14/04/2024

En la curva

Relato presentado al Certamen de
Altavoz Cultural
"Quemando carretera"


Quemando carretera, de copiloto un cuarto de botella,

me paro en el arcén y disparo a las estrellas.

Hijos de la ruina, quemando carretera,

de copiloto un cuarto de botella…


Natos, Waor y Recycled J cantaban desde el viejo radiocasete del coche mientras yo me acomodaba en el asiento de atrás, concretamente, en el punto exacto desde el cual, el conductor pudiera verme por el espejo retrovisor sin problema ninguno. 

—¡Menudo susto nos has dado, chica! ¿Es que no sabes lo peligroso que es pararse en medio de la carretera de noche? ¿Y además con este tiempo de perros? ¿Hacia dónde te diriges a estas horas y con la que está cayendo? —me dijo Hugo, el acompañante. 

—No vivo muy lejos de aquí. Apenas un par de kilómetros. Cuando estemos cerca, yo ya os aviso. Tranquilos.

—A nosotros no nos supone ningún quebradero de cabeza. Vamos a reunirnos con el resto de la peña para celebrar el cumpleaños de un amigo. Vamos con tiempo de sobra pero, es mejor que no te aficiones a parar y subirte en coches de desconocidos. La vida está muy mal, y sobre todo, para las chicas tan jóvenes como tú. ¿Qué edad tienes? ¿Diecisiete? —dijo esta vez Jon, el conductor.

—No, no. Sólo tengo catorce.

Jon y Hugo, que no tenían más de diecinueve años, se alarmaron un poco. Si pasaba algo y les pillaban con alguien tan joven, se les podía caer el pelo. Eran buenos chavales pero les gustaba demasiado la marihuana. Todo fachada. Echar unas caladas y beber unas cervezas distendidamente con sus amigos. Me empezaron a contar sus vidas. Siempre ejerzo ese extraño influjo cuanto más callada estoy yo. El caso es que ambos tenían hermanas pequeñas y las querían mucho. La música, los tragos, los porros, los tatuajes y los pelos de colores, eran más ruido que otra cosa. Era la primera vez que acompañaba a unos chicos como aquellos. La mayoría de las veces, quienes paraban eran hombres solos que iban para casa, o alguna pareja joven.

La lluvia, que comenzó a caer en el preciso momento en el que me monté en el coche, ahora descargaba con tanta fuerza, que hacía que el sonido de las gotas golpeando el techo del auto, se mezclara con la música que seguía sonando. El vaho de los cristales aumentaba, la carretera se volvía cada vez más desafiante y el asfalto más peligroso. Yo tenía mucho frío y el espejo retrovisor me devolvió una imagen de mí misma, pálida y ojerosa. Mis labios eran una fina línea morada y mis grandes ojos negros destacaban en mi cara. 

Mientras continuábamos avanzando por la estrecha carretera y yo cada vez me sentía más nerviosa, los chicos seguían contándome sus historias. Parecían dispuestos a abrirse conmigo, a pesar de habernos conocido unos minutos antes. Hablaban de sus sueños y aspiraciones, de cómo la vida a veces, pareciera que les empujará a desviarse del camino correcto. Pero querían tener una buena vida y no acabar como muchos otros de su mismo barrio. Mendigando en la calle por unos puñados de euros para droga. Y allí estaba yo, sintiéndome entre dos mundos. Por un lado, el de aquellos chicos que, a pesar de su apariencia rebelde, tenían un lado tierno y protector, y el mío, un mundo donde las decisiones que tomaba no siempre eran las más sensatas. Pero gracias a los errores, estaba aprendiendo rápidamente a pesar de mi juventud.

Ya estábamos muy cerca y, yo me revolví en el asiento. Me puse muy nerviosa, como cada vez que pasaba por aquella situación. Cuando iba a pasar por aquel punto exacto de la carretera. El coche se estaba acercando a aquella curva tan peligrosa. Un punto negro en la que no eran infrecuentes los accidentes, algunos con fatal desenlace. Tantas desgracias habían pasado que, era conocida como "la curva de la muerte". Justo en aquel instante, un escalofrío recorrió toda mi espalda como un latigazo. Los dos amigos charlaban sin darse cuenta de nada, así que tuve que interrumpirles.

—¡Cuidado! —grité—. Conduce más despacio, por favor. Ahora vamos a pasar por la curva maldita. La curva en la que yo misma perdí la vida.

Los chicos se miraron sorprendidos y confundidos, y el coche se caló. Se giraron para mirar hacia el asiento trasero y no vieron a aquella chica que estaban llevando a casa. Se había evaporado como un fantasma y no sabían qué pensar. En aquel preciso momento, la lluvia paró en seco como si de magia se tratara. Jon arrancó el coche y continuó su marcha, de nuevo con sólo dos ocupantes. Pasaron con mucho cuidado por la curva de la muerte y llegaron al restaurante sanos y salvos pero con las piernas temblando y, sus amigos no les creyeron al contarles lo sucedido. Algo de lo que les harían mofa de vez en cuando en los años venideros, cada vez que saliera el tema. 

Yo solía ser como aquellos chicos, viviendo a veces al límite, pero un día, un terrible accidente cambió mi vida para siempre. Morí y desde entonces, estoy destinada a advertir a otros sobre los peligros de esta carretera.

Esta vez, aunque aquellos chicos tenían el corazón a mil revoluciones por la extraña experiencia vivida. Tuvieron un buen destino y aprendieron una valiosa lección aquella noche. A veces, alguien inesperado puede aparecer en tu vida para advertirte de peligros ocultos. Irán contando por ahí la historia de la chica de la curva, convirtiéndose en una leyenda cada vez más grande, contándole a sus amigos y a todo el que esté dispuesto a escuchar, recordando la misteriosa noche en la que una desconocida les salvó de un destino incierto. 

Quienes no me hacen caso, suelen acabar muertos como yo. Sólo una chica no murió, aunque lleva dos años en coma en el hospital de la capital. 

A mí podéis encontrarme en las noches con mal tiempo, cuanto más llueva, granice o la niebla sea más espesa, más probabilidades de que me veas parada en medio de la carretera tendrás. Y por favor, si me llevas en tu coche, haz caso a mis palabras.

 

Tiño de color lo que un día fue beige.

Cuatro años después, reciclo mi fe.



4 comentarios:

  1. Un buen relato recuperando el mito de la chica de la curva. Saludos

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  2. A medida que avanzaba el rellato, comencé a sospechar que se trataba de esa leyenda, con las pistas que fuiste dejando.
    Es creativo que lo hayas contado desde el punto de vista de la chica de la curva. Quien ruega que le hagan caso a sus advertencias.
    Besos.

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