—¿Papá? ¿Por qué no has dicho que habías llegado?
—No quería molestar por si estabas estudiando.
—¿Que traes ahí? ¿La cena?
—Sí. Creí que podríamos tomar "Kebab" esta noche.
—Siempre es buena idea, papá — dijo la chica abrazándole fuertemente.
—¿Tienes algún problema en el instituto? Puedes contármelo.
—No... ¿Por qué?
Andrés cogió aire.
—Te he oído llorar. No es la primera vez, aunque siempre intentes mostrarte feliz.
—¡Ay papá! Es que quiero ser como tú.
—Ya somos iguales. Mira —dijo Andrés acercándose con Ainhoa al espejo del recibidor. —La misma altura, los mismos ojos, el mismo perfil, y el mismo mal despertar. Aunque tú tienes la preciosa sonrisa de tu madre... ¡Somos casi gemelos!
—Papá, a ver... ¿Te gusta que tu hija de dieciséis años nunca se deje crecer el pelo y lleve ropa ancha?
—Si mi hija se siente cómoda, ¿por qué no? Desde que tu madre nos dejó tan joven, creo que hay que ser feliz con uno mismo... Dímelo sin ningún miedo.
—Quiero ser como tú, papá.
—¿Así de guapo? —dijo poniendo una mueca absurda.
—Sí. Exactamente así. Lloro porque no soporto mis pechos y siento que no le pertenezco al cuerpo que tengo. Hace tiempo que sé que quiero ser un chico.
—Y yo hace tiempo que lo sé, pero te he dejado que TÚ lo supieras. No me importa si tengo un hijo o una hija. Pero siempre me sentiré orgulloso de ser tu padre.
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