
Reto: Tú me «hashtags»
de Libros.com
🏆 RELATO GANADOR 🏆
Ángela era una chica simpática y divertida a la que le encantaba la música. Ponía la radio para poder moverse al ritmo de "Bailando" de Alaska y los Pegamoides. Yo era muy pequeña y apenas me acuerdo de aquellos tiempos. Era mi tía, nueve años mayor que yo, a la que seguía a todas partes. Le gustaba llevar pelo y maquillaje a la moda, aquellos años 80, qué transgresores eran los nacidos en los sesenta. La Movida Madrileña dio buena cuenta de ello.
Ángela dejó el colegio porque no le gustaba estudiar y se apuntó a una academia de peluquería. Pero mi tía, siempre inquieta y con ganas de pasarlo bien, se saltaba las clases. Mi padre, policía, haciendo guardia en la garita del cuartel, la vio alguna vez, y cuando le llamaba la atención, ella simplemente ponía alguna excusa peregrina.
—No. Es que tengo que llevar toallas a una peluquería... —decía sin sonrojarse.
Empezó a frecuentar malas compañías. Deó la academia de peluquería y dejó nuestra pequeña ciudad para estar dando tumbos por la península. Por suerte, no tuvo hijos. Se ganaba la vida vendiendo su cuerpo para costearse sus adicciones, hasta que murió a la edad de veintisiete años.
Una tarde sonó el teléfono de casa. Estaba yo sola porque mis padres estaban trabajando. Llamaban desde una comisaría de una ciudad costera. Habían encontrado el cuerpo de mi tía. La habían matado, aunque su estado terminal por el sida que tenía, tampoco le auguraba mucha más esperanza de vida. Su maltrecho cuerpo estaba en las últimas.
Ella es uno de los ángeles caídos de aquella época. Una buena chica que jamás hizo daño a nadie pero que fue nefasta eligiendo amistades.
A.R.R. Descansa en paz.
Es agosto pero eso no importa. Tenemos aire acondicionado y sábanas limpias que huelen a jabón de Marsella.
Me dices que si me acuerdo de Radio Futura, y yo hábilmente te digo:
Ven a la escuela de calor...
Sé lo que tengo que hacer para conseguir que tú estés loco por mí.
Ven a mi lado y comprueba el tejido, mas cuida esas manos, chico...
Enlazo con Danza Invisible:
Sabor de amor, todo me sabe a ti.
Comerte sería un placer porque nada me gusta más que tú...
Labios de fresa, sabor de amor, pulpa de la fruta de la pasión...
Los dos sabemos que la canción no se refiere al placer de comer fruta en verano precisamente, y tú ya entendiste el juego y te arrancas por Raimundo Amador:
¡Ay! Qué gustito pa' mis orejas... Enterradito entre tus piernas...
Y yo paso a Rocío Jurado:
Y el clavel al verte, cariño mío, se ha puesto tan encendío que está quemando mi piel...
Y en aquella hora indeterminada de la siesta, de un día cualquiera entre semana, continuamos con nuestro festival de canciones hasta terminar con Lía, de Ana Belén:
Lía con tus brazos un nudo de dos lazos que me ate a tu pecho, amor. Lía con tus besos la parte de mis sesos que manda en mi corazón...
Y sin esperarlo pero buscándolo, apareció en ración doble.
Tú y yo en aquella habitación de un hotel del que olvidé su nombre.
Es agosto, pero eso no importa porque hemos bebido de nuestras fuentes y estamos saciados hasta la próxima.
Nos quedamos dormidos bajo el rumor del aire acondicionado, y escuchando la banda sonora de «Cincuenta sombras de Grey».
Y pienso que cuando me tocas, siempre llego al climax con la magia de tu boca y de tus manos.
En la madrugada del 1 de enero de 1800, Josephine nacía y su madre moría por una infección. Su padre, renegó de ella dejándola con los Barkley para cruzar el charco hacia América.
El matrimonio Barkley tenían más de sesenta años y a Arthur, su hijo soltero de cuarenta. Aunque la trataban con cariño, ella se sentía sola en Costwolds.
El padre de los Barkley murió cuando Josephine tenía trece años. Luego, a punto de cumplir los dieciocho, Rose Barkley dispuso que Arthur y Josephine debían casarse. Cada vez más delicada de salud, quería ver a su hijo y a la joven juntos y felices. Al poco tiempo de celebrarse la boda, falleció la matriarca de los Barkley.
Arthur se desvivía por Josephine, pero ella no era feliz. Su marido, la besaba y la acariciaba de noche en la alcoba, pero ella, se dedicaba a mirar al techo esperando a que terminase su deber matrimonial.
Tras cinco años casados, con veintitrés y sesenta y tres años respectivamente, le tenía cariño a su marido, pero nunca sintió mariposas en el estómago, ni cosquillas en la entrepierna.
Una mañana el lechero, el señor Humble, se sentía indispuesto y envió a su hijo Lawrence a llevar la leche a casa de los Barkley. Josephine abrió los ojos y la boca al verlo: joven, pelo negro, ojos verdes y barbilla con hoyuelo. Un fuego súbito se apoderó de su vientre. Sintió que deseaba que aquel hombre la tomara allí mismo. Su marido no estaba en casa. Mintió para decirle que era la hija de Arthur. Al rato, Josephine gemía en la mesa de la cocina mientras Lawrence embestía con ganas. Se besaban, se devoraban, y al fin Josephine supo qué era un orgasmo. Era la primera vez que sus piernas temblaban, pero no sería la última.
«En Missouri, de donde vengo, no hablamos de lo que hacemos, simplemente lo hacemos. Si hablamos de eso, se ve como fanfarronear».
¿Qué? ¿Quién ha dicho eso? Yo no. No puedo haberlo pensado yo, porque esa no es la voz de mis pensamientos.
Venga, de acuerdo, me levanto ya, dos horas antes de sonar la alarma, con legañas en los ojos.
Mochi ¿por qué me bufas? Ya sé que no soy la maravilla de dueña que quisiera tener una gatita como tú, pero es lo que hay. Así, que dejáme que vacíe mi vejiga primero.
Levanto la tapa, me bajo las bragas... ¿QUÉEEEEEEE?
Menos mal que vivo en la última casa del pueblo. Aún así, no estoy segura de que alguna vecina me haya oído.
Veamos... ¿Ahora tengo pene? ¿Cuando jamás lo he tenido en mis veinticinco años de vida? Mi cuerpo, mis manos, mi voz… Con miedo me asomo al espejo. Éste me devuelve una imagen preciosa si esa persona no fuera yo. Porque ese, soy yo. No se refleja nadie más. Estoy sola. O solo...
¡Manda huevos! ¡¡¡Que soy Brad Pitt!!! ¿Y cómo voy ahora al súper así? ¿Qué hace Brad Pitt en pleno agosoto en el Pirineo?
Soy Brad Pitt por fuera, pero aunque lo intente, mi nivel de inglés sigue siendo un B1 con acento español. Ni rastro del aento de Missouri.
Mira, voy a ducharme. Tengo la suerte de poder enjabonarme el cuerpo de uno de los hombres más atractivos del mundo. Pero hay un detallito… No tengo nada que ponerme en este cuerpo de nuevas hechuras.
¡Olvidé que quedé con mi madre y mi tía para almorzar a las nueve!
¡Qué horror! Mochi ha tirado el despertador.
¡Mochi!
Mi voz es femenina. Aún en la cama, compruebo que soy yo. La chica de siempre.
En la comisaría estábamos pletóricos. Habíamos atrapado a la banda que había estado extorsionando a la familia Wellington, utilizando a su única hija.
Se destapó que el clan de los Bandini, una familia de raíces italianas y mafiosas venida desde Nueva York en los años cincuenta, quería hacerse con el control del negocio en todo el archipiélago.
Los Wellington eran los dueños de la cadena hotelera más importante de Hawaii y de otros países isleños y a pie de playa mayormente. Y en uno de sus hoteles, es donde Denzel y yo habíamos estado alojados todo el tiempo en el que duró el caso.
Después de aquello, nos quedamos dos semanas más a modo de vacaciones, en donde Wainani y yo fuimos acercándonos cada vez más. Ya controlaba mejor el ponerme colorado cada vez que se acercaba. Jamás conocí a una mujer tan dulce, tan bella en todos los sentidos, y tan decidía y fuerte.
Dos noches antes de volver a mi ciudad, nos besamos. Ambos nos estábamos mirando de aquella manera en la que sabes que terminará con un beso. La calidez del tacto de su piel no aliviaba la sensación de pesadez en mi estómago. Estaba empezando a saber que estaba enamorado de aquella mujer, y tenía que dejarla.
—No digas nada —dijo Wainani— soy consciente de lo que va a pasar. Abrázame, y ya veremos.
¡Qué mujer!
Ninguno de los dos lloramos al despedirnos en el aeropuerto, pero teníamos el corazón enfermo de amor. La besé profundamente antes de embarcar.
En California me costaba conciliar el sueño, y apenas podía comer. Mi jefe en la policía, habló conmigo. Sabía que no rendía como antes desde que volví, y me desarmé. Le conté lo de Wainani. Lo entendió perfectamente y, ahora Wainani y yo somos felices en Hawaii.