Cuando nos enamoramos, la mayoría de las veces, no nos paramos a pensar en las consecuencias de ese amor, y mucho menos, en las consecuencias del desamor que quizás llegue también con el tiempo… Ese tiempo cíclico y caprichoso que gira como una rueda y hace volver modas pasadas, lo vintage, incluso repetirse tremebundos capítulos de la historia de la humanidad.
Pero cuando un amor se acaba, ¿qué nos queda? ¿Son todas las parejas pasadas iguales? Pues ya os digo yo que: rotundamente no. Todos nuestros ex han dejado una impronta en nosotros, ya sea buena, mala, regular o con matices. De todas aprendemos algo aunque al principio seamos incapaces de verlo. En la mayoría de las veces no quedamos con su recuerdo en nuestra memoria. Hay quienes lo guardan todo, incluso las fotos. Personalmente, a mi no me gusta guardarlas, ya que en mi recuerdo quedan sus caras.
A veces te gustaría no tener ni que acordarte de ese ex que te dejó en la estacada cuando más lo necesitabas. Querrías olvidarte de su cara, pero no puedes, ya que no solamente compartes aún una hipoteca a treinta años. Le ves aunque no esté. Le ves apareciendo en la cara de tu hija que ya es una mujer. Sale a relucir en alguna mueca, su cara es una mezcla de ti y de él, y entonces te acuerdas de que un día os quisisteis y tuvisteis un deseado bebé. Dieciocho años de genética compartida y pensamiento propio te miran con sus ojos, esos que sí son heredados de ti, y aunque su padre a veces pueda llegar a desesperarte, no le odias. Querrías odiarlo, pero no lo haces porque hace mucho tiempo que pasaste todas las etapas de aquel duelo que parecían la muerte misma… y porque te ha dado lo más preciado que tienes en esta vida, tu hija.
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