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El Loco
El Loco no hablaba. Si bien, no era sordo ni tampoco mudo, dejó de pronunciar palabra a los doce años, tres meses y cuatro días exactamente. El día en el que sus padres murieron junto a Juanita, la mula en la que venían de intentar vender y hacer negocio en el mercado. El sendero por la montaña era estrecho y peligroso y el animal resbaló, llevándose aquel precipicio la vida de los tres desgraciados.
Más de medio siglo después, el Loco vivía sin hablar en la casa que le vio nacer, la de sus padres. Tenía un huerto y gallinas y ganaba algo de dinero para poder vivir, limpiando el pueblo y las carreteras colindantes de maleza y animales muertos. Cada día aparecía alguno atropellado, sobre todo gatos y conejos. Era una tarea que no todo el mundo estaba dispuesto a hacer, se necesitaba mucho estómago, pero para el Loco no suponía ningún problema.
De mirada franca aunque algo esquiva, el Loco rehusaba de entablar amistad con la gente. Simplemente vivía y dejaba vivir, pero los chiquillos le seguían de lejos y a veces, se acercaban demasiado para ver qué hacía, a dónde iba y de dónde venía. Pero cuando veían que el hombre no hacía nada extraordinario, lo dejaban por imposible. Aunque en algunas ocasione podían llegar a ser algo molestos con él y entonces, el Loco se giraba y les miraba fijamente con sus ojos de loco y sin decir nada. Los críos entonces salían corriendo mientras gritaban y reían nerviosamente.
Beatriz
Beatriz se sintió indispuesta a media mañana. Gustavo, su marido, estaba a dos horas en coche por cuestiones de trabajo, y sus padres no contestaban al teléfono fijo. Les maldijo cariñosamente mientras una mueca de dolor se formaba en su rostro. Se negaban a tener un móvil porque como decían ellos, con el de casa ya tenían bastante.
Bajó los cuatro escalones hacia el jardín con mucha dificultad, pues la barriga le impedía ver por dónde pisaba. De pronto, un líquido le chorreó de entre las piernas. Había roto aguas. Con la frente perlada por el sudor, un desgarrador grito escapó de su boca porque un latigazo le había atravesado la espina dorsal haciéndola caer de rodillas.
El Loco oyó el grito de una mujer y sintió un pellizco en su pecho. Debía venir de la primera casa a la entrada del pueblo. Demasiado lejos de cualquier otro vecino. Sin pensarlo, se dirigió hacia allí. Con sus largas zancadas recorrió los cien metros y llegó frente a la fachada principal. Los ojos y la boca del El Loco se abrieron de par en par. Beatriz, la mujer del alcalde estaba pariendo y la cabeza del bebé ya asomaba.
—Tranquila. Respira. He visto parir a varias vacas y a una yegua. No estás sola —Fue lo único que dijo el Loco después de tanto tiempo, que hasta él se sorprendió de su propia voz.
Con sólo tres empujones y agarrando la mano del Loco, Beatriz dio a luz a una niña con mucho pelo. Y en ese preciso instante, se desmayó.
El Loco hizo reaccionar a la recién nacida para que llorara y llenara de aire sus pequeños pulmones.
El Grupo
Elvira, Jacinta, Amalia y Dorotea, daban su paseo como cada día cuando se vieron ante la casa del alcalde, mientras su mujer yacía inconsciente y ensangrentada y al Loco con el bebé en brazos.
Las cuatro empezaron a llamar por teléfono y enseguida llegó una ambulancia, casi todos los vecinos y hasta la Guardia Civil. Una pareja de la benemérita se llevó al Loco al calabozo hasta que se decidiera lo contrario, pues el grupo de las cuatro parroquianas juraba y perjuraba que el Loco había golpeado a la pobre Beatriz para llevarse a la criatura porque, todo según ellas: a saber con qué malignas intenciones.
El Loco pasó tres días y dos noches en el cuartelillo hasta que fue liberado. Tiempo en el que Beatriz logró recuperarse de su accidentado alumbramiento, pudiendo contar lo que realmente había pasado aquel día. Aún algo débil, ya que había perdido mucha sangre debido a la preeclampsia que sufrió en la recta final del embarazo, pidió que dejaran libre al Loco.
El Alcalde
El alcalde en persona fue al cuartelillo para disculparse con el injustamente acusado y le dio las gracias en nombre de su esposa y de todo el pueblo.
—Dime, ¿cómo puedo agradecerte lo que has hecho por mi familia? ¿Hay algo que desees? —preguntó el alcalde.
Pero el Loco no dijo nada. Movió la cabeza de lado a lado, sonrió y se marchó para seguir con su vida, limpiando y viviendo en su humilde casa.
Cinco inviernos después, el Loco murió de gripe. Momento en el que el alcalde, que seguía siendo el marido de Beatriz, Gustavo Alonso, mandó poner el nombre y una placa conmemorativa de El Loco a la recién estrenada rotonda de acceso al pueblo.