Blog: Acervo de Letras
La mente de Débora viajó hasta sus ojos que se llenaron con un recuerdo de su niñez. Aquellos ojos que cuarenta años antes se habían metido en la bolsa con las cosas para el baño, encontrándose de lleno con el vivo color rojo de su bañador.
En su recuerdo, la mujer convertida en niña de nuevo, se vio embutida en aquel bañador y pisando con sus cangrejeras azules, las alfombrillas del Simca 1200 de su padre. También el coche era de color azul. Su padre al volante, su madre de copiloto y, sus dos hermanos y ella en el asiento de atrás, se pusieron en marcha bajando las cuestas de Madrigal de la Vera para llegar hasta Cuatro Caminos, coger la carretera y en menos de diez minutos, adentrarse en los dominios de la Garganta de Alardos.
El cerebro de Débora iba dando botes al recordar los badenes de la pista hasta llegar a la zona de baño. Sus ojos se abrían viendo los coches de los veraneantes con matrículas de diferentes lugares del país, incluso algunos con las de otros países. CC de Cáceres, M de Madrid, AV de Ávila, TO de Toledo, eran las que más abundaban. Bastantes B de Barcelona, para lo lejos que estaban. Y su Simca, como un rebelde, el único L de Lérida. Pero ella se sentía en casa. Estaba en casa. Ella no era una simple turista porque la familia de su padre era de allí y todo el mundo le conocía. Todos les conocían. Sus abuelos vivían en el pueblo, y sus bisabuelos habían vivido también allí hasta no hacía mucho.
La familia de Débora bajó del coche. Caminaron entre las piedras de la garganta y colocaron las toallas a la orilla de un charco. Había que meterse con cuidado en las frías y cristalinas aguas, pues venían de la Sierra de Gredos, en donde aún en julio, podían quedar restos de invierno en forma de nieve. Agua limpia sin sal y sin cloro, en donde refrescarse del calor del verano. Jugar, chapotear, nadar, ver los pequeños pececillos que se acercan sin vergüenza y espantarlos para verlos salir nadando con rapidez.
Tras toda la tarde en la garganta y cenar en uno de los bares del sitio, los recuerdos de Débora le trajeron el cansancio por tanta diversión, la piel roja por el sol y el olor a After Sun para mitigarlo. La mente de Débora cambió el rojo de su bañador por el negro de la noche cuarenta años después, para sumirse en un reparador sueño, durmiéndose pensando si alguna vez iría a aquel lugar donde que no visitaba desde hacía más de treinta años.
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