CONCURSO DE RELATOS 47ª Ed.
Tintero Anónimo
Blog: El Tintero de Oro
Hoy es un lunes lluvioso. El colofón perfecto, nótese la ironía, para el peor fin de semana de mi vida…
He vuelto al trabajo aunque el viernes, a última hora y después de hacerme pasar a un despacho, me plantaran delante el finiquito y me dieran las gracias por los tres años en los que su empresa, va a constar para siempre en mi vida laboral.
Aún no ha llegado nadie. Falta poco más de media hora para que empiece la jornada en esta empresa. Desde el viernes por la noche, sobre las nueve y diez concretamente, mi mente ha estado embutida en una especie de enajenación. En estos momentos me siento como si estuviera en una resaca constante, aun sin haber bebido ni una gota de alcohol. El cuerpo lo tengo que me duele todo. No he pisado mi casa desde el viernes por la mañana. Estoy empapada, embarrada y muy cabreada. ¿Cómo han podido hacerme esto a mí? Ni un sólo día de baja me cogí. Llegaba la primera y me iba casi la última, dejándome hasta las pestañas en la pantalla del ordenador. ¿Y así me lo pagan? Simplemente porque estoy soltera y sin hijos que mantener. Según ellos, aún soy joven y no me será difícil encontrar un nuevo trabajo. Además tuvieron la indecencia de decirme que estarían encantados de dar muy buenas referencias sobre mí… Simplemente me han echado porque soy la que sale con el despido más barato a pagar por ellos. Pero a mí no me van a timar porque no firmé y puse que no estoy conforme.
El caso es que cogí el coche con el alma llena de rabia y los ojos de lágrimas. También el viernes estuvo lluvioso. Yo diría que todo desde el mediodía de aquel viernes, no ha parado de caer agua del siniestro cielo gris que encapota la ciudad. Pero ya todo me da igual. Miento. No todo. No me da igual lo que me han hecho estos hijos de la gran… Me callo.
Me callo pero voy a vengarme. Voy a esperar agazapada entre las sombras a que lleguen para darles un día que no olvidarán.
Al llegar, he ido dejando un rastro de barro, como si hubiera salido de una ciénaga. Todo está igual que el viernes. Y ahí está mi mesa. Mi puta mesa. Con su silla ortopédica y la alfombrilla eléctrica a los pies. No me llevé nada. Me olvidé de todo, embuída por la rabia.
No he podido descansar en todo el finde y algo me zumba dentro del cráneo. Un ruido apagado, como si alguien me estuviera hablando desde muy, muy lejos. Entonces oigo abrirse la puerta principal. El reloj marca las ocho menos diez.
Me escondo en la sala de reuniones sin hacer ruido. Desde la rendija de la puerta, veo entrar a Maca, la de administración. Viene con el paraguas chorreando, el moño torcido y el móvil en la oreja.
—No, tía, aún no se sabe nada. Aquí no están ni su coche ni ella. Dicen que Alicia no ha parado en casa. Su padre me llamó el sábado para ver si había quedado conmigo. Pero ya sabes que ella y yo no nos llevamos… El caso es que no la localizan.
Silencio. Se ha quedado quieta mirando hacia donde estoy. La sala de reuniones. Pero no puede verme. ¿Verdad? No me ve. Pero algo ha notado porque da un paso atrás. Y otro más. Y entonces sale corriendo hacia los despachos del fondo. Genial. Una cobarde menos.
Yo no puedo soportarlo más y salgo de la sala. Voy directamente a mi mesa aunque me cuesta. Me cuesta horrores moverme, como si arrastrara cadenas invisibles. Pero llego. Y entonces doy rienda suelta a mi ira.
Primero lanzo el monitor contra el suelo, explotando en una lluvia de cristales y plástico. Luego, levanto la silla por encima de mi cabeza y la estampo contra la pared. La planta del rincón sale volando. el armario de las carpetas tiembla y se abre solo, vomitando papeles como si se hubiera hartado de guardar secretos.
Oigo voces, pasos corriendo y más gente llegando. Entonces pongo ambas manos sobre mi mesa. Mi trinchera. Mi calvario. El altar de mi humillación… Me hago más fuerte y grito como si se me desgarrara el alma. Y la mesa se parte crujiendo con un sonido seco. Como si chillara conmigo. La mesa se dobla hacia un lado, se quiebra en dos, y algunas aristas saltan como insectos mutilados. Todos están mirando pero nadie dice nada. Hasta que el jefe entra con una cara que, por primera vez, muestra algo que no sea superioridad o indiferencia.
—Es el padre de Alicia —dice. Su voz suena vacía—. Han encontrado su coche a la altura del kilómetro 13. Está completamente destrozado.
Su nuez sube y baja para tratar de tragar algo de saliva porque tiene la garganta seca y continúa.
—Dice que… que Alicia yace dentro. Muerta.
¿Muerta yo?
Y es entonces cuando recuerdo el golpe. El chasquido. Cristal en los ojos. Mis gritos. Un árbol. La lluvia. La oscuridad.
Estoy muerta pero estoy aquí. Y ellos también. Los que sabían. Los que se rieron. Los que miraron a otro lado cuando lloré en el baño, cuando pedí ayuda y justicia.
Estoy muerta pero aún con cosas que hacer. Y si estoy muerta, ya no tengo nada que perder.
899 palabras
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