En qué piensas, Nerea?
—¿Ah? ¡Oh! En nada y en todo a la vez... A mi padre le va a dar algo. Al principio me horrorizaba la idea de un castigo por haber desaparecido pero, después de tanto tiempo, y cuando sepan por todo lo que he tenido que pasar, me perdonarán y se alegrarán de tener a su hija por fin de vuelta.
—¿Te escapaste de casa?
—No. Sólo quería conocer mundo porque nunca había salido de nuestra villa. Quería ver más allá de la costa.
—Pues te digo que no te pierdes gran cosa. Tu aldea, Caión, es preciosa y tranquila. Ya me gustaría vivir en ella.
—Bueno. Será que muchas veces queremos lo que no tenemos. Aunque ahora mismo, lo que quiero es volver y abrazar a mis padres y a mi hermana, y por eso te agradezco infinitamente que me ayudes.
—No hay de qué...
No supe cómo continuar aquella frase. Ella me gustaba mucho, pero no me atrevía a decirle nada por miedo al rechazo. Estaba decidido a esperar, a que se asentara de nuevo en su casa y recibiera el calor de los suyos. Además, yo sentía una tremenda curiosidad por saber quién era ella y sus circunstancias.
Por fin llegamos a Caión. El viento soplaba con fuerza en la playa de Arnela, la que ocupa toda la zona bajo el paseo marítimo.
—Tengo que decirte algo, Lucas. Esta playa desaparece cuando la marea está alta, y para eso falta alrededor de una hora. Puedes acompañarme un rato, pero luego, será mejor que te vayas.
—Pero... ¿Qué vas a hacer? ¿No ha venido nadie a esperarte?
—Confía. Vendrán. Es mejor que subas al paseo. Gracias de nuevo por todo. TODO.
Nerea me dio un fugaz beso en los labios y me empujó dándome la vuelta para que me marchase. La obedecí. No pude resistirme a la fuerza invisible que emanaba de ella y desde arriba, fui testigo de algo que nunca he podido borrar de mi cabeza. Cuando la playa había desaparecido casi por completo a causa de la marea, Nerea se despojó de la ropa que yo mismo le había comprado. Cuando el agua tocó sus pies, la chica a quien yo había ayudado a la recuperación de sus piernas, dejó de tener aquellas dos extremidades y en su lugar, una cola de escamas irisadas brilló justo antes de zambullirse en el mar.
Me quedé durante cinco minutos mirando al horizonte con cara de tonto. No reaccionaba. No comprendía nada de lo que estaba pasando. Estaba preparado para distintos desenlaces, menos para aquello. De pronto, cuatro figuras surgieron del agua y me saludaron. Nerea estaba junto a quienes debían ser sus padres y su hermana. Todos sonreían ampliamente y volvieron a desaparecer.
Me fui hacia el coche y volví a mi casa, a mi vida. No estaba triste. Desde el saludo de aquellos cuatro seres, mi vida comenzó a ir cada vez mejor. Conocí a una chica fantástica y nos casamos. Y aunque no fuimos bendecidos siendo padres, hemos sido muy felices todos estos años.
Y aunque ella ahora ya no está físicamente, siempre está conmigo y soy feliz. Pude mudarme a Caión para asomarme al paseo cuando quiera y Nerea, viene a saludarme cuando la marea está alta. Sigue igual de bella cuarenta años más tarde. Muchos creen que sólo soy un viejo chocho pero, qué sabrán ellos.

06/05/2023

La sobremesa

Microrreto: La paleta de las emocionesBlog: El Tintero de Oro



Los dos matrimonios charlaban en la sobremesa y sus risas se mezclaban con el entrechocar de los hielos en los vasos. 

—Mamáaaaa, no veo al tete. 

—¿Cómo que no lo ves, Rubén? ¡Si estaba jugando contigo!

—Es que yo contaba y él se escondía, pero no le encuentro… 

La cara de Luisa se puso roja por el enfado, pero respiró hondo para calmarse.

Santiago, se levantó de la silla y se dirigió al niño. 

—Jolines, hijo. Tu hermano tiene dos años y tú ya seis. ¿Dónde estábais? 

—Arriba —sollozó el pequeño. 

Los padres miraron por toda la casa, pero ni rastro del niño. 

A Luisa se le encogió el pecho acordándose de la piscina y fue corriendo. Respiró, su pequeño no había caído en ella, pero la cancela que daba a la carretera estaba abierta… A lo lejos vio un bulto atropellado, y la sangre se le fue de golpe a los pies. El estómago se le había cerrado y el frío se adueñó de su cuerpo. Jamás había sentido esa clase de terror tan primario, el que nace en las entrañas. Ahogando un grito de horror fue acercándose hacia el cuerpo que yacía en el asfalto. 

Sin escuchar las voces de su marido, siguió caminando. ¿¡Era un puñetero gato!? Luisa sonrió nerviosamente y se dio la vuelta. Su pequeño Jaime estaba en brazos de su padre, a salvo. Se había quedado dormido en el cobertizo. Entonces, la sonrisa de Luisa se tornó real, de las que achinan los ojos.


Emociones en el relato:

- Alegría

- Enojo

- Tristeza

- Terror

- Congoja

- Desesperación

- Consternación

- Alivio/Incredulidad

- Felicidad


03/05/2023

La chica de los veranos

Foto modificada por FaceApp
Reto: Historias de verano
de Libros.com


Cada verano, el pequeño Gabriel atravesaba medio país con sus padres para pasarlo en casa de sus abuelos, en un bonito pueblo de la sierra. Durante una semana, más o menos, se pasaban el tiempo saludando a los vecinos. Las señoras, querían todas sus dos besos de bienvenida mientras le decían lo guapo y alto que estaba. Aquel verano de 1981, Gabriel acababa de cumplir seis años, había terminado párvulos y estaba ansioso por empezar EGB, el colegio de los mayores.

El sábado por la tarde, Daniela, la hija de los vecinos de la casa de al lado, había salido a la fresca a peinarse su larga melena castaña de la que refulgía algunos destellos dorados. Gabriel se quedó mirándola. ¡Qué guapa era! Él no se había dado cuenta antes porque era demasiado pequeño. Unas graciosas pecas salpicaban la pequeña nariz de la chica, y unas largas pestañas hacían aún más mágicos sus grandes ojos marrones.

El pelo de Daniela era muy largo, tanto, que sobrepasaba la cintura. Ella inclinó la cabeza hacia delante y comenzó a cepillarse el pelo. Se estaba preparando para salir a la discoteca después de cenar porque ella era una chica grande. Una chica que en secreto, Gabriel adoraba. Se quedaba con la boca abierta cada vez que la veía ya arreglada para ir con su pandilla de amigos. Pero claro, él nunca le dijo nada primero, era demasiado tímido y se moría de la vergüenza. Era ella la que siempre tenía amables palabras para él y para todo el mundo. Era una joven maravillosa.

Aquel niño pequeño de comienzos de los ochenta, se acordaba precisamente ahora de aquellos sábados en los que su vecina salía a peinar su larga cabellera. Durante cuatro años, cada vez que iba al pueblo, bajaba a la calle para verla, hasta que en el verano que cumplió once años, ya no la vio más. Daniela se había casado con su novio y se habían mudado a Madrid, y Gabriel nunca se olvidó de ella.

Daniela para Gabriel, más que su amor platónico, era su obsesión, y nunca estuvo interesado en otras chicas porque su corazón estaba blindado, o eso creía él.

No fue hasta cumplir los dieciocho, cuando se dio cuenta que él no admiraba a Daniela porque la amara, sino porque secretamente quería ser como ella.

Ahora aquel chiquillo era una persona madura que sentada mirando su propio reflejo, dio el último retoque a su maquillaje y se cercioró de que su pelo, no tan largo como el de Daniela, estuviera perfectamente peinado.

La ahora Gabriela, se había enamorado de algunos hombres a lo largo de su vida, pero sólo amó a una mujer, a Daniela. Un amor de niñez, pero no en el sentido romántico de la palabra. Aunque no lo supiera en aquellos momentos, no quería estar con ella. Quería ser como ella, el espejo donde mirarse. Y por eso ahora era lo que siempre había querido ser, una mujer.