25/12/2024
El alma de las muñecas
13/12/2024
Reina de la noche
Tengo el honor de haber sido seleccionada junto a otros escritores de Argentina, Colombia, España, México, Portugal, USA y Venezuela. Entre compañeros y compañeras que a algunos ya les conozco por otras participaciones y colaboraciones.
He visto nacer, crecer, reproducirse y morir a incontables generaciones, pues mi no vida no la cuento por años, sino por siglos.
Hoy a media noche, alzaremos nuestras copas llenas de nuestro más preciado y caliente líquido rojo, y en cada sorbo, el mundo se arrodillara ante nuestra soberanía liderada por mí, vuestra reina.
Junto a mí se encuentra el ser más cautivador del mundo, a parte de mí misma. La sangre será nuestro pacto y la oscuridad será nuestro reino, solamente pudiendo elegir pertenecer a uno de los bandos. Aquí ya os encontráis un gran número de seguidores llegados de todas partes, soy yo vuestra líder, soy yo vuestra reina. Ahora además, también le tenéis a él, que decidió que no quería simplemente morir para poder vivir toda la eternidad a mi lado.
Lo recuerdo como si hubiese pasado ayer. Se paró frente a mí y se atrevió a mírame a los ojos para adentrarse en mi oscuridad, atraído por la poderosa belleza que emano. ¿Cómo podía resistirse a ser mi consorte? Ahora ambos tendremos el mundo a nuestros pies.
Yo soy la reina de la noche encarnada, la del eterno destierro, y mientras todos duermen ignorantes ante lo que está sucediendo, yo les vigilo desde las sombras, tranquila, pues sé con certeza que todos van a terminar siendo míos.
Esta es la noche en la que os presento a vuestro nuevo rey. Un valiente ser que no le temió a tocar mi fría piel y a enredar sus dedos entre mi ondulado cabello rojo como un rubí.
No dejó escapar lo que yo le ofrecía, ser dueño de mi corazón sin latidos y del mundo entero por siempre jamás. Nunca sin dejar de ser jóvenes, fuertes y permanecer unidos. Ha venido y se ha quedado junto a mí para que podamos ser los emperadores de la noche.
Así que ahora sí, celebremos todos los aquí reunidos con este brindis tan especial que lo cambiará todo.
El brindis sangriento recordará a la humanidad la existencia de los vampiros.
10/12/2024
Zed y la Navidad
Para Zed iban a ser sus segundas navidades con su nueva familia adoptiva. Aunque algo torpe y bastante asustado y desubicado al principio, sentía que estaba viviendo de nuevo junto a los Caray. Peter y Martha, junto al pequeño Max le habían abierto su casa de par en par, así que quería sorprenderlos con algo especial para agradecerles el amor y la paciencia que le demostraban cada día.
Pero aunque Zed vivía feliz con su familia, notaba cómo los demás humanos de la comunidad le miraban cuando salía a hacer cualquier recado. Y es que ser un joven zombi en la nueva realidad postapocalíptica, no era tan fácil. La cosa era que la Navidad se acercaba y tenía que pensar en tres regalos y demostrarles cuánto los apreciaba. Pero despistado como era, lo había dejado para el último día.
En una tienda en la calle mayor del pueblo, en donde se podía comprar de todo, Zed compró un balón de fútbol para jugar con Max, y una cajita de madera con un juego de dominó para Peter. Ya por último y después de dar un par de vueltas por el negocio, el pequeño zombi descubrió el regalo perfecto para Martha, un adorno navideño antiguo. Una preciosa bola de nieve en cuyo interior había las cinco figuras de unos niños cantando villancicos delante de una iglesia.
Zed se había disfrazado para caminar por el pueblo, más bullicioso de lo normal por las fechas. Quería pasar lo más desapercibido posible porque los zombis no eran demasiado bienvenidos. Se había puesto maquillaje de su madre para darle un toque más vívido a su grisácea piel, y también se había lavado y perfumado bien para contrarrestar su característico olor a rancio. Pese a que las medicinas que les habían dado a sus padres adoptivos en el hospital, para contrarrestar y parar el deterioro de un cuerpo no vivo, aún se tardaría un tiempo en que los zombis tuvieran una apariencia más humana. Habían conseguido que una cantidad considerable de ellos pudieran razonar, hablar, valerse por sí mismos y no ser un peligro para las personas. Zed no sentía la necesidad atroz por la carne humana. Su nueva dieta, por el bien de todos, debía ser vegetariana. O mejor aún, vegana.
Cuando ya había pagado sus compras y se dirigía a la puerta para irse de la tienda, el tendero se fijó en el pie izquierdo de Zed.
—¡Oye, muchacho! ¿No eres tú el niño adoptado de los Caray? ¿Uno de los supervivientes de la zona cero?
—…
—¿Te llegaron a morder los zombis?
—No, señor. Soy sólo un niño.
—Pero ese pie zambo, completamente mirando hacia dentro. Cuando entraste caminabas mejor.
—Es que ya es tarde y necesito mi pastilla para los huesos. Mi madre dice que me falta calcio. Por eso soy más bajito que los niños de mi edad, pero tengo casi once años.
Zed sintió miedo. No le había dicho a sus padres que iba a ir al centro porque se lo habrían prohibido. Por un momento pensó en salir corriendo, pero recordó las lecciones de Martha: “Siempre responde con calma, Zed. No todos entienden, pero eso no significa que no puedan cambiar”.
—Sí, señor. Vivo con los Caray desde hace un tiempo. Ellos me adoptaron —Zed levantó la barbilla, tratando de sonar más seguro de lo que se sentía.
El viejo lo miró pensativo, cruzando los brazos. A pesar de su tono desconfiado, había algo en sus ojos que parecía más curioso que hostil.
—Dicen que algunos de vosotros ya no… ya no coméis gente.
Zed se estremeció y asintió.
—Es verdad. Ya no somos peligrosos. Tenemos los cuidados necesarios. Ahora como muchas verduras… y también avena. Mucha avena. —Intentó sonreír, pero sabía que su sonrisa era un poco torcida por culpa de su mandíbula rígida.
El tendero masculló algo entre dientes, pero Zed no supo el qué, así que después de unos segundos que parecieron horas, el niño decidió que era mejor irse ya a casa.
—Gracias por todo, señor. Que tenga una feliz Navidad.
Zed con la bolsa de regalos colgada al hombro se apresuró a salir a la calle, sintiendo las miradas de otros clientes clavadas en su espalda. El frío de diciembre le golpeó en la cara como las miradas recelosas de los desconocidos, pero antes de doblar la esquina, escuchó algo en el callejón junto a la tienda. Su curiosidad infantil le hizo asomarse con cuidado. En la penumbra, vio a un niño humano, un poco más pequeño que él, acurrucado junto a unas cajas. Su ropa estaba desgastada y tiritaba de frío.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? -preguntó Zed, acercándose poco a poco.
—No te acerques… Eres un zombi de esos, ¿verdad? —dijo el niño con ojos asustados mientras retrocedía.
Zed se detuvo y levantó las manos en señal de paz.
—Te juro que no voy a hacerte daño. ¿Tienes dónde ir?
—Mis padres ya no están. Me escondo donde puedo.
Una punzada recorrió el cuerpo de Zed. Recordó cómo se sintió cuando perdió a su familia antes de que los Caray lo encontraran.
—Ven conmigo -dijo, ofreciéndole la mano-. Mi familia puede ayudarte.
Algo en los ojos de Zed lo hizo confiar.
—¿De verdad? ¿No les importará que vaya contigo?
—Si pudieron aceptarme a mí, también podrán aceptarte a ti —contestó Zed, sonriendo con más confianza-. ¿Cómo te llamas?
—Mi nombre es Milo.
Cuando Zed llegó con Milo a casa, Peter, Martha y Max lo recibieron con calidez. Martha se arrodilló frente al niño y le pasó la mano por el cabello despeinado y le preguntó si tenía hambre. Milo asintió tímidamente, y la mujer lo condujo adentro,seguida por Peter. Max se quedó atrás, mirando a Zed con los brazos cruzados.
—¿Siempre tienes que ser el Héroe Justiciero? —preguntó Max sarcásticamente pero con un destello de admiración en sus ojos.
—No sé. Supongo que alguien tiene que hacerlo —dijo Zed cogiéndose de hombros.
Max rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír mientras seguía a los demás.
Aquella noche, Zed entregó los regalos que había comprado. A Max le encantó el balón y prometió enseñarles a Zed y a Milo a jugar bien. Peter le agradeció el dominó, diciendo que haría un torneo en familia. Y Martha, al ver la bola de nieve, abrazó fuertemente al niño con emoción y lágrimas en sus ojos.
Mientras cenaban todos juntos, incluido el nuevo miembro sentado con ellos, Zed miró alrededor de la mesa y sintió que aquello era la prueba irrefutable de que la vida podía ser como la que tenía antes de convertirse en zombi.
Afuera, la nieve había comenzado a caer, cubriendo el mundo con su blanco manto. Y aunque la vida seguía siendo complicada, Zed sabía que había esperanza para los zombis y los humanos. Al menos, en aquella pequeña casa llena de amor.
02/12/2024
Daños Colaterales
La memoria llevó a la doctora en bioquímica, Carla Aponte, a su despacho en la empresa Genetic Corp, donde no paraba de darle vueltas a varias cosas que habían sucedido últimamente y que no le gustaban.
Su equipo había estado desarrollando el revolucionario medicamento llamado NeuroCalm, para tratar el estrés crónico y los trastornos por ansiedad, patologías cada vez más extendidas por todo el globo terráqueo. NeuroCalm ya estaba en el mercado y su éxito había sido rotundo, pero Carla se había dado cuenta de que algo extraño sucedía. Algunos pacientes de los que tomaron el medicamento, habían presentado pérdida de memoria, fallos de coordinación y comportamientos violentos.
Una tarde, Carla se encontraba revisando los informes clínicos internos. Masajeaba la parte frontal de su cabeza porque la migraña la estaba matando. Había encontrado unos registros que revelaban que en las primeras fases de los ensayos hubo unos efectos adversos muy graves, incluyendo casos de agresividad extrema. Aquellos datos habían sido ocultados para acelerar la aprobación del medicamento por las autoridades sanitarias.
Ante esto, Carla no tuvo más remedio que llevar sus preocupaciones a Isaac Toro, su jefe directo, que intentó tranquilizarla asegurando que aquellos casos eran una mera anécdota que no representaban ningún riesgo generalizado para la población. Sin embargo, con la mosca detrás de la oreja, ella comenzó a notar como algunos de sus colegas de profesión evitaban hablar del tema y que documentos clave estaban desapareciendo del sistema.
Viendo que nadie iba a ayudarla, Carla no tuvo más remedio que investigar por su cuenta, descubriendo así que NeuroCalm contenía un compuesto experimental que afectaba al sistema nervioso central de forma impredecible. En casos extremos, los pacientes desarrollaban un síndrome neurodegenerativo que los transformaba en criaturas sin raciocinio, controladas por un hambre insaciable. Con este hallazgo, la doctora Aponte se enfrentaba a un desasosegante dilema. O exponer la verdad, lo que supondría arriesgar su carrera y su vida. Ya que Genetic Corp era muy hábil en silenciar a los empleados disidentes. O no decir nada, ya que el medicamento estaba generando miles de millones de beneficios a la empresa y por ende, beneficios para ella misma. Además, revelar la verdad podría provocar pánico a nivel mundial. una catástrofe.
Cuando llegó a casa ya sabía que estaba decidida a actuar. el código deontológico y su conciencia no le permitían hacer otra cosa. Después de darse un baño relajante y cenar, Carla llamó a su amigo Leo Vives, un periodista independiente especializado en destapar escándalos corporativos. Juntos, planearon una estrategia para filtrar los documentos incriminatorios sin que Genetic Corp pudiera rastrearlos. Pero les salió el tiro por la culata cuando Genetic Corp se dio cuenta de la filtración, lo que desató una cacería para dar con Carla. Entonces Leo la ayudó a esconderse en la pequeña cabaña que había heredado de su tía Milagros en la montaña. Paralelamente, empezaron a salir a la luz pública multitud de casos de pacientes infectados, provocando revueltas y llevando el caos a los hospitales y centros sanitarios que rápidamente se extendió a las calles.
Pero mientras la noticia se iba difundiendo, el medicamento seguía en circulación y los infectados empezaron a multiplicarse exponencialmente. La empresa, en un último intento por controlar la narrativa, culpó a los pacientes y negó cualquier responsabilidad lavándose las manos, aun viendo que la doctora y el periodista habían logrado reunir las pruebas suficientes para demostrar que Genetic Corp conocía los riesgos desde el primer momento. Carla y Leo publicaron los informes justo cuando la situación se volvía insostenible, enfrentándose a la persecución tanto de la empresa como de los afectados, o mejor dicho, de los infectados.
A pesar de todos los esfuerzos de la doctora Carla Aponte, la verdad se enterró bajo capas y capas de burocracia y corrupción mientras la infección se propagaba, Carla se convertía al principio en una fugitiva en un escenario cada vez más hostil. Y después en superviviente en un mundo inmerso en un Apocalipsis Zombi…
Conteniendo la respiración, Carla apuntaba con su mirada hacia los árboles. De ellos emergió la figura de un hombre moreno con el pelo descuidado y una tupida barba. Cojeaba, pero no parecía herido. se acercó sin miedo y sin ira a la ventana. Carla identificó aquellos ojos verdes antes de que el hombre estampara un papel en el cristal:
《Carla, soy Leo, y no he parado hasta llegar aquí. Te quiero. No estoy enfermo pero sí exhausto》
Leo se reunió con ella como le había prometido. No habían podido parar el desastre pero habían logrado sobrevivir y reunirse. Decirse al fin lo que tenían guardado en sus corazones.
859 palabras
18/11/2024
Cenizas, hogar perdido
04/11/2024
Escondida
Blog: El Tintero de Oro
VadeReto Noviembre 2024
EL ESPACIO
Blog: Acervo de Letras
Desafío conjunto con Alianzara
Blog: Alianzara
Mi armario no era muy grande, pero yo tampoco. La ropa me tapaba para que no me vieran.
Estaba oscuro y tenía un poco de miedo, pero hice caso a mi mamá para que la gente mala no me viera.
Soy una niña grande y no quería llorar. Casi tengo seis años.
Oía llorar a mi mamá porque unos hombres la estaban gritando. También ruido de cosas que se rompían. Mi mamá lloraba más fuerte y yo también empecé a llorar.
Tenía mocos y me limpié la cara con mi manga, pero me quedé abrazando a mi muñeca. Nos mecimos para estar más tranquilas pero los hombres hacían demasiado ruido.
Me dolía el culo y tenía frío, pero ya no se oía ruido.
Cerré los ojos muy fuerte y abracé más a mi muñeca cuando el armario se abrió.
Una mujer policía me cogió en brazos diciendo que todo había pasado. Mamá llegó corriendo y me dio muchos besos. Tenía una tirita muy grande en la cabeza.
Yo lo oía todo aunque no querían que me enterara. Sé que hacía muchos días que mi papá no estaba en casa. Esos hombres malos le buscaban. No sé porqué mi papá conoce a gente mala.
Mi mamá y yo ahora vivimos en una casa muy grande. Allí también viven otros niños con sus mamás y que sus papás no pueden vivir con ellos.
18/10/2024
Tiempo de perros, tiempo de lobos
Este relato fue seleccionado por Lux Ferre Audio para su programa Martes de Terror. El segundo episodio del especial Martes de Terror 4, con las voces de Adrián Molina, Inma González y Mario Nieto.
**********
MaryLou estaba apoyada en la parada de un autobús, un simple poste en el arcén. Bajo la lluvia, con paraguas y botas de agua conjuntados en color rojo, y con sus suaves rizos rubios destacando sobre una gabardina verde musgo, sólo quedaba media hora para que la noche se echara sobre la no muy transitada carretera. La chica parecía estar esperando a un autobús que se retrasaba, pero el último del día había pasado quince minutos atrás.
Michael iba barruntando si salir o no aquel viernes por la noche para conocer a alguna chica interesante. Los faros de su coche no se habían encontrado apenas con otros automóviles. La lluvia y el mal tiempo en general disuadía a la gente de salir del calor de sus casas. Octubre era un mes frío en el norteño estado de Maine. De pronto, clavó los frenos y paró su Chrysler beige a escasos metros de la parada de bus y las botas rojas se apresuraron hacia el auto.
—Hola. ¿No sabrá usted si aún tiene que pasar un autobús por aquí?
—Pues a esta hora no pasa ninguno más. Si quieres te acerco, que con este tiempo puedes coger una pulmonía. ¿Vas muy lejos? No deberías estar sola cuando anochezca y seguramente alguien estará preocupado por tu tardanza.
—¡Gracias! Me haría un gran favor. Voy a Alton, a casa de mi abuelita que está muy enferma y me necesita. Es la única familia que tengo.
—¡Menuda casualidad! Yo vivo a las afueras de ese pueblecito. Está a menos de veinte minutos.
—De nuevo, muchas gracias.
MaryLou abrió la puerta y se sentó en el asiento del copiloto. Se quedó mirando el ambientador que colgaba del espejo retrovisor e impregnaba el interior del auto con su olor a lavanda. Le recordaba a su abuela. Ella le preguntó dónde lo había comprado, y él le contó que había sido idea de su hermana, porque el olor a pachuli que solía utilizar, a ella le parecía demasiado pesado, y como estaba delicada de salud y debía llevarla a sus sesiones de quimioterapia para tratar su leucemia con frecuencia, pues recibió de buena gana el cambio de ambientador por parte de ella. Michael parecía realmente un buen hombre que se preocupaba por su hermana.
A mitad de camino, Michael detuvo el coche a un lado de la carretera.
—Perdona un momento, pero tengo que mear o me reventará la vejiga.
MaryLou hizo un imperceptible mohín al escuchar la palabra mear en boca de aquel hombre que había estado tan pulcro y correcto en todo momento. Cuando terminó de orinar, Michael abrió el maletero y empezó a rebuscar entre un gran saco, cuerdas, trapos y un bote de cloroformo entre otras cosas, y de repente, sintió un fuerte golpe en la cabeza que le hizo caer al suelo. Una empapada por la lluvia MaryLou, sonreía maliciosamente con un martillo ensangrentado en la mano.
—No me digas que también tú ibas de cacería —dijo antes de asestarle el golpe definitivo—. Vaya... Pues va a ser que no. Es peligroso subir al coche de un desconocido, pero también lo es subir a alguien que no conoces.
Entonces, condujo ella misma hacia Alton dejando el cuerpo del hombre allí mismo, y pensó que ya era hora de cambiar de aspecto y optar por una melena a lo Cleopatra porque la policía estaba buscando a una chica rubia de Nueva Jersey, sospechosa de asesinar a hombres de mediana edad. Puso la radio y rió a carcajadas cuando aconsejaron no salir por la noche en solitario por el condado, sobre todo a las adolescentes y mujeres jóvenes, ya que aún no habían dado con el secuestrador y asesino que tenía atemorizada a la zona. La descripción que dieron coincidía al cien por cien con la de Michael. Su meta era cruzar hasta Canadá sin ser vista.
Y es que perro no come perro, pero cuidado con el lobo en piel de cordero.
14/10/2024
Lanzamiento de Europa Clipper
Mensaje en una botella: A bordo de la nave Europa Clipper
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Mi nombre va a bordo de la Europa Clipper |
08/10/2024
Eterna Lola
Lola, como buena cordobesa, abandonó el lavadero con la ropa limpia en el cesto, apoyado sobre su cadera, moviéndose con esa naturalidad de quien apenas ha cumplido los diecinueve. En la casa, la madre la esperaba pelando patatas y judías verdes para la cena, con la plancha reposando sobre las brasas, lista para quitarle las arrugas a las sábanas. Las calles empedradas de Puente Genil, con sus casas encaladas y sus ventanas coronadas de geranios rojos, guardaban en su silencio los rumores y secretos que, como el aire, corrían entre los vecinos.
Antonio, un hombre que ya sabía de la vida y tenía veinte años más que ella, había llegado de Sevilla un mes atrás, a cuenta de unas tierras. Forastero, sí, pero en poco tiempo se ganó la confianza de todos con su hablar suave y su manera discreta de estar en el mundo, como si fuera uno más del pueblo. Sin embargo, lo que nadie imaginaba era el secreto que arrastraba consigo, oscuro y profundo, de esos que dicen, si no se ven, no se sienten.
La joven Lola, con sus ojos oscuros y su piel tostada por el sol, llenaba de luz el lugar con su risa fresca, y Antonio, sin decir palabra de su vida en la capital, comenzó a pasear por el pueblo con más frecuencia, buscando, casi sin quererlo, esos encuentros casuales con la muchacha. Al principio fueron solo miradas rápidas, pero pronto se hicieron largas, profundas. Antonio se llevaba la mano al sombrero en un saludo tímido, mientras Lola se colocaba el cabello detrás de la oreja, sintiendo el calor encendiéndole las mejillas.
Entre paseos y charlas junto al río, bajo la sombra del puente de los Ahorcados, que pese a su nombre lúgubre les ofrecía las mejores vistas del Genil, se fueron descubriendo el uno al otro. Las palabras dulces de Antonio, envueltas en dulces promesas, fueron calando en el corazón ingenuo de Lola. Y en las tardes sofocantes de julio, cuando el cielo se teñía de un naranja que casi dolía, y el tañido de las campanas de la iglesia de Santiago flotaba en el aire, sus encuentros se hicieron cada vez más íntimos. Lola creía que aquel amor sería para siempre.
Pero la verdad, como el agua del río, siempre encuentra su cauce. Fue en una tarde cualquiera, cuando Antonio marchó a Córdoba por asuntos, que un hombre llegado desde Sevilla, preguntó por él. Vino a buscarle con urgencia: su mujer, Carmela, le mandaba llamar, pues su hijo pequeño, enfermo de fiebres, no levantaba cabeza. Así fue como Lola descubrió lo que nunca debió saber: Antonio tenía esposa e hijos en Sevilla, una familia que había dejado atrás como si no existiera.
Deshecha por la traición, Lola no pudo contenerse cuando Antonio volvió al pueblo. Se citaron en la plaza del Romeral, bajo los olivos. El aire parecía pesado, inmóvil, mientras la muchacha le arrojaba la verdad a la cara. Antonio no dijo nada, no hizo ademán de negarlo. Y ella, con el alma rota, se alejó. Las lágrimas surcaban su rostro, mojando su cuello, mientras se dirigía a la estación, esa estación donde tantas veces había soñado una nueva vida junto a él. Pero ya no había tren que la llevase a aquel futuro.
Antonio, por su parte, se quedó quieto en la plaza, mirando cómo se desmoronaba todo lo que creía tener. Perdió a Lola, su juventud, su inocencia, y al regresar a Sevilla, supo que también perdería a Carmela, su hogar, el calor de su casa, pues su mentira quedó al descubierto. Y desde entonces, el peso de su traición le acompañó como la sombra de los olivos en las tardes largas del Genil. Incluso cuando Carmela, echando de menos a su marido, le perdonó y permitió que regresara al hogar. Sus hijos, aún pequeños, seguían correteando por los pasillos, pero él ya no sentía el mismo calor en sus risas.
Carmela, con la resignación que sólo otorgan los años, continuó a su lado para volver a las rutinas de siempre. Comían en silencio y las noches evidenciaban aún más una distancia insalvable que les separaba. La sombra de aquella muchacha de Puente Genil, siempre estaba presente como un rumor en el viento, como una herida que no cerraba.
Cuando Antonio se hallaba solo en la penumbra, los recuerdos de Lola volvían a su mente. La veía caminando por el empedrado balanceándose con el cesto de ropa limpia, su cabello al viento, y su risa que, aún resonaba en sus oídos, viva y fresca como el primer día.
No había noche en la que, antes de cerrar los ojos, no se preguntara si ella habría encontrado consuelo en otros brazos o si su corazón aún le guardaba rencor. Nunca lo sabría. Pero lo que sí sabía, con esa certeza amarga que sólo traen los años, era que Lola, jamás saldría de su pensamiento.
Así fue como Antonio se acostumbró a vivir con dos sombras a su esplada: la de su traición, y la de aquella muchacha que una vez le hizo sentir lo que nunca volvería a sentir. Y en los momentos de mayor silencio, cuando Carmela dormía y el murmullo de Sevilla quedaba pagado, era a Lola a quien dirigía sus pensamientos, consciente de que su recuerdo, como las aguas del Genil, seguiría fluyendo en su interior, inmutable y eterno.
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