05/10/2023

El Loco

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CONCURSO DE RELATOS 38ª Ed. MATAR A UN RUISEÑOR
de Harper Lee

El Loco

El Loco no hablaba. Si bien, no era sordo ni tampoco mudo, dejó de pronunciar palabra a los doce años, tres meses y cuatro días exactamente. El día en el que sus padres murieron junto a Juanita, la mula en la que venían de intentar vender y hacer negocio en el mercado. El sendero por la montaña era estrecho y peligroso y el animal resbaló, llevándose aquel precipicio la vida de los tres desgraciados. 

Más de medio siglo después, el Loco vivía sin hablar en la casa que le vio nacer, la de sus padres. Tenía un huerto y gallinas y ganaba algo de dinero para poder vivir, limpiando el pueblo y las carreteras colindantes de maleza y animales muertos. Cada día aparecía alguno atropellado, sobre todo gatos y conejos. Era una tarea que no todo el mundo estaba dispuesto a hacer, se necesitaba mucho estómago, pero para el Loco no suponía ningún problema. 

De mirada franca aunque algo esquiva, el Loco rehusaba de entablar amistad con la gente. Simplemente vivía y dejaba vivir, pero los chiquillos le seguían de lejos y a veces, se acercaban demasiado para ver qué hacía, a dónde iba y de dónde venía. Pero cuando veían que el hombre no hacía nada extraordinario, lo dejaban por imposible. Aunque en algunas ocasione podían llegar a ser algo molestos con él y entonces, el Loco se giraba y les miraba fijamente con sus ojos de loco y sin decir nada. Los críos entonces salían corriendo mientras gritaban y reían nerviosamente. 


Beatriz

Beatriz se sintió indispuesta a media mañana. Gustavo, su marido, estaba a dos horas en coche por cuestiones de trabajo, y sus padres no contestaban al teléfono fijo. Les maldijo cariñosamente mientras una mueca de dolor se formaba en su rostro. Se negaban a tener un móvil porque como decían ellos, con el de casa ya tenían bastante. 

Bajó los cuatro escalones hacia el jardín con mucha dificultad, pues la barriga le impedía ver por dónde pisaba. De pronto, un líquido le chorreó de entre las piernas. Había roto aguas. Con la frente perlada por el sudor, un desgarrador grito escapó de su boca porque un latigazo le había atravesado la espina dorsal haciéndola caer de rodillas. 

El Loco oyó el grito de una mujer y sintió un pellizco en su pecho. Debía venir de la primera casa a la entrada del pueblo. Demasiado lejos de cualquier otro vecino. Sin pensarlo, se dirigió hacia allí. Con sus largas zancadas recorrió los cien metros y llegó frente a la fachada principal. Los ojos y la boca del El Loco se abrieron de par en par. Beatriz, la mujer del alcalde estaba pariendo y la cabeza del bebé ya asomaba. 

—Tranquila. Respira. He visto parir a varias vacas y a una yegua. No estás sola —Fue lo único que dijo el Loco después de tanto tiempo, que hasta él se sorprendió de su propia voz. 

Con sólo tres empujones y agarrando la mano del Loco, Beatriz dio a luz a una niña con mucho pelo. Y en ese preciso instante, se desmayó.

El Loco hizo reaccionar a la recién nacida para que llorara y llenara de aire sus pequeños pulmones. 


El Grupo

Elvira, Jacinta, Amalia y Dorotea, daban su paseo como cada día cuando se vieron ante la casa del alcalde, mientras su mujer yacía inconsciente y ensangrentada y al Loco con el bebé en brazos. 

Las cuatro empezaron a llamar por teléfono y enseguida llegó una ambulancia, casi todos los vecinos y hasta la Guardia Civil. Una pareja de la benemérita se llevó al Loco al calabozo hasta que se decidiera lo contrario, pues el grupo de las cuatro parroquianas juraba y perjuraba que el Loco había golpeado a la pobre Beatriz para llevarse a la criatura porque, todo según ellas: a saber con qué malignas intenciones. 


El Loco pasó tres días y dos noches en el cuartelillo hasta que fue liberado. Tiempo en el que Beatriz logró recuperarse de su accidentado alumbramiento, pudiendo contar lo que realmente había pasado aquel día. Aún algo débil, ya que había perdido mucha sangre debido a la preeclampsia que sufrió en la recta final del embarazo, pidió que dejaran libre al Loco.


El Alcalde

El alcalde en persona fue al cuartelillo para disculparse con el injustamente acusado y le dio las gracias en nombre de su esposa y de todo el pueblo. 

—Dime, ¿cómo puedo agradecerte lo que has hecho por mi familia? ¿Hay algo que desees? —preguntó el alcalde. 

Pero el Loco no dijo nada. Movió la cabeza de lado a lado, sonrió y se marchó para seguir con su vida, limpiando y viviendo en su humilde casa. 


Cinco inviernos después, el Loco murió de gripe. Momento en el que el alcalde, que seguía siendo el marido de Beatriz, Gustavo Alonso, mandó poner el nombre y una placa conmemorativa de El Loco a la recién estrenada rotonda de acceso al pueblo.


01/10/2023

Siete pecados

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Vadereto de Octubre 2023


Octubre de 1950. Purita se despertó temprano aquella mañana, ansiosa por el día que tenía por delante. Era su décimo cumpleaños y no tenía ni idea de lo que iba a pasar, ya que en su pobre familia no eran muy dados a tener demasiadas expectativas, ni grandes eventos. Y así, mientras la niña peinaba su corta melena ante el espejo, empezaron a aflorar poco a poco cada uno de los siete pecados capitales.

Envidia

Marina lo tenía todo. Era la niña más guapa de la escuela. Tenía un nombre precioso, lucía siempre bonitos vestidos hechos a medida y sus largos tirabuzones negros, resaltaban su pálida piel y sus ojos azules. La envidiaba la mayor parte del tiempo, aunque le costase admitirlo.


Lujuria

Sin ir más lejos, a principios de año, Marina se atrevió a ir a clase con la Mariquita Pérez que le habían traído los Reyes Magos, nada más volver de las vacaciones de Navidad. 

Era la muñeca más bonita que Purita hubiese visto jamás. La quería para ella. ¿Por qué Marina había recibido aquel regalo y ella no? ¿A caso ella no era la buena niña que obedecía a sus padres, a su maestra, sor Luciana, y a cualquier adulto como era menester?


Ira

No escuchó a su madre las tres veces que la llamó para que bajase a desayunar. Tampoco sus pisadas por las escaleras de madera al subir. Sólo saltó como un resorte con la cara roja por el enfado, al oír el crujido de la puerta. 

—¿Se puede saber qué haces, Purita? Tu padre y tu hermano ya están sentados a la mesa. 


Soberbia

Altiva, la enojada Purita se alisó la falda que ya empezaba a ser demasiado corta y a apretarle en la cintura. Necesitaba ropa nueva. Pero no dejaría que nadie notase lo miserable que se sentía por pertenecer a una familia con tan escasos recursos económicos. 

Y con esos pensamientos divagando en su mente, su madre la dejó pasar y bajaron para dirigirse a la cocina.


Avaricia

En la mesa había leche con cacao y zumo de naranja recién exprimido. También vio galletas danesas, barquillos y cruasanes de mantequilla. Todo dispuesto en la vajilla que su madre sólo sacaba para conmemorar algo muy importante. 

Purita empezó a servirse de todas las cosas, antes incluso de sentarse ante su plato.


Gula

Con una mano bebía un sorbo de la leche chocolateada y con la otra le hincaba el diente a un delicioso cruasán, mientras no perdía de vista al vaso de zumo que tenía ante sí y calculaba cuántos barquillos y galletas sería capaz de digerir antes de ir al colegio.

Su padre, visiblemente contento, se dirigió a su hija que, comía a dos carrillos.

—Tranquila, hija. Que te vas a ahogar. Hay de sobras. Me han ascendido a encargado de la fábrica y ya no soy un peón más. No es mucho el aumento pero, iremos un poco más desahogados a partir de ahora. Además, tu hermano empezará también a arrimar el hombro. ¿A qué sí, hijo? 


Pereza 

Pero Purita no le escuchaba, pues cuando su padre empezaba a hablar, no había quien lo parase. Le entraba un sopor inenarrable y simplemente veía a su padre mover la boca. Le entraban ganas de dormir, pero ahora no podía, pues debía ir al colegio. 


Aquel día la acompañaron los dos, su padre y su madre. Ambos la abrazaron y besaron mientras le deseaban un feliz día de nuevo y Purita se sintió la niña más querida y feliz. 

Por su parte, Marina llegó a la escuela cabizbaja. Todos los juguetes que poseía, o sus bonitos vestidos con el lazo para el pelo a juego no le servían para nada.

En casa de Marina se respiraba un aire enrarecido cada vez que su padre llegaba más tarde por la noche. Casi siempre cuando ella ya dormía, y su madre lloraba amargamente mientras suplicaba al marido que no se marchase de nuevo. Pero él, cada vez pasaba más tiempo fuera porque decía que un jefe tenía que ser siempre el primero en entrar y el último en salir. Pero la realidad era que el padre de Marina había decidido que le gustaba pasar más tiempo con Dolores, su secretaria, que con su familia. La cual estaba embaraza en aquel momento de siete meses. 

Cuando Purita se enteró de aquello, no dudó entonces en abrazar a su amiga/enemiga y consolarla. 

Aquella noche, antes de ir a dormir sólo quiso decirle una cosa a su padre. Que se quedase como encargado, pues no era necesario que aspirase a ser jefe de nada. Que ella ya era feliz así. Que ni la lujuria o la envidia, la avaricia o la soberbia podrían con ella. De la ira, no estaba segura de no enfadarse jamás, y de la gula o la pereza, era algo en lo que le costaría bastante más, por lo que no se lo tuviese demasiado en cuenta 🤗