18/11/2025

La lista de la compra

Relato narrado en el Programa de radio Martes de Terror en:
Noche de Terror IX ; Volumen 3


Me complace decir que el relato de hoy fue seleccionado por Lux Ferre Audio para su programa Martes de Terror. El segundo episodio del especial Noche de Terror 9, con las voces de Elena Navarrete, Toni L贸pez e In茅s Vega. Pod茅is escuchar el programa completo AQU脥

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Tras el desayuno, Mat铆as apunt贸 magdalenas a la lista. Mientras se ataba las botas, silb贸. Afuera, la brisa mec铆a los olivos, y el canto de los p谩jaros era m谩s insistente que de costumbre.

—¡Trufa! ¡Vamos, chica, que toca ir al pueblo!

La joven bodeguera ignor贸 la orden y el hombre frunci贸 el ce帽o, asom谩ndose al porche. Estaba ella bajo un 谩rbol meneando el rabo alegremente con un pajarillo en la boca.

—¿Otra vez? ¡Por el amor de Dios! —suspir贸, saliendo de casa con resignaci贸n—. ¿Cu谩ntas veces te he dicho que no se cazan, no se comen, y tampoco se juega con ellos?

La perrita agach贸 las orejas y solt贸 al jilguero que qued贸 sobre la tierra como una nota disonante. Mat铆as se acerc贸 a ella y le acarici贸 la cabeza.

—Eres muy bestia. ¿Sabes? Una bonita y cabezota.

Entr贸 a la casa a por la lista. Martes. Huevos, leche, tomates y pienso, entre otras cosas. Cerr贸 con llave, subi贸 al coche, y con un par de palmadas en el asiento, Trufa se subi贸 en la parte de atr谩s.

La carretera estaba desierta. Como casi siempre. Eso le gustaba a Mat铆as, sin ruido, sin pitidos, sin domingueros. Hasta que en la 煤ltima curva antes del pueblo, fren贸 en seco. Hab铆a alguien en mitad del asfalto.

Estaba inm贸vil en medio de la l铆nea continua, y parec铆a llevar ropa de trabajo. Vest铆a chaleco amarillo y pantalones grises, ambos con rayas reflectantes. Ten铆a la cabeza ladeada como si se le hubiera desencajado el cuello y los brazos le colgaban con una rigidez rara, como si no recordara del todo que los ten铆a.

Trufa solt贸 un gru帽ido grave, casi inaudible. El pelo del lomo se le eriz贸 como una cresta. Ten铆a las orejas tensas hacia adelante, el morro cerrado, y los ojos fijos en aquel hombre.

—Tranquila, chica —dijo sin mucha convicci贸n.

Jam谩s la hab铆a visto as铆 ante cualquier extra帽o.

Mir贸 de nuevo al hombre y baj贸 despacio, dejando la puerta entreabierta. Se acerc贸 pensando que no parec铆a haber escuchado el motor del coche, ni su voz. Su cara ten铆a un tono ceniciento y la mand铆bula le colgaba un poco, babosa.

Mat铆as trag贸 saliva. Aquel tipo parec铆a colocado o enfermo. O ambas cosas.

—Jefe, ¿est谩 bien? —pregunt贸, manteniendo la distancia.

Silencio. Mat铆as solo dio un paso m谩s.

El hombre alz贸 la cabeza con un movimiento espasm贸dico. Sus ojos estaban enrojecidos y vidriosos, con una mirada vac铆a, como si vida. Entonces abri贸 la boca y dej贸 escapar un sonido sordo, como un gemido roto. Y fue cuando, con un crujido apenas audible, se enderez贸 y dio su primer paso.

Aquel desconocido se acercaba a Mat铆as con la boca abierta y los brazos estirados. El hombre de campo, que solamente quer铆a hacer la compra, no esper贸 m谩s. Le plant贸 ambas manos en el pecho y lo empuj贸 con fuerza. El hombre cay贸 pesadamente hacia atr谩s, sin apenas resistencia,  y se oy贸 un crujido, como el de una rama rota.

—Vamos, no me jodas —murmur贸 Mat铆as contrariado—. Encima le habr茅 roto algo.

El hombre no se quej贸 ni grit贸. Ni siquiera se llev贸 la mano a donde fuera que se hubiera hecho da帽o. Se qued贸 un momento tumbado con los ojos clavados en el cielo, y luego intent贸 ponerse de pie otra vez. Pero parec铆a una marioneta de hilos. Eso fue lo que le dio m谩s miedo a Mat铆as que, volvi贸 al coche a toda prisa. Trufa lo recibi贸 con lloros impacientes.

—Ya, bonita, ya. Nos vamos cagando leches.

Meti贸 primera y sali贸 pitando hacia el pueblo. Dar铆a parte a la Guardia Civil. Tal vez era una droga de esas sint茅ticas que volv铆an a la gente loca. O alguien fugado del psiqui谩trico. No ser铆a la primera vez.

Cuando al fin lleg贸 al pueblo, vio entonces a una mujer corriendo. Llevaba la ropa rota y manchada de tierra y sangre. Al ver el coche, alz贸 los brazos desesperada y se puso delante. El coche fren贸.

—¡Ay煤deme! —gimi贸 ella—. ¡No me deje aqu铆!

Mat铆as baj贸 la ventanilla solo un dedo.

—¿Qu茅 pasa? ¿Est谩 herida?

La mujer temblaba y ten铆a los labios resecos y partidos.

—No me han mordido. Le juro que no me han atacado.

Trufa volvi贸 a gru帽ir en el asiento trasero, agazapada. Mat铆as dud贸 pero abri贸 la puerta.

—Entre despacio y d铆game qu茅 est谩 pasando.

Ella entr贸 de un salto y cerr贸 la puerta a toda prisa. Pasaron algunos segundos callados, solo el sonido del motor y el jadeo de Trufa llenaban el coche.

—Todo empez贸 el viernes —dijo la mujer al borde del llanto—. En el hospital, incluso en las ambulancias. No sab铆amos qu茅 pasaba… personas que mor铆an y resucitaban… y mord铆an a la gente. Les arrancaban la cara o se com铆an sus tripas. Y luego, ellos se levantaban a su vez, voraces.

—¿Qui茅nes?

—Los que mor铆an se levantaban, igual que el primero. Como si no estuvieran muertos del todo.

Mat铆as trag贸 saliva. Quer铆a echarla y mandarla a paseo. Pero la imagen del hombre de la carretera le vino a la cabeza. Y pens贸 que no parec铆a humano.

—He perdido a mi hermana. Le mordieron el brazo el domingo. Pero no tuve el valor de matarla. Era mi hermana…

Mat铆as mir贸 por el retrovisor sin responder. Todo parec铆a tranquilo, pero algo ol铆a mal. No era solo paranoia.

—Yo soy Mat铆as. ¿Y usted?

—Silvia.

—Vale, Silvia. Vayamos a la Guardia Civil. Ellos deben saber algo.

—No lo entiende, ¿verdad? Incluso los guardias se han convertido. Soy de las pocas que a煤n queda con vida. Aunque a煤n no s茅 por cu谩nto tiempo.

Silvia empez贸 a sollozar. Mat铆as intentaba procesarlo todo. Aquello era demasiado para 茅l, un hombre sencillo y con los pies en la tierra. Un perro empez贸 a ladrar a lo lejos. Y entonces vio junto al estanco a Pepe, el del bar. Caminaba despacio, arrastrando los pies y con las tripas fuera.

—Bueno, Silvia. Nos vamos.

—¿Ad贸nde?

—A casa. A por mi escopeta. A煤n tengo que hacer la compra.

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