25/12/2024

El alma de las muñecas

Relato narrado en el podcast
Navidad de Terror 5 (Vol. 3)

Hoy, en el día de Navidad, traigo de regalo un relato inédito seleccionado por Lux Ferre Audio para su su programa de Martes de Terror. Lo encontraréis en el tercer episodio del especial Navidad de Terror 5, narrado por las voces de Rebeca G. BrionesToni López, Nieves G. Briones e Inés Vega.
Programa completo AQUÍ.
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Una vez conocí a una persona obsesionada con las muñecas. Tenía tres de las cuatro habitaciones de su casa abarrotadas por ellas. Lo sé porque ella, Beverly, me compró un domingo en un mercadillo de segunda mano.

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Al llegar a casa me dejó sobre una mesita en el centro de una sala llena de muñecas.
—Cariño, ¿Aún no tienes suficiente con tantas? Casi no cabemos en casa —dijo con preocupación su marido Mark.
—Tranquilo, amor. Siempre hay hueco para más, aunque de momento, esta réplica de Laura Ingalls es la última —susurró Beverly acariciándole la cara.

Mark se marchó al salón para ver las noticias y Beverly me colocó entre una muñeca japonesa con kimono rosa y moño perfecto, y otra vestida y peinada como una militar al estilo de las Andrew Sisters.
Las estanterías eran de caoba y de entre todas las muñecas, fue la dispuesta enfrente de mí, al otro lado de la sala, la que me escamaba. Su pelo era muy largo, liso y negro, con un perfecto flequillo recto enmarcando su belleza. El vestido de estilo victoriano, era de un chillón color amarillo y sus negros ojos contrastaban con su palidez, pareciendo esconder algo aún más oscuro.
Yo no podía dejar de mirarla mientras notaba como el aire se enrarecía. Intenté ignorarlo, pero su voz me hizo dudar.
—Acabarás obedeciéndome, como todas —dijo la muñeca de amarillo con la mirada. —Mi nombre es Raven. La reina de todo. ¿O quizás te crees mejor que yo con tus trenzas pelirrojas y tu carita de buena. Una cateta es lo que eres. ¡Cateta!

Beverly estaba todavía frente a la estantería, mirándome. Observaba a Laura, su muñeca de la «Casa de la Pradera». Estaba tan absorta que ni notó como Mark la miraba desde la puerta del salón, preocupado. Ella había empezado a cambiar de forma alarmante. Lo que iba a ser una simple colección de muñecas, pronto se transformó en algo más sombrío. Pasaba tantas horas con sus juguetes… incluso saltándose comidas porque decía no tener hambre. Su rostro perdía color, sus mejillas se hundían y tenía problemas para dormir. A veces Mark la encontraba allí en plena noche, de pie frente a Raven. Sus ojos enrojecidos y cansados, parecían perdidos, como si estuviera atrapada en un mundo invisible. 
Pero lo más perturbador eran los extraños cortes que habían aparecido en sus dedos y manos. Mark los notó un día mientras desayunaban, pero al preguntarle, Beverly se encogió de hombros, diciendo que se cortó accidentalmente limpiando las muñecas. Sin embargo, él sabía que no eran cortes casuales; sino como hechos adrede y que siempre aparecían después de estar con Raven.

Al tiempo, los cortes fueron más frecuentes y profundos mientras en Beverly crecía una extraña devoción. Mark la encontraba en la sala con Raven en su regazo con pequeños hilos de sangre corrían por sus dedos y Beverly murmuraba cosas, meciéndose y manteniendo la mirada fija en los ojos oscuros de la muñeca. Él no podía soportar más que aquello socavase la salud y la cordura de Beverly y la él mismo.

El sonido del televisor de fondo apenas cubría el silencio pesado de la casa. Mark apretó los dientes sabiendo que cada muñeca añadida a la colección era un paso más hacia el control total de Raven. 
Aunque había intentado destruirla, siempre tenía la forma de aparecer intacta y más dominante, vigilante y peligrosa, manipulando a Beverly para debilitarla y poseerla. Pero desde que Mark vio mi expresión serena, mis trenzas y mi vestido de flores rosas y verdes, le llegó un soplo de esperanza. Por eso pensó que yo podría ser la salvación de Beverly. Y así fue.

Aquella misma noche mientras Beverly dormía gracias a los somníferos, su marido vino a la sala. La luna iluminaba directamente a Raven, que aunque ella no se movía, Mark notó que no le quitaba ojo. Él se acercó a mí y con un susurro, preguntó:
—¿Eres tú quien puede ayudarme?

Sin moverme, Mark sintió un leve escalofrío recorrer su espalda cuando mi voz se coló en su mente.
—Sí. Sabes que no he llegado aquí por casualidad y, aunque Raven no me quiere, pude entrar— respondí.

Mark dio un paso atrás. Pues hasta entonces, ninguna muñeca le había hablado.
—¿Qué debo hacer? He intentado destruirla pero siempre vuelve.

Entonces, incliné levemente mi cabeza hacia Raven, estática en su estante, y Mark vio una fina grieta cruzando la perfecta cara de la muñeca.
—Raven tiene una debilidad, pero algunas muñecas también están bajo su control. Ten cuidado también con ellas.
—¿Pero cómo lo haremos?

*****
Tras contarle el plan a Mark, se acercó a Raven y sacó una cuchilla de afeitar. Le dije que los cortes de Beverly eran la clave, un vínculo de sangre entre Beverly y Raven que debía romperse.
Entonces, las muñecas comenzaron a moverse para atacar a Mark. Pero le di la orden y él se hizo un corte en la palma con la cuchilla, dejando que la sangre goteara al suelo. Raven siseó furiosa, Levantándose mientras  su rostro se agrietaba.
Mark agarró a Raven mientras pequeñas manos arañaban su piel. Aún así, cortó la maldición sobre su esposa y un chillido agudo y monstruoso llenó la habitación, mientras la muñeca convulsionaba violentamente se hizo añicos. Yo me levanté al fin y me acerqué a Raven, posando una mano sobre lo que quedaba de ella.
—Es tu fin —musité.

Los restos de Raven se desintegraron y las muñecas cayeron inertes. Mark cayó arrodillado en la sala en silencio y sin el poso maligno. Yo me volví hacia él con una leve sonrisa.
—Has ganado, pero ten cuidado porque pueden haber otras como ella —dije antes de volver a ser una simple muñeca.

Mark respiró hondo, sintiendo alivio y terror al saber que el mundo de las muñecas, escondía una oscuridad que jamás hubiera imaginado. Pero para nuestra suerte, todo fue un remanso de paz durante los cuarenta años que permanecí en aquella casa.

13/12/2024

Reina de la noche

Relato publicado en
Revista Nocturna Nº3
Diciembre 2024

En la entrada de hoy quiero hablaros de la Revista Nocturna. Una revista que llega de Bogotá, Colombia, de la mano de Black Pages Bogotá, o lo que es lo mismo, Néstor Cortés Ibarra.
Tengo el honor de haber sido seleccionada junto a otros escritores de Argentina, Colombia, España, México, Portugal, USA y Venezuela. Entre compañeros y compañeras que a algunos ya les conozco por otras participaciones y colaboraciones.


Mi relato «Reina de la noche» aparece en la página 20, en este tercer número de la respuesta que se puede descargar gratuitamente AQUÍ o AQUÍ

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Reina de la noche

Queridos invitados, hoy es la noche. Mi ansiada noche.
He estado esperando tanto que ya ni me acordaba del tiempo en el que fui una simple y deambulante mortal. 
He visto nacer, crecer, reproducirse y morir a incontables generaciones, pues mi no vida no la cuento por años, sino por siglos.
Hoy a media noche, alzaremos nuestras copas llenas de nuestro más preciado y caliente líquido rojo, y en cada sorbo, el mundo se arrodillara ante nuestra soberanía liderada por mí, vuestra reina.
Junto a mí se encuentra el ser más cautivador del mundo, a parte de mí misma. La sangre será nuestro pacto y la oscuridad será nuestro reino, solamente pudiendo elegir pertenecer a uno de los bandos. Aquí ya os encontráis un gran número de seguidores llegados de todas partes, soy yo vuestra líder, soy yo vuestra reina. Ahora además, también le tenéis a él, que decidió que no quería simplemente morir para poder vivir toda la eternidad a mi lado.
Lo recuerdo como si hubiese pasado ayer. Se paró frente a mí y se atrevió a mírame a los ojos para adentrarse en mi oscuridad, atraído por la poderosa belleza que emano. ¿Cómo podía resistirse a ser mi consorte? Ahora ambos tendremos el mundo a nuestros pies.
Yo soy la reina de la noche encarnada, la del eterno destierro, y mientras todos duermen ignorantes ante lo que está sucediendo, yo les vigilo desde las sombras, tranquila, pues sé con certeza que todos van a terminar siendo míos.
Esta es la noche en la que os presento a vuestro nuevo rey. Un valiente ser que no le temió a tocar mi fría piel y a enredar sus dedos entre mi ondulado cabello rojo como un rubí.
No dejó escapar lo que yo le ofrecía, ser dueño de mi corazón sin latidos y del mundo entero por siempre jamás. Nunca sin dejar de ser jóvenes, fuertes y permanecer unidos. Ha venido y se ha quedado junto a mí para que podamos ser los emperadores de la noche.
Así que ahora sí, celebremos todos los aquí reunidos con este brindis tan especial que lo cambiará todo.
El brindis sangriento recordará a la humanidad la existencia de los vampiros.

10/12/2024

Zed y la Navidad

VadeReto Diciembre 2024
Cuéntame un cuento

Para Zed iban a ser sus segundas navidades con su nueva familia adoptiva. Aunque algo torpe y bastante asustado y desubicado al principio, sentía que estaba viviendo de nuevo junto a los Caray. Peter y Martha, junto al pequeño Max le habían abierto su casa de par en par, así que quería sorprenderlos con algo especial para agradecerles el amor y la paciencia que le demostraban cada día.

Pero aunque Zed vivía feliz con su familia, notaba cómo los demás humanos de la comunidad le miraban cuando salía a hacer cualquier recado. Y es que ser un joven zombi en la nueva realidad postapocalíptica, no era tan fácil. La cosa era que la Navidad se acercaba y tenía que pensar en tres regalos y demostrarles cuánto los apreciaba. Pero despistado como era, lo había dejado para el último día. 

En una tienda en la calle mayor del pueblo, en donde se podía comprar de todo, Zed compró un balón de fútbol para jugar con Max, y una cajita de madera con un juego de dominó para Peter. Ya por último y después de dar un par de vueltas por el negocio, el pequeño zombi descubrió el regalo perfecto para Martha, un adorno navideño antiguo. Una preciosa bola de nieve en cuyo interior había las cinco figuras de unos niños cantando villancicos delante de una iglesia.

Zed se había disfrazado para caminar por el pueblo, más bullicioso de lo normal por las fechas. Quería pasar lo más desapercibido posible porque los zombis no eran demasiado bienvenidos. Se había puesto maquillaje de su madre para darle un toque más vívido a su grisácea piel, y también se había lavado y perfumado bien para contrarrestar su característico olor a rancio. Pese a que las medicinas que les habían dado a sus padres adoptivos en el hospital, para contrarrestar y parar el deterioro de un cuerpo no vivo, aún se tardaría un tiempo en que los zombis tuvieran una apariencia más humana. Habían conseguido que una cantidad considerable de ellos pudieran razonar, hablar, valerse por sí mismos y no ser un peligro para las personas. Zed no sentía la necesidad atroz por la carne humana. Su nueva dieta, por el bien de todos, debía ser vegetariana. O mejor aún, vegana.

Cuando ya había pagado sus compras y se dirigía a la puerta para irse de la tienda, el tendero se fijó en el pie izquierdo de Zed.

—¡Oye, muchacho! ¿No eres tú el niño adoptado de los Caray? ¿Uno de los supervivientes de la zona cero?

—…

—¿Te llegaron a morder los zombis?

—No, señor. Soy sólo un niño.

—Pero ese pie zambo, completamente mirando hacia dentro. Cuando entraste caminabas mejor.

—Es que ya es tarde y necesito mi pastilla para los huesos. Mi madre dice que me falta calcio. Por eso soy más bajito que los niños de mi edad, pero tengo casi once años.

Zed sintió miedo. No le había dicho a sus padres que iba a ir al centro porque se lo habrían prohibido. Por un momento pensó en salir corriendo, pero recordó las lecciones de Martha: “Siempre responde con calma, Zed. No todos entienden, pero eso no significa que no puedan cambiar”.

—Sí, señor. Vivo con los Caray desde hace un tiempo. Ellos me adoptaron —Zed levantó la barbilla, tratando de sonar más seguro de lo que se sentía.

El viejo lo miró pensativo, cruzando los brazos. A pesar de su tono desconfiado, había algo en sus ojos que parecía más curioso que hostil.

—Dicen que algunos de vosotros ya no… ya no coméis gente.

Zed se estremeció y asintió.

—Es verdad. Ya no somos peligrosos. Tenemos los cuidados necesarios. Ahora como muchas verduras… y también avena. Mucha avena. —Intentó sonreír, pero sabía que su sonrisa era un poco torcida por culpa de su mandíbula rígida.

El tendero masculló algo entre dientes, pero Zed no supo el qué, así que después de unos segundos que parecieron horas, el niño decidió que era mejor irse ya a casa.

—Gracias por todo, señor. Que tenga una feliz Navidad.

Zed con la bolsa de regalos colgada al hombro se apresuró a salir a la calle, sintiendo las miradas de otros clientes clavadas en su espalda. El frío de diciembre le golpeó en la cara como las miradas recelosas de los desconocidos, pero antes de doblar la esquina, escuchó algo en el callejón junto a la tienda. Su curiosidad infantil le hizo asomarse con cuidado. En la penumbra, vio a un niño humano, un poco más pequeño que él, acurrucado junto a unas cajas. Su ropa estaba desgastada y tiritaba de frío.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? -preguntó Zed, acercándose poco a poco.

—No te acerques… Eres un zombi de esos, ¿verdad? —dijo el niño con ojos asustados mientras retrocedía.

Zed se detuvo y levantó las manos en señal de paz.

—Te juro que no voy a hacerte daño. ¿Tienes dónde ir?

—Mis padres ya no están. Me escondo donde puedo.

Una punzada recorrió el cuerpo de Zed. Recordó cómo se sintió cuando perdió a su familia antes de que los Caray lo encontraran.

—Ven conmigo -dijo, ofreciéndole la mano-. Mi familia puede ayudarte.

Algo en los ojos de Zed lo hizo confiar.

—¿De verdad? ¿No les importará que vaya contigo?

—Si pudieron aceptarme a mí, también podrán aceptarte a ti —contestó Zed, sonriendo con más confianza-. ¿Cómo te llamas?

—Mi nombre es Milo.

Cuando Zed llegó con Milo a casa, Peter, Martha y Max lo recibieron con calidez. Martha se arrodilló frente al niño y le pasó la mano por el cabello despeinado y le preguntó si tenía hambre. Milo asintió tímidamente, y la mujer lo condujo adentro,seguida por Peter. Max se quedó atrás, mirando a Zed con los brazos cruzados.

—¿Siempre tienes que ser el Héroe Justiciero? —preguntó Max sarcásticamente pero con un destello de admiración en sus ojos.

—No sé. Supongo que alguien tiene que hacerlo —dijo Zed cogiéndose de hombros.

Max rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír mientras seguía a los demás.

Aquella noche, Zed entregó los regalos que había comprado. A Max le encantó el balón y prometió enseñarles a Zed y a Milo a jugar bien. Peter le agradeció el dominó, diciendo que haría un torneo en familia. Y Martha, al ver la bola de nieve, abrazó fuertemente al niño con emoción y lágrimas en sus ojos.

Mientras cenaban todos juntos, incluido el nuevo miembro sentado con ellos, Zed miró alrededor de la mesa y sintió que aquello era la prueba irrefutable de que la vida podía ser como la que tenía antes de convertirse en zombi.

Afuera, la nieve había comenzado a caer, cubriendo el mundo con su blanco manto. Y aunque la vida seguía siendo complicada, Zed sabía que había esperanza para los zombis y los humanos. Al menos, en aquella pequeña casa llena de amor.



02/12/2024

Daños Colaterales


CONCURSO DE RELATOS 44ª Ed.
El jardinero fiel de John le Carré
Blog: El Tintero de Oro


Carla estaba cortando leña para alimentar la chimenea de la cabaña. El paisaje que la rodeaba estaba nevado y el bosque a escasos metros, parecía en calma. Tenía borrajas, algunas setas, muchas latas de conserva y hasta un conejo que había caído en uno de sus cepos. Su rutina en los últimos cinco meses era aquella. Pero un extraño sonido y un movimiento en la vegetación, hizo que Carla entrara en la casa como una exhalación y se pertrechara con el hacha en la ventana, detrás de las tupidas cortinas.

La memoria llevó a la doctora en bioquímica, Carla Aponte, a su despacho en la empresa Genetic Corp, donde no paraba de darle vueltas a varias cosas que habían sucedido últimamente y que no le gustaban.

Su equipo había estado desarrollando el revolucionario medicamento llamado NeuroCalm,  para tratar el estrés crónico y los trastornos por ansiedad, patologías cada vez más extendidas por todo el globo terráqueo. NeuroCalm ya estaba en el mercado y su éxito había sido rotundo, pero Carla se había dado cuenta de que algo extraño sucedía. Algunos pacientes de los que tomaron el medicamento, habían presentado pérdida de memoria, fallos de coordinación y comportamientos violentos.

Una tarde, Carla se encontraba revisando los informes clínicos internos. Masajeaba la parte frontal de su cabeza porque la migraña la estaba matando. Había encontrado unos registros que revelaban que en las primeras fases de los ensayos hubo unos efectos adversos muy graves, incluyendo casos de agresividad extrema. Aquellos datos habían sido ocultados para acelerar la aprobación del medicamento por las autoridades sanitarias.

Ante esto, Carla no tuvo más remedio que llevar sus preocupaciones a Isaac Toro, su jefe directo, que intentó tranquilizarla asegurando que aquellos casos eran una mera anécdota que no representaban ningún riesgo generalizado para la población. Sin embargo, con la mosca detrás de la oreja, ella comenzó a notar como algunos de sus colegas de profesión evitaban hablar del tema y que documentos clave estaban desapareciendo del sistema. 

Viendo que nadie iba a ayudarla, Carla no tuvo más remedio que investigar por su cuenta, descubriendo así que NeuroCalm contenía un compuesto experimental que afectaba al sistema nervioso central de forma impredecible. En casos extremos, los pacientes desarrollaban un síndrome neurodegenerativo que los transformaba en criaturas sin raciocinio, controladas por un hambre insaciable. Con este hallazgo, la doctora Aponte se enfrentaba a un desasosegante dilema. O exponer la verdad, lo que supondría arriesgar su carrera y su vida. Ya que Genetic Corp era muy hábil en silenciar a los empleados disidentes. O no decir nada, ya que el medicamento estaba generando miles de millones de beneficios a la empresa y por ende, beneficios para ella misma. Además, revelar la verdad podría provocar pánico a nivel mundial. una catástrofe.

Cuando llegó a casa ya sabía que estaba decidida a actuar. el código deontológico y su conciencia no le permitían hacer otra cosa. Después de darse un baño relajante y cenar, Carla llamó a su amigo Leo Vives, un periodista independiente especializado en destapar escándalos corporativos. Juntos, planearon una estrategia para filtrar los documentos incriminatorios sin que Genetic Corp pudiera rastrearlos. Pero les salió el tiro por la culata cuando Genetic Corp se dio cuenta de la filtración, lo que desató una cacería para dar con Carla. Entonces Leo la ayudó a esconderse en la pequeña cabaña que había heredado de su tía Milagros en la montaña. Paralelamente, empezaron a salir a la luz pública multitud de casos de pacientes infectados, provocando revueltas y llevando el caos a los hospitales y centros sanitarios que rápidamente se extendió a las calles.

Pero mientras la noticia se iba difundiendo, el medicamento seguía en circulación y los infectados empezaron a multiplicarse exponencialmente. La empresa, en un último intento por controlar la narrativa, culpó a los pacientes y negó cualquier responsabilidad lavándose las manos, aun viendo que la doctora y el periodista habían logrado reunir las pruebas suficientes para demostrar que Genetic Corp conocía los riesgos desde el primer momento. Carla y Leo publicaron los informes justo cuando la situación se volvía insostenible, enfrentándose a la persecución tanto de la empresa como de los afectados, o mejor dicho, de los infectados.

A pesar de todos los esfuerzos de la doctora Carla Aponte, la verdad se enterró bajo capas y capas de burocracia y corrupción mientras la infección se propagaba, Carla se convertía al principio en una fugitiva en un escenario cada vez más hostil. Y después en superviviente en un mundo inmerso en un Apocalipsis Zombi…

Conteniendo la respiración, Carla apuntaba con su mirada hacia los árboles. De ellos emergió la figura de un hombre moreno con el pelo descuidado y una tupida barba. Cojeaba, pero no parecía herido. se acercó sin miedo y sin ira a la ventana. Carla identificó aquellos ojos verdes antes de que el hombre estampara un papel en el cristal:

《Carla, soy Leo, y no he parado hasta llegar aquí. Te quiero. No estoy enfermo pero sí exhausto》

Leo se reunió con ella como le había prometido. No habían podido parar el desastre pero habían logrado sobrevivir y reunirse. Decirse al fin lo que tenían guardado en sus corazones.


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