En el desván de tía Lucinda se podía encontrar de todo, incluso un MANUAL PARA DOMINAR EL UNIVERSO (para niños). O así decía el título.
Tilda lo encontró enterrado bajo un mantel bordado mientras buscaba una caja de disfraces, ya que los necesitaba para hacer una obra de teatro con sus primas.
—¡Vaya! Me lo voy a quedar. —Exclamó la niña.
El libro tenía bonitas ilustraciones a color y decía ser “No apto para menores con exceso de iniciativa”. Y de eso iba bien sobrada la curiosa criatura. El libro olía a polvo. Eso hizo estornudar tres veces a Tilda. Lo abrió justo por el tercer capítulo:”Cómo dar vida temporal a formas simples”. Para hacer aquello necesitaba barro arcano, pero como no tenía, bajó a su habitación con el libro y sin la caja de disfraces, y usó toda la plastilina que pudo encontrar hasta moldear una criatura. Una bola con dos ojos desiguales y cuatro tentáculos blandurrios.
—Te vas a llamar Gluso —aseveró.
La criatura abrió los ojos, se tambaleó, emitió un ruidito como de beso mal dado y luego se estiró.
—¡Buenas tardes, maestra! —exclamó con una voz que parecía salir de un tubo de pompas de jabón—. ¿Cuál es nuestro primer paso para dominar el universo?
—¿Cómo? —dijo Tilda parpadeando muy rápido.
—En este libro está escrito un claro plan de conquista y tú me has creado para que te ayude. ¡Estoy listo para ello! —contestó Gluso hinchándose orgulloso.
La niña pasó a la página siguiente. En letra muy pequeña decía: Las criaturas modeladas tienden a malinterpretar las instrucciones. Mantengan supervisión adulta y una escoba a mano.
Demasiado tarde. Gluso ya estaba moldeando otras criaturas. Cada vez que tocaba un montoncito de plastilina, nacía un nuevo ser. Cuando ya no hubo nada más que moldear, aquellos pequeños monstruitos comenzaron a marchar en formación militar. Parecían como si los muñecos de Tilda hubieran cobrado vida.
—¡A la conquista, mis muchachos! —proclamó Gluso—. Empecemos por esta casa hasta poder con todo el universo.
Las nuevas criaturas empezaron a reorganizar el cuarto infantil, tomar medidas, construir barricadas con bufandas y leotardos y proclamar decretos como “A partir de ahora, todas las moscas deberán registrarse”. Una de las dos que había se aferró a una lámpara e inició una campaña para instaurar “iluminación permanente y absoluta”, lo cual consistía en encender y apagar la luz cada tres segundos.
—Esto no está bien… —murmuró Tilda. —Me la voy a cargar.
Y entonces apareció tía Lucinda por la puerta.
—¿Por qué hay un peluche vivo dentro de mi cafetera? —preguntó con un tono que presagiaba tormenta eléctrica doméstica.
Tilda se quedó inmóvil y Gluso saludó a la tía con uno de sus tentáculos.
—Oh, no. Otra vez no —dijo Lucinda llevándose una mano a la frente.
—¿Otra vez? —repitió Tilda.
—Ese manual lo encontré cuando tenía tu edad —dijo suspirando, como quien recuerda una vergüenza antigua—. Y también fabriqué una criatura que en mi caso, quiso conquistar el gallinero. Y fíjate que consiguió ser un emperador durante dos días.
—¿Y cómo lo paraste?
—Con tiza —respondió señalando un cajón—. El libro tiene una página especial en donde dibujas una puerta y todo vuelve a su lugar… O debería.
Tilda no sabía porque su tía no sonaba muy convincente pero abrió el libro. Sí. En el capítulo trece lo encontró: “Solución de emergencias. Puertas dibujadas y otros trucos de contención”. Pero antes de que pudiera coger la tiza, Gluso se interpuso.
—¡Maestra! No nos traiciones —dijo la criatura dramáticamente—. ¡Tenemos el dominio universal al alcance de la mano! ¡Mire nuestro ejército!
—¿Pero qué vas a conquistar tú, mequetrefe? —le retó Tilda.
—Hoy empezamos por esta casa, pero mañana puede ser toda la calle. El barrio quizá. Y más adelante… ¡El planeta entero!
Lucinda carraspeó.
—Vamos, niña. Dibuja la puerta antes de que esto empeore.
Tilda hizo gala de sus habilidades como dibujante y trazó una puerta perfecta, en arco de medio punto y con un pomo exquisitamente circular, y entonces el libro vibró. La puerta se abrió y una ligera brisa absorbió a las criaturas. Gluso fue el último en desaparecer levantando un tentáculo:
—¡No me olvide, maestra! ¡Volveré cuando el universo esté más desorganizado!
Y la puerta se cerró tras él.
Tía Lucinda se ajustó las gafas y se alisó el delantal.
—Creo que tú y yo necesitamos unos churros con chocolate bien caliente —dijo—. Aunque antes voy a esconder este libro en un lugar más seguro.
Después ambas se dirigieron a la cocina, sin ver que una bolita de plastilina olvidada, rodaba lentamente bajo el armario de la niña… Se detuvo y abrió uno de sus ojos con expresión traviesa. Porque la conquista del universo nunca empieza a lo grande, sino con una pequeña idea plastilina de colores.
Palabras: 797

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