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Tras completar y enviar el formulario repleto, el Equipo de Emparejamiento, que así se hace llamar, no tardó ni 48 horas en contactar conmigo nuevamente. Les había encantado mi desparpajo. Yo estaba alucinada. No entendía cómo el cutre vídeo en el balcón de casa había podido gustar tanto. El caso es que ya estaban en marcha para encontrar a mi príncipe azul y a los pocos días me afirmaron que efectivamente, habían encontrado al chico perfecto. No me lo podía creer.
La verdad por la que me había apuntado a todo esto era por la experiencia de verme en la tele y echarme unas risas con mi familia… Pero una parte de mí pensó en la posibilidad de encontrar el amor verdadero y quizá al futuro padre de mis hijos.
Cuando lo comenté en el trabajo, los adjetivos loca, chalada o zumbada, fueron los más escuchados. Aún así mis compañeras me apoyaron, y mi jefa me dio el día libre.
Ya no había vuelta atrás. Ya tenía los billetes de AVE y mi madre había propagado la noticia por todo el pueblo. De perdidos al río.
Lunes. Cinco de la mañana. Los nervios hicieron que me levantara antes de sonar el despertador. Me preparé, llamé a un taxi. Y ahí estaba con mi maleta cargada de modelitos esperando que el tren Lleida-Madrid de las 6:25 arrancara. Al llegar a Atocha, un coche de producción me estaba esperando para llevarme a los estudios.
Pero más que estudios glamurosos, me encontré con una antigua fábrica de muebles situada en el quinto pino y que es a la vez la redacción y el plató. Porque no, First Dates no es un restaurante en Gran Vía.
Sobre las diez de la mañana llegué a los estudios donde me recibía mi redactor. Nada más entrar comenzaron las prisas para que el estilista aprobara mi ropa, firmara los papeles y me microfonaran. Una locura sin un segundo para hincarle el diente a la bandeja de croissants que había sobre una mesa.
Porque, al igual que el restaurante no es un restaurante al uso, la grabación tampoco es lo que parece. La cena que se ve en televisión, es muy probable que esté ocurriendo a las once de la mañana o a las cinco de la tarde según el horario de cita que te toque.
El estilista había validado mi super look de blusa blanca y pantalón vaquero, y unos taconazos rojos. El micrófono estaba puesto y yo había firmado la cesión de mis derechos. Eran las once de la mañana y ya estaba maquillada, vestida, microfoneada y temblando como un flan cuando mi redactora me dio las últimas indicaciones antes de entrar al restaurante.
Tras una breve charla con el presentador, el guapo camarero me preguntó qué quería tomar. Y me pedí una cerveza para parecer una mujer decidida. O eso creía yo. Entonces mi cita apareció en escena. Un tipo que del montón que dependiendo de su desparpajo podría ser ascendido al montón de los empotrables o desterrado al huerto de los cardos.
Pasamos a la mesa y lo que más me llamó la atención fue el silencio sepulcral que había. Al mismo tiempo se grababan tres citas y el resto son figurantes. Gente que aunque en la tele parece que hablan, in situ no se oye una mosca.
Mientras mi cita y yo intentábamos encontrar un tema de conversación, empezamos a oír gritos y gemidos provenientes de fuera. Al asomarnos a la puerta, quedamos horrorizados al ver una multitud de personas avanzando hacia el estudio. Yo, friki donde las haya, sabía que eran zombis. El silencio del plató se convirtió en histeria y gritos. El presentador del programa nos instó a mantener la calma y permanecer en el restaurante mientras el equipo de producción intentaba encontrar una solución. Pero la situación se volvía cada vez más caótica y los zombis se iban congregando en la puerta, golpeándola insistentemente. Pronto me di cuenta junto a Imanol, mi cita, de que no podíamos esperar a que el equipo de producción nos rescatara. Buscamos objetos afilados y utensilios de cocina para defendernos, y finalmente, nos aventuramos afuera.
La calle estaba plagada de aquellos zombis, y con el corazón en la mano, Imanol y yo nos abrimos paso a través de los no muertos, usando nuestro ingenio para sobrevivir.
Al divisar una comisaría a escasos cien metros, nos vimos a salvo y empezamos a correr hacia allí. La puerta estaba cerrada pero un policía al vernos, abrió con llave.
Cuando yo ya estaba entrando, cuatro zombis se abalanzaron sobre Imanol y empezaron a morderle con saña. Incluso vi cómo le arrancaban las entrañas mientras el policía tiraba de mí.
Dos días después aún estoy aquí, en comisaría junto a otras personas y sin saber nada de mi madre o de mis amigas. Los gritos de mi cita en First Dates me atormentaban cada vez que cierro los ojos. Es uno de los no muertos aporreando la comisaría y ya nunca podré saber si hubiera podido ser el padre de mis hijos. Soy moñas hasta en momentos así.