08/04/2025

Ara Malikian. Intruso

 
ARA MALIKIAN. INTRUSO


"En el Líbano no me consideraban suficiente “Libanés” porque era de origen Armenio; los Armenios no me consideraban suficiente “Armenio” porque había nacido en Líbano; cuando me establecí en Europa no me consideraban “Europeo” porque no había nacido en Europa. Me costó años estar en paz conmigo por lo que soy y aceptar ser el eterno “Intruso” y abrazar la riqueza de mi identidad multicultural.


*Unos videos que grabó mi hija durante el concierto.

Lo único que sabía de él, era porque le había visto un par de veces que fue invitado a un concurso de televisión que antes estaba en una cadena, y ahora, creo que continúa en pantalla en otra y con otro presentador.

Con sus locos rizos, su sosegada voz y la electrizante energía tocando su violín, supe que era un ser humano especial.

El abuelo de Ara Malikian sobrevivió al genocidio armenio al hacerse pasar por violinista, cruzando la frontera en busca de un futuro. Su padre intentó ganarse la vida con el violín, pero no tuvo tanta suerte, aunque vio aptitudes en su hijo y fue riguroso con él para que aprendiera a tocarlo.

La familia de Ara procedía de Armenia, nació en Líbano en 1968, y a mediados de los setenta, época de guerra civil, ser músico podía ser una forma para salvarse. Así que con su talento, consiguió una beca de perfeccionamiento en Alemania, con apenas 15 años- Empezando en la música clásica, con concursos, conciertos como solista o en orquesta, que tiempo después tomó otros derroteros y otras músicas.

Es una persona que puede tocar en Nueva York, París o Londres, como luego en Burriana, Palencia o en mi ciudad, Lérida.

Su mujer, Nata Moreno, es actriz, directora, productora, dramaturga y la artífice del documental sobre la vida de Ara, que ganó el Premio Goya 2020 a la mejor película documental.

Lo que yo vi este pasado domingo, fue a un hombre tranquilo al hablar y tremendamente enérgico y pasional en cuanto su arco roza las cuerdas de su violín. Quedé fascinada. Tampoco me olvido de los cuatro músicos que le acompañan. Simplemente excepcionales los cinco sobre el escenario, los instrumentos, la música, el humo y el juego de luces.

06/04/2025

Las crónicas de Nati: Lentejas en un apocalipsis zombi

VadeReto Abril 2025
El Libro

Madre mía… salvo que no soy policía, no tengo un compañero buenorro y, gracias a la vida, mi ex marido no es mi superior, me siento tan identificada con el personaje de Laura Lebrel...

Yo soy Nati, o Natividad cuando me pongo seria. Ama de casa de toda la vida, madre de dos trastos a los que quiero demasiado y fan acérrima del misterio y los zombis. Acabo de ver la serie por segunda vez para refrescarme la memoria, ahora que está en Netflix, porque siempre me ha gustado su manera en la que resuelve los misterios, con la cabeza en las nubes y los pies en la tierra. Así me gusta verme a mí también.
La cosa es que jamás pensé que acabaría usando los consejos de Max Brooks y su “ZOMBI: GUÍA DE SUPERVIVENCIA”. Un libro que da las indicaciones para una protección completa contra los muertos vivientes, ese libro que tengo casi subrayado entero desde que lo compré en 2008.

Todo empezó el jueves pasado por la mañana. El cerezo del patio comunitario había florecido ya, y los gorriones andaban revolucionados como cada primavera. Yo estaba regando las macetas del balcón cuando vi al vecino del 2ºB arrastrándose por la acera. No caminando lento. Arrastrándose. Con un brazo colgando y una expresión vacía como la de mi ex marido viendo el fútbol. Me llevé la regadera y el susto al pecho, y pensé: “Nati, tranquilízate. Esto tiene que tener una explicación lógica.” Y luego recordé en dónde Max Brooks habla sobre la DETECCIÓN, y así tomar precauciones hacia un posible brote zombi. No lo dudé. Cerré la puerta con llave y echando los dos cerrojos, bajé las persianas, y puse a cargar el walkie que compré por si acaso, como decía Laura: “Nunca subestimes una intuición”. Aunque lo que pasó después todavía me cuesta contarlo sin que se me erice el vello.

Primero, escuché golpes en la puerta de la vecina del bajo. Luego, un chillido de esos que te cortan el aliento. Bajé el volumen de la tele y me acerqué con sigilo. Los pasos, cada vez más arrastrados, pasaban por el rellano. Di gracias al cielo porque los gemelos no habían ido al colegio al estar en la cama con gastroenteritis. Una de las pocas veces que estaban sin armar jaleo. Entonces hice lo que haría Laura: coger apuntes. Cogí mi cuaderno de recetas y en la última página empecé a anotarlo todo. Hora. Sonidos. Dirección. Me sentía como ella, resolviendo el caso desde casa, entre la colada lista para tender y las lentejas a medio hacer.

Al mediodía, el vecindario estaba sumergido en un silencio absoluto. Ni un solo coche, ni niños en el parque. Saqué la guía zombi y repasé las instrucciones sobre hacer barricadas. Coloqué la cómoda contra la puerta, reforcé las ventanas con los estores de madera del salón y hasta escondí el jamón en la bañera, por si había que resistir unos días. Y en medio del caos, sonó el teléfono fijo, y eso sólo significaba una cosa. Mi madre, que vive en las afueras. “Nati, ¿tú también los has visto? Están por todos lados. Me recuerda a las películas esas horrorosas que te gustan a ti…”. Y así nos pasamos un cuarto de hora compartiendo teorías. Que si un virus raro, que si una nueva droga, que si un reality extremo de esos que hacen ahora. Pero yo lo sabía. Lo sabía desde que vi al vecino del 2ºB. Esto era de zombis. De los de verdad. Y si quería sobrevivir y salvar a mi familia, tenía que pensar como Laura y actuar como Brooks.

Por la tarde, después de tomarme un té, me armé con el recogedor pequeño que tengo para los rincones, la linterna del camping y una cacerola de hierro fundido. No tenía katana, pero la imaginación es el mejor arma de una ama de casa. Decidí bajar al trastero porque necesitaba provisiones, y allí guardaba mis conservas de tomate y melocotón. Al abrir la puerta del piso, el pasillo estaba vacío. Sólo el eco de pasos lejanos y un olor dulzón, como a flores marchitas.

—Primavera... —murmuré. Hasta el apocalipsis tiene su estación.

Llegué al ascensor, pero bajé por las escaleras, despacio, escuchando cada crujido. En el segundo rellano vi al portero. O lo que quedaba de él. Llevaba aún su gorra, pero sus ojos vacíos y un trozo de brazo colgando lo delataban. Me agaché detrás del carrito de la señora del 5º, que por suerte aún tenía dentro una revista vieja del corazón. Con eso le hice un señuelo que lancé por el pasillo, y mientras el pobre se arrastraba hacia Isabel Pantoja, yo bajé corriendo hasta el trastero. Y allí, entre latas y cajas, lloré. Dos lágrimas recorrieron mis mejillas. Sólo dos, y luego, me sequé con el trapo mientras me decía:

—Nati, tú no vas a ser la siguiente. Tienes lentejas, instinto y sabes usar la olla exprés como nadie.

Y entonces supe que debía organizar un refugio de barrio. Si Laura podía con tres crímenes mientras eliminaba los piojos de las cabezas de sus gemelos, yo podía con esto. Así que salí de allí con el cazo como escudo y la determinación en los ojos. Porque, mientras en el mundo todo se venía abajo, en primavera… las guerreras florecen.

Continuará...

03/04/2025

Conectados

 
CONCURSO DE RELATOS 46ª Ed.
Momo de Michael Ende
Blog: El Tintero de Oro


Nenúfar y Amapola eran dos hermanas gemelas que siempre iban juntas a todas partes. Vivían en el Bosque Verde, donde los árboles susurraban canciones antiguas y los ríos reflejaban la luna y las estrellas, ya que aquel era uno de los pocos lugares en donde aún se podía ver un cielo estrellado.
Desde bien pequeñas, las jóvenes habían soñado con visitar el mundo más allá de su bosque, un territorio extraño del que sólo conocían rumores y cuentos prohibidos, ya que los mayores de la aldea no querían escuchar nada sobre ello.

–Debemos encontrar la manera de cruzar –dijo Nenúfar con rotundidad.

La sabia Junco, la guardiana del bosque que estaba recolectando setas, las escuchó y sonrió a la vez que les lanzaba una propuesta, ya que creía que serían algo difícil para las chicas.

–Mirad, niñas. Si podéis resolver el acertijo que os voy a decir, os encontraréis con el secreto para atravesar la barrera. Así que escuchad atentamente:

“No tengo boca, pero hablo sin cesar.
No tengo oídos, pero siempre escucho. 
No tengo cuerpo, pero vivo y muero con el tiempo.
¿Qué soy?”

Las hermanas se miraron pensativas durante un buen rato hasta que al fin, se fueron a recorrer el bosque que tanto conocían, observando los hongos luminiscentes, las luciérnagas danzantes y las hojas que susurraban palabras en el viento.
Una suave brisa sopló alrededor de Nenúfar y Amapola, y sus melenas color caoba se movieron al son de un eco de palabras muy antiguas. Entonces, Amapola cerró los ojos y sonrió.

–La respuesta es el eco, Nenúfar. Ni más ni menos que el eco. –dijo con seguridad.
–¡Claro! –Exclamó Amapola. –Porque no tiene boca, pero “habla” repitiendo sonidos. No tiene oídos, pero “escucha” porque necesita un sonido original para repetirse…
–Y no te olvides de que no tiene cuerpo, pero “vive” mientras el sonido resuena y “muere” cuando se desvanece.

Entonces, la barrera del bosque se desvaneció, revelando un mundo desconocido lleno de luces y sombras. A su vez, la luz de la luna iluminó sus delicadas alas y las hermanas fueron conscientes de lo diferentes que se veían al resto de seres. Eran dos bellas y atrevidas hadas dispuestas a descubrir los secretos del mundo de los humanos. Aunque rápidamente, lo que encontraron las llenó de horror y desazón. La ciudad estaba sumida en un silencio antinatural, roto nada más que por el zumbido incesante de pantallas brillantes. Aquellas personas caminaban con pasos torpes, y sus rostros iluminados por la luz azulada de sus dispositivos poseían unos ojos vacíos, sin chispa, sin vida. Como unos zombis errantes.

–Esto no es lo que imaginábamos, hermana… –susurró Amapola, aferrando la mano de Nenúfar.

Las criaturas de las que se decía que eran humanas, se movían como espectros atrapados en un trance perpetuo. No hablaban ni reían. Simplemente deslizaban sus dedos sobre las pantallas táctiles, consumidos por las imágenes y palabras sin sentido. Unos pocos alzaban la vista por un instante, pero al encontrarse con las hadas, sus miradas eran frías y vacías antes de volver a posarse en sus móviles, tablets u ordenadores.

–Debemos irnos –instó Nenúfar con su corazón latiendo tan fuerte que pareciera que se le fuera a salir por la boca.

Pero antes de que pudieran volver atrás, una sombra se alzó detrás de ellas. Un ser más grande con cables serpenteando desde su cabeza y con una voz mecánica que susurraba:

“Conectados. Debéis estar todos conectados”.

Nenúfar y Amapola gritaron. Desplegaron sus alas para elevarse en el aire, y volar hacia la barrera del bosque comenzaba a cerrarse. Se apresuraron hacia la apertura con el eco de unas voces monótonas persiguiéndolas.
Justo cuando cruzaban el portal, escucharon un último susurro:

–Sólo es cuestión de tiempo… porque tarde o temprano, todos acaban conectados.
Cuando finalmente volvieron al bosque, supieron que nunca más abandonarían el Bosque Verde para volver a cruzar a aquel desgraciado mundo.


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