14/02/2025

Sanguijuelas

Relato presentado a
San Valentín de Terror 5


El pequeño pero profundo lago estaba junto a la cabaña heredada por los padres de Nereida, en un bosque escondido. A simple vista, parecía un paraíso que rara vez era visitado. Los rumores contaban de sombras bajo el agua y de voces ahogadas, pero aquella chica rebelde y obstinada, no creía en supersticiones.
Tumbada en su habitación, la adolescente abrió su WhatsApp para hablar con Hugo, su eterno enamorado.

Nereida: Holis!!!  Ya estoy en el lago. Es como un cuento 😍
Hugo: Vaya, ¿y no me invitas? Suena genial… pero cuidado con los caimanes.
Nereida: No seas lelo. Sólo hay ranas y bichos raros.
Hugo: Bichos raros… igual hay un monstruo en el lago que te secuestra. Muajaja 🤡
Nereida: Sí, una babosa hambrienta de chicas guapas como yo 😜
Hugo: Al menos, sé dónde buscarte si desapareces. Aunque no prometo ser tu héroe salvador.
Nereida: ¿No saltarías por mí? Qué pena.
Hugo: Ok. Si desapareces, haré un TikTok épico buscándote. “Chico arriesga su vida por su crush en el bosque”. ¿Qué tal?
Nereida: Gracioso es, pero te dejo porque he de deshacer la maleta 🤗
Hugo: Hasta luego 😘

Esa tarde, cansada de sudar, Nereida decidió refrescarse en el lago. Se desnudó y se sumergió en el agua. Soltó un pequeño grito porque el agua helada contrastaba con el calor del ambiente. En el agua se olvidó del mundo y flotó en silencio. Pero al poco rato, unas negras sanguijuelas se pegaron a su piel. Nereida intentó quitárselas, pero pegadas en su carne, se hundían cada vez más. Lo extraño era que no sentía dolor, sino un calor recorriendo todo su cuerpo, como si las criaturas inocularan algún tipo de anestesia.
Tambaleándose, salió del agua al borde del vómito, con la piel llena de marcas rojas. Al llegar a casa, se sentía distinta. Sus sentidos se habían agudizado. Podía oír los insectos bajo la tierra y ver con claridad en la oscuridad. Nunca había experimentado algo así, pero no dijo nada e intentó ocultar lo ocurrido a sus padres, y aunque la notaron rara, lo achacaron a la edad del pavo.
Después de la cena, sin que Nereida hubiera comido nada, dijo que se iba a dormir. Dos minutos después, su madre aparecía preocupada.
—Cariño, ¿va a bajarte la regla?
—No creo…. aún no me toca.
—Quizás hayas sufrido un golpe de calor. Descansa y cualquier cosa, nos llamas a papá o a mí. ¿Vale, cariño?
—Sí, mamá.

La casa dormía, aunque el sueño de Nereida comenzó a agitarse. Su piel era ahora de color ceniza y sus ojos, antes verdes, eran completamente negros. Sus dedos se alargaron, con uñas que parecían garras, y de su espalda emergieron unas protuberancias viscosas. Su lengua había crecido más de lo normal, volviéndose rasposa como la de las sanguijuelas. Contrariada, saltó de la cama sintiendo una insaciable necesidad de agua. No era sed; era algo más profundo, una llamada ineludible. Su cuerpo y su mente estaban cambiando. Los recuerdos de quién era comenzaron a borrarse, siendo reemplazados por un hambre que no era normal.
Nereida salió de la cabaña y se paró frente al lago. Las aguas negras se agitaron y de ellas emergieron unas figuras deformes como ella, con piel viscosa y largas extremidades. Eran las hijas del lago que habían caído en la misma trampa que ella, siendo ahora depredadoras que atrapaban a cualquiera que se acercara. Aquel era un lugar maldito donde sus aguas ocultaban horrores.
Al día siguiente, los padres de Nereida se preocuparon cuando vieron que su hija había desaparecido. Su madre recorrió el sendero hacia el lago llamándola a gritos, mientras su padre encendía un fuego en el patio, confiado en que la luz guiaría a su hija de vuelta. Pero cayó la noche y Nereida no aparecía. Entonces, alertaron al pueblo y organizaron una batida en la que vecinos y forasteros revisaron el bosque a fondo. Sólo hallaron un trozo de tela de su camisón flotando en el lago. Su madre vio en ello la confirmación de algo terrible, pero su padre, negándose a perder la esperanza, no aceptaría lo peor. Tres días después de la desaparición, Hugo y sus padres fueron a apoyar a los padres de Nereida. Todos se conocían desde que los chicos iban a preescolar.

Una tarde, recién entrada la noche, Hugo estaba junto al lago, cuando creyó escuchar un murmullo. La voz era baja y distorsionada, pero supo que era Nereida. Él se metió en el agua, ignorando el frío que helaba sus huesos. Aquella voz le llamaba con dulzura, pero cuando llegó al centro del lago, la superficie se rompió y emergió Nereida, aunque ya no parecía ella. Su piel era gris y sus ojos, dos pozos oscuros. Una boca inmensa con dientes afilados, sonreía con una expresión antinatural. Su cuerpo, cubierto de lodo, se movía de forma malsana bajo el agua.
“Hugo…” dijo Nereida con una voz gutural, estirando los brazos hacia él.
El chico retrocedió aterrado, pero una fuerza invisible le acercaba a ella. Quería huir pero no podía. Cuando estuvo al alcance de sus garras, Nereida lo hundió en el agua con una fuerza sobrehumana. No era odio ni rencor, sólo la necesidad de su nueva existencia. El hambre.
Al día siguiente, el cuerpo sin cabeza de Hugo apareció en la orilla. El pecho estaba perforado por decenas de marcas de dientes. El pueblo se llenó de miedo, y la madre de Nereida, al borde de la locura, comenzó a advertir a todos sobre el lago. Dijo que sus sueños le dijeron que su hija seguía allí, pero que se había convertido en un monstruo.
Poco después, sólo la madre de Nereida quedó en el lago, sentada en el porche, esperando a su hija. No le importó que su marido se rindiera y volviera a la ciudad. Y una noche, cuando la niebla flotaba en el lago, le parecía ver una figura a lo lejos. Una figura grotesca, que de alguna manera, seguía siendo Nereida.

04/02/2025

La reina del mar

 
CONCURSO DE RELATOS 45ª Ed.
La isla del tesoro de R. L. Stevenson
Blog: El Tintero de Oro


Un sol rojo caía como fuego sobre el horizonte. En la proa del Reina Indomable, la bucanera Mel Morgan se mantenía erguida mientras el viento enredaba sus salvajes rizos cobrizos. Sus ojos, oscuros como el café más amargo, oteaban el mar con la ferocidad de quien había sobrevivido a demasiadas tormentas. Su corsé de cuero marrón, adornado con hebillas de bronce, sus botas hasta la rodilla y su porte, le daban el aspecto de una capitana que exigía respeto. Llevaba buscando desde siempre lo que su padre no pudo encontrar: el Trono de las Mareas. Se juró encontrarlo con ayuda de su singular tripulación: 
Lucho Mano Rápida, esgrimista y duelista mortal. Criado en las costas de Cádiz, su simpatía y destreza eran ya una leyenda.
Quino el Silente, el cartógrafo siempre callado. Algunos decían que el diablo le había robado el habla. Nadie le había escuchado hablar, pero sus mapas eran los más precisos.
Tico, un loro que maldecía en siete idiomas. Se rumoreaba que había pertenecido a un arruinado y mujeriego noble francés.
Finn el Rojo, artillero del barco, de rubia barba trenzada y un parche que cambiaba de ojo según el día. Según él uno de sus ojos veía el futuro y el otro el pasado.
Akiko la Hafu, una curandera mitad japonesa, mitad española versada en todo tipo de venenos y pócimas. Su calma era tan afilada como el puñal que llevaba oculto en la manga.
Marco el Pálido, el timonel experto en leer las estrellas. Su albinismo le daba un aire sobrenatural, y sus ojos reflejaban la melancolía de quien había amado y perdido demasiado en la vida.
Las siete almas se habían embarcado para encontrar el Trono de las Mareas, un artefacto capaz de controlar los océanos. Según la leyenda, el Trono se encontraba en la Isla Negra, un lugar rodeado perpetuamente de niebla y bajo el manto de antiguas maldiciones.
Cuando llegaron, tras pasar mil aventuras y contratiempos, la isla les recibió llena de niebla y rocas negras como obsidiana. No les fue difícil encontrar el Trono,  pero tras ellos también había llegado el Capitán Dorian Crow, el traidor y antiguo mentor de Mel, deseoso por poseer el tesoro.
La caverna del Trono de las Mareas, era una catedral de piedra viva recubierta de musgo fosforescente donde las olas chocaban con ritmo irregular y agitado.
El Reina Indomable estaba anclado a lo lejos, apenas visible entre la niebla. La batalla empezó en la caverna con el choque de las espadas de Mel y Dorian, los gritos de la tripulación y una estruendosa tormenta en el exterior. Dorian, con su chaqueta deshilachada y el cabello negro pegado a la frente por el sudor, irradiaba una furia casi animal. Sus ojos grises y desesperados ardían con rabia. Mel tenía una herida en su mejilla que le ardía, pero no se inmutó, manteniendo su espada curva con la precisión de una maestra.
—¿Tanto quieres un trono que jamás podrás sostener? —espetó Dorian con su voz ronca y cansada, escupiendo sangre al suelo.
—No soy yo quien está arrodillado ante su propio fracaso, —respondió Mel con una voz tan cortante como el filo de su espada. Se lanzó hacia él con sus botas resonando en la piedra húmeda.
El choque de sus hojas fue un estallido metálico que reverberó por todo el lugar. Dorian contraatacó con una serie de rápidas estocadas con técnica impecable, pero Mel esquivaba con la gracia de una ola sobre la superficie del mar. Sus movimientos eran como un baile letal.
—Tú eras mi mejor aprendiz, —bramó Dorian mientras su espada rozaba y hería el hombro de Mel.
Ella retrocedió para limpiarse la sangre con el dorso de la mano.
—Y tú eras alguien a quien alguna vez respeté, —dijo, girando sobre sí misma y lanzando un tajo que Dorian apenas pudo bloquear—. Pero el respeto se pierde más rápido que la lealtad en el mar.
Dorian embistió cegado de ira y la derribó al suelo. Su espada descendió en un arco mortal, pero Mel rodó hacia un lado y la hoja chocó contra el suelo. Ella se incorporó de un salto con su respiración agitada y sus ojos oscuros brillaban con determinación. Con un grito desafiante, la pirata se abalanzó contra él. Sus espadas chocaron de nuevo en un crescendo implacable. Dorian flaqueaba y sus golpes eran cada vez más desesperados. Mel, en cambio, parecía más fuerte con cada paso hasta que, en un giro rápido, desvió la espada de Dorian y le clavó la suya justo debajo de las costillas, atravesando su corazón. El hombre soltó su arma y cayó de rodillas, boqueando como un pez varado en la orilla.
—No entendías que yo nunca quise ser como tú, —susurró Mel, inclinándose para sostener su mirada hasta el último aliento.
Al principio, Mel Morgan se quedó quieta con el eco de la lucha muriendo en la distancia. Se giró hacia el Trono de las Mareas, tallado en coral rojo y nácar, irradiando un poder crudo y antiguo. Caminó hacia él, haciendo resonar sus pasos. Se sentó despacio, y las aguas alrededor de la isla se arremolinaron. El mar la reconocía y aceptaba, pero ella no sonrió y se levantó. No se sentía cómoda.
Giró sobre sus talones y se marchó junto a su tripulación. Mel Morgan no necesitaba un trono para ser una reina. El mar ya era suyo.


897 palabras