Este relato fue seleccionado por Lux Ferre Audio para su programa Martes de Terror. El segundo episodio del especial Martes de Terror 4, con las voces de Adrián Molina, Inma González y Mario Nieto.
**********
MaryLou estaba apoyada en la parada de un autobús, un simple poste en el arcén. Bajo la lluvia, con paraguas y botas de agua conjuntados en color rojo, y con sus suaves rizos rubios destacando sobre una gabardina verde musgo, sólo quedaba media hora para que la noche se echara sobre la no muy transitada carretera. La chica parecía estar esperando a un autobús que se retrasaba, pero el último del día había pasado quince minutos atrás.
Michael iba barruntando si salir o no aquel viernes por la noche para conocer a alguna chica interesante. Los faros de su coche no se habían encontrado apenas con otros automóviles. La lluvia y el mal tiempo en general disuadía a la gente de salir del calor de sus casas. Octubre era un mes frío en el norteño estado de Maine. De pronto, clavó los frenos y paró su Chrysler beige a escasos metros de la parada de bus y las botas rojas se apresuraron hacia el auto.
—Hola. ¿No sabrá usted si aún tiene que pasar un autobús por aquí?
—Pues a esta hora no pasa ninguno más. Si quieres te acerco, que con este tiempo puedes coger una pulmonía. ¿Vas muy lejos? No deberías estar sola cuando anochezca y seguramente alguien estará preocupado por tu tardanza.
—¡Gracias! Me haría un gran favor. Voy a Alton, a casa de mi abuelita que está muy enferma y me necesita. Es la única familia que tengo.
—¡Menuda casualidad! Yo vivo a las afueras de ese pueblecito. Está a menos de veinte minutos.
—De nuevo, muchas gracias.
MaryLou abrió la puerta y se sentó en el asiento del copiloto. Se quedó mirando el ambientador que colgaba del espejo retrovisor e impregnaba el interior del auto con su olor a lavanda. Le recordaba a su abuela. Ella le preguntó dónde lo había comprado, y él le contó que había sido idea de su hermana, porque el olor a pachuli que solía utilizar, a ella le parecía demasiado pesado, y como estaba delicada de salud y debía llevarla a sus sesiones de quimioterapia para tratar su leucemia con frecuencia, pues recibió de buena gana el cambio de ambientador por parte de ella. Michael parecía realmente un buen hombre que se preocupaba por su hermana.
A mitad de camino, Michael detuvo el coche a un lado de la carretera.
—Perdona un momento, pero tengo que mear o me reventará la vejiga.
MaryLou hizo un imperceptible mohín al escuchar la palabra mear en boca de aquel hombre que había estado tan pulcro y correcto en todo momento. Cuando terminó de orinar, Michael abrió el maletero y empezó a rebuscar entre un gran saco, cuerdas, trapos y un bote de cloroformo entre otras cosas, y de repente, sintió un fuerte golpe en la cabeza que le hizo caer al suelo. Una empapada por la lluvia MaryLou, sonreía maliciosamente con un martillo ensangrentado en la mano.
—No me digas que también tú ibas de cacería —dijo antes de asestarle el golpe definitivo—. Vaya... Pues va a ser que no. Es peligroso subir al coche de un desconocido, pero también lo es subir a alguien que no conoces.
Entonces, condujo ella misma hacia Alton dejando el cuerpo del hombre allí mismo, y pensó que ya era hora de cambiar de aspecto y optar por una melena a lo Cleopatra porque la policía estaba buscando a una chica rubia de Nueva Jersey, sospechosa de asesinar a hombres de mediana edad. Puso la radio y rió a carcajadas cuando aconsejaron no salir por la noche en solitario por el condado, sobre todo a las adolescentes y mujeres jóvenes, ya que aún no habían dado con el secuestrador y asesino que tenía atemorizada a la zona. La descripción que dieron coincidía al cien por cien con la de Michael. Su meta era cruzar hasta Canadá sin ser vista.
Y es que perro no come perro, pero cuidado con el lobo en piel de cordero.