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28/02/2023
Little Oli
21/02/2023
La cara B de Gloria
14/02/2023
Radiografía de un corazón
de Libros.com
Corazón no está solo porque le acompañan, Cerebro y Alma. Juntos forman el triángulo de la vida, la razón y el sentir.
Ese corazón diminuto, que late mucho más rápido que el de un adulto, seguramente sabrá lo que es el amor y el desamor. Lo que es que no quepa en sí por la dicha de ser correspondido, o que le rompan porque ya no le quieren. E incluso el dolor de tener que tomar la decisión de decirle adiós a alguien. Aquí es donde Cerebro forma una parte de vital importancia, por haber dejado el corazón de la otra persona, hecho una piltrafa...
Hay veces que, por más que Corazón quiera amar, no es suficiente. Cuando el amor es tóxico, Alma se envenena, Corazón llora y Cerebro sufre.
Cerebro grita, avisa, sermonea, psicoanaliza y parece que va a explotar. Duele la cabeza.
Alma se abotarga, palidece y languidece, debilitando al ser que la cobija. Se siente el frío del vacío.
Corazón grita, llora, sufre, sin entender qué está pasando. Se resiste a escuchar a Cerebro. Duele el pecho.
Hay que saber amar y hay que saber soltar lastre, dejar marchar.
Es mejor hacerlo rápido, y por supuesto, es algo que va a doler. No hay anestesia que valga. Pero pasará. Todo pasa.
No es mejor intentar arreglar algo que está roto una y mil veces. Los añicos de este amor son tan pequeños que, prácticamente es polvo molido. Ya no hay llama, solo ceniza.
Como todos, supongo, he sido dejada y he dejado.
Qué te dejen, es un palo enorme. Pero enfrentarte al dilema de dejar a esa persona a la que aún quieres, porque el amor no desaparece de la noche a la mañana, también lo es. Pero ves que la vida en común no va a resultar como la que habías imaginado. Y es que el amor no es tan magnífico como suele creerse. El amor, al principio, es como una droga que no te deja ver lo malo, o lo no tan bueno, de la otra persona. Euforia es lo que sientes. Sobre todo cuando has salido de otra relación y creías que nunca más podrías amar a alguien.
El amor de pareja está demasiado encumbrado por los libros y las películas románticas. En las que nadie suele continuar la historia después de la manida frase de cuento: "Y fueron felices, y comieron perdices".
Como broche final, solo añadir que para amar, primero hay que mimar y cuidar nuestro corazón. Ponerle tiritas al corazón "partío".
08/02/2023
La historia de Susana San Juan
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La buena Susana San Juan
De madre, huérfana quedó
Y tras el sepelio, cuidada por Justina,
De su pueblo marchó.
La bella Susana San Juan
Con su amado Florencio se desposó
Con quien aún siguió soñando
Desde el día que éste murió.
La viuda Susana San Juan
A vivir con su padre marchó,
A las minas abandonadas de La Andrómeda
Pero ella, jamás a Florencio olvidó.
La lejana Susana San Juan
Treinta años después, a Colma volvió
Y aún cuidada por la fiel Justina,
Con Pedro Páramo se casó.
La taciturna Susana San Juan
A quien su padre muerto, en sueños la visitó
También vio a su amado Florencio
Y así, entre visiones y sin cordura, murió.
La muerte de Susana San Juan
Un ocho de diciembre ocurrió,
Y las campanas del pueblo repicaron
Mas la gente no comprendió y festejó
Este repique triste como uno feliz
Que a su nuevo marido abochornó.
El avergonzado Pedro Páramo
Cogió entonces sus bártulos y huyó,
Dejando atrás al pueblo fantasma
Que la muerte de su esposa, mancilló.
04/02/2023
La vida según Pavel Sobieski
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Antes de morir, su madre ya le había enseñado todo sobre el mundo y a cómo lidiar con la gente. Pavel, sobrepasando ya los cincuenta, era un ser solitario que nunca quiso saber de compromisos y mucho menos en dejar descendencia, desde que su padre se marchara un día de casa para no volver. Él y su madre habían vivido juntos hasta que ella murió hacía cinco años. Y creía a pies juntillas que si no estaba con nadie… Jamás nadie le abandonaría.
Pavel vivía en el segundo piso de un modesto edificio de cuatro plantas. Betty y Joe Miller vivían en el primero. Un matrimonio de más de ochenta años que llevaba allí toda la vida. A Pavel le molestaba sobremanera que Betty le abordara por la escalera para cualquier tontería.
—Buenos días, Pavel. ¿Hoy no trabajas? ¡Vaya suerte! ¿O es que tienes que arreglar lo de tu madre?
—Buenos días, Betty. Sabe que mi madre murió hace tiempo y está todo más que controlado. ¿Viene de la compra? Tenga cuidado, que estas escaleras son muy empinadas.
—¿No crees que la luz de la escalera no ilumina?
—Señora. Cambié hace dos días la bombilla fundida. Si no le gusta, que su marido la cambie por otra.
—¡Por dios, Pavel! ¡Qué descarado eres desde bien chiquito. Si viviera tu madre, iría corriendo a decirle lo impertinente que es la juventud en nuestros días.
Pavel la dejó con la palabra en la boca y se fue pensando que estaría muy bien que cayera rodando las escaleras. Así habría una vieja loca menos en el mundo. Betty llevaba una década con problemas de Alzheimer, con el fastidio que le ocasionaba al darle la murga con las mismas cosas.
Era sábado, y Pavel se juró a sí mismo no volver a salir a comprar en fin de semana. Tuvo que aparcar en la plaza más alejada del hipermercado entre dos mastodónticos coches, esperar en una kilométrica cola, y que el niño de la pareja esperando detrás, le atropellara repetidamente con el carro. A la tercera, Pavel dio un culazo al carro, haciendo que la frente del crío se estampara con el cacharro de insertar la moneda. El niño lloriqueó, pero los padres no le hicieron mucho caso, ensimismados en sus respectivos teléfonos.
Cuando por fin llegó a casa, se encontró con Darius y Asha, los nuevos inquilinos del cuarto piso. Viendo el vientre de la mujer, sabía que no tardaría en dar a luz a la criatura que seguramente, le despertaría con sus llantos en mitad de la noche.
—Señor Pavel, qué bien que le vemos... Justo ahora el ascensor no funciona, ¿le echaría un vistazo? —dijo Darius con su eterna sonrisa y sus ojos saltones—. Es que Asha ya sale de cuentas y no está para subir escaleras.
—Mirad, yo no soy el manitas de la comunidad. Ya llamaré al técnico cuando tenga tiempo. Aunque siendo sábado, no creo que venga nadie hasta el lunes.
—Pero vecino, ¿no ve cómo estoy? —dijo Asha molesta.
—Si os hubierais quedado quietecitos... Pero ya se sabe de la gente como vosotros. Siempre teniendo hijos.
—No le parto la cara ahora mismo de milagro. Sabía que era un tipo despreciable, pero no lo de racista de mierda. Ya veo que los negros no le gustamos. Aunque dudo mucho que le guste alguien. Otra salida de tono como esta y le denuncio.
Pavel comenzó a subir hacia su casa sin dignarse a mirarles, indignado porque el pescado se le estaba descongelando por culpa de aquellos necios.
Después de comer, Pavel se dispuso a echar una cabezadita en el sofá mientras veía las noticias. Cerró los ojos y soñó que era un cuatrero sin caballo en medio de la llanura, cuando de la nada, una manada de búfalos empezó a perseguirle. El ruido de las patas contra el suelo era cada vez más ensordecedor, haciéndole despertar de golpe. Las gemelas adolescentes del tercero estaban de nuevo con sus tonterías de Tik Tok. Aquellas ridículas crías de quince años, se pasaban el día haciendo aspavientos con las manos y bailando.
De un salto, se levantó de su siesta, subió las escaleras de dos en dos y llamó a timbre con rabia.
—¿Qué se te ofrece, Pavel? —preguntó su vecino Bill.
—¿Puedes domar a tus hijas, que parecen un par de yeguas desbocadas?
—¿Cómo has dicho?
—¿Qué pasa, cariño? —Intervino Karen por detrás de su marido.
—Que este energúmeno ha venido insultando a nuestras hijas.
—Sí, porque se pasan el día trotando por casa hasta que un día me tiren el techo encima.
—¡Papá! Dile que no ladre tanto y que se tome una pastilla para dormir —dijeron Bella y Keira al unísono.
—¿Qué jaleo es éste? —dijo Joe, fatigado por subir del primer al tercer piso.
En un instante, el replano se convirtió en la guerra de todos contra Pavel. Todos dijeron estar hartos de sus rarezas y de su comportamiento cada vez peor. Dejándolos por imposible, bajó a su casa y se aisló con sus auriculares para escuchar la 5ª Sinfonía de Beethoven y, aunque no se veía capaz de hacerlo, cerró los ojos imaginando cómo sería rociar de gasolina el edificio y prenderle fuego con Darius y Asha, con Bill, Karen, Bella y Keira, y con Betty y Joe dentro, para finalmente irse a vivir a una autocaravana y rodar feliz, sin vecinos molestos.